Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de enero de 2007 Num: 621


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Hacer mella, cicatrizar, construir
JOSÉ-MIGUEL ULLÁN
Sentir un dictado
OCTAVIO AVENDAÑO TRUJILLO
entrevista con ENRIQUETA OCHOA
Dos poemas
ENRIQUETA OCHOA
Economía y cultura. Botella al mar
ANDRÉS ORDÓÑEZ
Esperemos lo mejor, Ryszard
RICARDO BADA

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemolsostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Leer
Reseña de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Más allá de latitudes y poesía


Directorio
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Ricardo Bada

Esperemos lo mejor, Ryszard


Foto: Carlos Cisneros/
archivo La Jornada

Berlín, 1982. Se celebró en Berlín el festival Horizontes, dedicado a América Latina, y que ha sido la mayor exhibición que se haya hecho nunca jamás, por los siglos de los siglos, y tanto fuera como dentro de América Latina, de lo que fue y es ese continente. El programa incluyó, durante un largo mes, sociología, historia, pintura (¡la primera exposición integral de Frida Kahlo!), fotografía (¡la primera exposición integral de Tina Modotti!), teatro (Macunaíma de Brasil, La Candelaria de Colombia, Yuyachkani del Perú,), cine, ballet, literatura (los únicos en no acudir fueron Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, pero este se disculpó en una carta muy bella donde aludía a que se hallaba emprendiendo con Carol, su esposa, la aventura que terminaría reflejándose en Los autonautas de la cosmopista)... y música, música, música: el estreno del Tango alemán de Mauricio Kagel, conciertos de –entre otros– Hermeto Pascoal, Atahualpa Yupanqui, Ernesto Cavour, Gato Barbieri, Alirio Díaz, Raúl García Zárate y Astor Piazzolla (a quien el presentador alemán llamó "Pizzaiola", ganándose la rechifla del público), y uno de salsa, en la Waldbühne, el anfiteatro en medio de un bosque, detrás del Estadio Olímpico, un concierto extraúnico en el que intervinieron (ojo, que no les invento) Celia Cruz, Tito Puente, Mongo Santamaría, Willie Colón y Rubén Blades: ¿hay quién dé más?

Nada faltó en aquél acontecimiento irrepetible, al que también acudió invitado Juan Rulfo. El hotel donde se alojaba, el Schweizer Hof, quedaba a muy pocos minutos a pie del mío, y tomé la costumbre de irlo a buscar después del desayuno para charlar con él y salir a pasear. (A veces nos acompañaba Darcy Ribeiro, el antropólogo y escritor brasileño, fascinado por una tienda con una exposición gigantesca de árboles miniatura enfrente del hotel: "Vamos al Mato Grosso bonsai", nos decía). Fue durante esos diálogos demorados cuando Rulfo me reveló su admiración por el suizo Ramuz, y el primero en recomendarme que leyese a mi tocayo Ryszard Kapuscinski, por aquél entonces un ilustre desconocido, pero no para él.

[Una mañana, cuando llegué al comedor de su hotel, me miró con sorna: "Me han dicho que ayer te vieron con la Presencia Divina". Y efectivamente, el día anterior yo había grabado para mi emisora una conferencia de Octavio Paz, y alguien se lo contó, y él me estuvo gastando pullas con ese motivo: Paz no era santo de su devoción. Pero ahora volvamos a Kapuscinski].

No me queda registro en la memoria de cómo fue que conseguí un ejemplar de El Emperador, editado en México en 1980 por el Fondo de Cultura Económica, pero la dedicatoria autógrafa de mi tocayo es definitivamente clara en lo que atañe al día cuando nos conocimos personalmente, acá en Colonia: "Para Ricardo Bada con la recuerdo de nuestra entrevista y con el gran amistad, Ryszard Kapuscinski, Köln 10.11.84" (sic, me limito a transcribir).

Ocurrió que cuatro años después que los mexicanos, los alemanes descubieron a Kapuściński. Y lo publicaron. Fue la editorial Kiepenheuer&Witsch, de Colonia, la editorial de Heinrich Bšll, de Patrick White, de Saul Bellow, de Czesław Miłosz, de Gabriel García Márquez, una editorial diríase que coleccionista de Premios Nobel y que advirtió en Ryszard las cualidades que podrían hacer de él el primer periodista galardonado como tal en Estocolmo. Viejo conocido de la casa, pues también he editado en ella, se me invitó a su primera conferencia de prensa y aún recuerdo cómo mis colegas polacos acreditados en Bonn (entonces todavía, afortunadamente, capital del país, antes de la unificación y el traslado de la capitalidad a la provincia) ametrallaron a Ryszard con las preguntas de rigor en estos casos, y cómo los folletinistas alemanes –convenientemente traducidos al polaco– lo ametrallaron así mismo con las suyas, hasta que la conductora de la conferencia me concedió el turno de preguntas y le pregunté al autor, derecho viejo, en español: "¿Usted sabe que una persona que recomienda leer sus libros se llama Juan Rulfo?"

Nadie estaba preparado para esa pregunta, ni mis colegas de la conferencia de prensa, ni la conductora, que no hablaba español, por lo que me vi obligado a repetir la pregunta en alemán y... sí, sí, sí, ¡explicar quién era Juan Rulfo! Pero a Ryszard no hubiera tenido que explicárselo, y me lo demostró de la manera más sencilla, sonriendo con una sonrisa más ancha que el Vístula a su paso por Varsovia, y contestando a mi pregunta en español. Con lo que socarronamente (qué cabrón) me estaba obligando a traducir su respuesta al alemán, para el resto de mis colegas.

Esa noche lo había invitado a cenar su editor, pero como se quedaba todavía un día más en Colonia, aceptó para el siguiente venir a comer a nuestra casa. Y estoy requeteconvencido de que mi esposa jamás en su vida ha sentido de un modo tan explícito lo que significan la cortesía y la caballerosidad como ese 11 de noviembre en que Ryszard tocó el timbre de nuestra puerta y, al abrirle ella, le entregó un ramo de rosas, y después, durante la cena y la sobremesa, casi solo a ella le dedicó su atención, porque lo que podía hablar conmigo ya lo había hablado, pero ella era una niña de la ocupación alemana en los Países Bajos, y él un niño de la ocupación alemana en Polonia, y yo, por lo tanto, un mero espectador.

Ryszrad, querido, dondequiera que estés ahora y si me puedes leer : aunque luego de esa noche nos hemos vuelto a escribir y a conversar por teléfono, nunca nos volvimos a encontrar, y es por eso que me duele tanto la noticia de que no vamos a volver a vernos. Digo acá abajo. Y allá arriba no sé, porque tú eras un santo. En fin, viejo, como tú mismo decías, esperemos lo mejor.