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MANUEL STEPHENS
PIEDRA, PAPEL, TIJERAS
A este fin de año y comienzo de 2007 sumamos el inicio de un nuevo sexenio. Si cada doce meses renovamos el anhelo impostergable, martillado a pulso diariamente, de que las condiciones para los que hacemos danza mejoren, ahora debemos plantearnos una meta a mayor plazo para hacer entender a los funcionarios culturales en turno que un pueblo que no danza no vive.
Desde hace más de una década asistimos al debilitamiento paulatino del Instituto Nacional de Bellas Artes, al que se le han ido disimuladamente sustrayendo funciones a favor del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes que, a su vez, no cuenta con un marco jurídico como el del inba. Ya nada se sabe a ciencia cierta del papel subordinado que tenía Bellas Artes con respecto a la Secretaría de Educación Pública, implicando esto la virtual desaparición de todas las actividades escolares en que colaboraban ambas instituciones, al menos en el ámbito dancístico. Conaculta se ha ido imponiendo con una nueva manera de ejercer la administración y promoción de la cultura, tanto a nivel nacional como hacia el extranjero. El problema no es en sí que cambien los nombres o que se modifiquen las formas, sino que se desechen los elementos que habían dado fuerza y mantenido al Instituto: se borra la historia como si hubiera que aprender todo de nuevo, cuando la experiencia ya está ahí.
En las artes escénicas, la producción teatral de vanguardia se ha visto disminuida, pero se mantiene por lo menos en cuanto a cierta cantidad de producciones y temporadas regulares, pero por su parte, la danza contemporánea, que es el termómetro de la experimentación y lo actual, no logra remontar el paso. La ignorancia y la indiferencia que existen alrededor de la situación en que se hace la danza en México son proverbiales y asustan a cualquiera. Conaculta, a través de los programas de becas del Fonca, apoya proyectos que en partos de alto riesgo logran ver la luz en alguna temporada y, si bien les va, tal vez sean invitados a alguna sede de la Red Nacional de Festivales. Hay que recordar que las temporadas dancísticas, al menos en los foros del Distrito Federal, son por lo general de cuatro funciones, y pocos son los espectáculos que consiguen aumentar este número en un mismo escenario (no creo que la situación mejore en el resto de los estados). Sin cambiar de ciudad, tomemos en cuenta también que, si ya se tuvo un teatro, es difícil que otra institución dé cobijo al mismo espectáculo; y si se es invitado al interior de la República, se limitará a cierta zona o plaza: si se asiste al "corredor del norte", hay que olvidar a los estados del sur. Y así, proporcionalmente, se irán eliminando posibilidades de presentarse. No es suficiente con que Conaculta apoye proyectos a corto plazo bajo estas condiciones y que Bellas Artes se paralice frente a la situación de desventaja en que ambos colocan a la danza. Coreógrafos, bailarines y creativos tienen, además de todo, que subsistir con tarifas irrisorias por función, que los obliga a depender de otras actividades para subsistir, con el consiguiente debilitamiento de concentración en su propio quehacer.
A últimas fechas, se ha multiplicado el impulso de "profesionalizar" la danza a nivel licenciatura con una muy frágil planeación de programas académicos, sólo por el hecho de equiparar la educación dancística, supuestamente, a los parámetros de otras disciplinas y a un nivel de competencia internacional. Pero qué va a pasar cuando los egresados se encuentren con un páramo estéril para su ejercicio profesional: es un salto al vacío.
Si hay una palabra que podamos aplicar a la "política cultural" respecto a la danza que hemos vivido en el sexenio pasado, es desvinculación. No hay planeación alguna. Se han mantenido las mismas estrategias de frente a un inba que pierde su perfil y a un Conaculta que no acaba de darle el tiro de gracia a Bellas Artes. En cuanto a la producción de obras originales, éstas se han reducido al mínimo, y proyectos como México en escena están en la cuerda floja, si no es que ya pasaron a mejor vida. De la difusión de los espectáculos, ni hablar; basta con echar una somera mirada para darse cuenta de que es prácticamente nula, inclusive cuando se ha tratado de compañías extranjeras que tan caras son a los ojos y a los presupuestos de las instituciones.
Personalmente creo en el trabajo pírrico que desarrolla la comunidad dancística, pero esta ha sido una batalla que no ha logrado acabar con la indolencia institucional. Ojalá encontremos finalmente, como lo hemos estado demandando, alguien que entienda.
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