Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemolsostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Cabezalcubo
JORGE MOCH
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Leer
Reseña
de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Más allá de latitudes y poesía
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
ALONSO ARREOLA
RÉQUIEM POR UN SAXOFÓN
In memoriam MB
Recuerdo bien cuando lo conocí. Fue en la Zona Rosa, en el desaparecido Hotel Century, hace ya algunos años. La noche caía y él venía llegando, de malas, acompañado por sus músicos luego de un vuelo desde Sudamérica lleno de conexiones y tristes experiencias. Algo dijo sobre un pago incorrecto en Chile o Bolivia, sobre la falta de seguridad en las calles y la demora en los aeropuertos. No era el mejor momento para conocer a Michael Brecker. Digamos que aquellas horas el saxofonista las vivía como personaje mundano, lejano a la imagen que por años me hice de él ingenuamente, lo admito a través de sus muchas grabaciones.
Como en ese entonces yo me hacía cargo de la prensa de los conciertos de su cuarteto en la ciudad, tuve que acercarme sigilosamente y, con la mayor de las discreciones, pedirle que estuviera listo en dos horas para iniciar el trabajo de promoción. De su mirada salieron dos flechas encendidas y, sí como ya estaba acostumbrado a que sucediera, una vez más me convertí en lo que la jerigonza gringa nombra "pain in the ass". Tras sacudir la cabeza con molestia, me dijo que subiera a su habitación cinco minutos antes de la primera entrevista. Así se retiró, delgado y bien vestido, serio, lento, etéreo.
Tomando mi lugar de estatua en el lobby, imaginé el momento en el que un joven Jaco Pastorius llegaba retrasado según dice la leyenda a sus ensayos con la banda de Joni Mitchell, quien entonces se preparaba para el concierto en Central Park que luego quedaría registrado en el álbum Shadows and Light. Ahí estaba un Michael Brecker ya famoso, desconcertado por la extravagancia de ese bajista que revolucionaría al jazz. Pensaba también en esa tarde catalana cuando junto a su hermano Randy, Michael ofrecía el mejor concierto de los Brecker Brothers al lado del guitarrista Mike Stern, del bajista James Genus y del baterista Dennis Chambers. Era un hecho, tenía que preguntarle algo sobre esos personajes que habían requerido su acompañamiento a lo largo de tantos años. Todavía me costaba trabajo entender que, a unos pisos de distancia, el saxofonista más grabado de todos los tiempos trataba de reponerse de su llegada a México.
Cuando finalmente llegó el momento de despertarlo, la puerta no se abrió sino hasta la tercera llamada. Su rostro emergió de las sombras coronando un pijama de algodón. Con los ojos aún entrecerrados y sin lentes, me dijo que saldría en unos minutos. Luego dio un portazo. "Ni modo", pensé, "mejor conocerlo así que nunca conocerlo." Me retiré, deambulé por el pasillo hasta que la puerta se abrió nuevamente y, para mi sorpresa, Brecker reapareció con una gran sonrisa. Se había bañado y lucía de buen humor. A partir de ese instante inició una pequeña historia inolvidable.
Sus conciertos en el Teatro de la Ciudad y Guadalajara fueron memorables y sentaron el precedente perfecto para una segunda visita, años después, ya con mucho mayor impacto (hasta se presentó en el Zócalo capitalino). Además, pude saciar mi curiosidad y enterarme de muchas cosas alrededor de su experiencia como músico de sesión y como líder. Acababa de grabar Time Is Of The Essence y coincidía en que, sin darse cuenta, había invitado a tres generaciones distintas de bateristas. También me habló de su primera visita a México, cuando coincidió en el hotel con los Doors; me habló de su hermano Randy ("él es mucho mejor músico que yo", exclamó sin dudar), de Pastorius y la dulzura que pocos le conocieron (recordó el coraje que hizo cuando Bill Milkowski, biógrafo de Jaco, le hizo llegar un ejemplar de su obra. "Él no era así", dijo; "a la gente le gusta recordar lo malo de las personas." Incluso fuimos al Museo del Templo Mayor en donde quedó demudado por la fuerza prehispánica. Tanto que, tiempo después, le regalé un libro con temas precolombinos tras un breve encuentro en la explanada del Lincoln Center de Nueva York, justo el día en el que me presentó a su pequeño hijo.
Tristemente, Michael Brecker murió hace dos semanas luego de una lucha de dos años y medio contra una extraña enfermedad en la espina dorsal. Hoy ya es inmortal. Las probabilidades obligan a que en algún lugar del mundo, cada día, suene su saxofón en alguna de sus miles de grabaciones. Que así sea, por los siglos de los siglos.
|