Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Jotamario Arbeláez
y la fe nadaísta
José Ángel Leyva
Borges y el bullying: influencias literarias
Saúl Renán León Hernández
Colonia Tovar, Venezuela
Leandro Arellano
A Georg Trakl
Francisco Hernández
La plateada voz
de Georg Trakl
Marco Antonio Campos
La Farmacia del Ángel
Juan Manuel Roca
Sebastián en el sueño
Georg Trakl
El retrato del siglo
Gisèle Freund
(1908-2000)
Esther Andradi
Leer
Columnas:
Galería
Honorio Robledo
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal |
|
Jotamario Arbeláez
y la fe nadaísta
José Ángel Leyva
Nativo de Cali, hijo de sastre, heredero directo y albacea del nadaísmo concebido por Gonzalo Arango, Jotamario es aún creyente de la irreverencia y el doble sentido, según su coetáneo y camarada Jaime Jaramillo Escobar, o X504, autor de un utilísimo Método rápido y fácil para ser poeta, en dos tomos, además de una obra reconocida en su Antioquia natal y Colombia entera. En su poema “Jotamario de Cali” lo describe: “Entre los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar./ Gonzalo Arango lo quería más que a sus mujeres,/ Y mucho más que a sí mismo, pues varias veces arriesgó su vida por la de él.”
En la Casa de Poesía Silva, María Mercedes Carranza llamó a los poetas locales y foráneos a su oficina para que compartieran un whisky, y en un momento dado anunció: “El poeta Jotamario Arbeláez”. En el quicio de la puerta apareció un hombre de barba recortada, gorra marinera y abrigo de capitán de barco. Sonriente hasta las orejas hizo un saludo general a los presentes y a mí me propinaba tremendo abrazo como si nos hubiésemos dejado de ver por mucho tiempo, pero era la primera vez que nos identificábamos. Se sentó en la primera fila muy atento para escuchar la lectura de poemas; desde la mesa no pude evitar un juicio: sus botas lilas desentonaban con el atuendo marinero.
En 2002 apareció en México su primer libro, Paños menores, publicado por Alforja (2006) y premiado en la Venezuela de Hugo Chávez con el Internacional de Poesía Víctor Valera Mora en 2008, dotado de cien mil dólares. Por supuesto, las reacciones en su país no fueron menores que los paños y hubo quienes intentaron revocar el dictamen. El fallo fue inapelable.
De izquierda a derecha: Darío Lemos, Juan Gustavo Cobo Borda,
Eduardo Escobar, Juan Manuel Roca y Jotamario Arbeláez |
Gonzalo Arango publicó su manifiesto nadaísta en 1958 y comenzó a reclutar jóvenes para su causa entre Cali y Medellín, con la idea de que el movimiento representaba “un estado del espíritu revolucionario que excede toda clase de previsiones y posibilidades”. Colombia no podía quedar al margen del espíritu que embriagaba a los jóvenes de los años sesenta con la Revolución cubana de por medio, la generación beat, el hippismo y otros movimientos vanguardistas que brotaron en América Latina como El Techo de la Ballena en Venezuela o los Tzantzicos (reductores de cabeza) en Ecuador, Los Brujos de Buenos Aires y las revistas mexicanas El Corno Emplumado y Pájaro Cascabel, además del ya extinto grupo La Espiga Amotinada.
Jotamario evoca a su maestro como un Enviado, una persona con poderes sobrenaturales. “Su mirada era incandescente y su voz cautivadora al hacer sus prédicas al margen de una lógica cartesiana. Sus conferencias eran tan convincentes en sus críticas contra la burguesía que los ricachos nos invitaban a sus casas y nos ofrecían licores, nos permitían fumar marihuana y coquetear con sus mujeres y sus hijas. La izquierda ortodoxa nos criticaba y afirmaba que éramos los bufones de la burguesía. Gonzalo no quería cambiar el mundo, deseaba terminar de desintegrarlo. Lo que más irritaba a la sociedad antioqueña era nuestra negación de Dios y del trabajo. Pero no tanto el ateísmo como el llamado a la holganza, porque allí, en la meca industrial de Colombia, el trabajo es religión.”
Jotamario Arbeláez junto con Gonzalo Arango |
En su más reciente visita a México se declaró devoto de la Virgen de Guadalupe, visitó la Basílica y llevó consigo imágenes del símbolo más venerado por los mexicanos. Luego publicó una crónica en la que da fe del milagro concedido por la Virgen de salvar a su hermana de un cáncer terminal. Este custodio del nadaísmo contaba en Monterrey que al escribir el prólogo al libro Oleajes de la sangre –cartas de Gonzalo Arango a su madre y a sus dos hermanas monjas– el autor trataba de tranquilizar a su familia afirmando que el nadaísmo era un azote contra los escribas y fariseos de la Iglesia, falsa oficina de Cristo en la tierra. “Este nuevo Evangelio de la oscuridad pretendía desmoronar la falsa moral y la hipocresía.” Por eso se hacía llamar a sí mismo profeta y monjes a sus colegas y discípulos. En el fondo de esas cartas, afirma Jotamario, hay una larva religiosa alimentada por un espíritu crístico. Quizás por ello abdicó del nadaísmo en 1971, luego de conocer a su segunda mujer Ángela Mary Hickie, Angelita, de origen inglés –la primera fue una gringa a la que llamaba Rosa Girasol, Rosemary Smith–, afirmando que el nadaísmo había sido un error, un camino equivocado que conducía a los jóvenes por el desfiladero.
En 1976, días antes de morir el Profeta, los nadaístas se reunieron por casualidad en Bogotá. Fue una tertulia de reconciliación en la que estuvieron presentes Amílcar Osorio, Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo, Elmo Valencia, Darío Lemos, Arango y Angelita. Jotamario le pidió autorización a Gonzalo para publicar, como prontuario del aniversario luctuoso de su padre, una carta de despedida que le había enviado a su progenitor y de la cual guardaba una copia.
El 25 de septiembre, cuando se celebraba en Cali la misa en memoria de su padre, llegó hasta la iglesia un tío para darle la noticia: su amigo Gonzalo Arango acababa de morir en la carretera a Tunja. Jotamario recordó que le había suplicado al viejo sastre, en su lecho de agonía, que dentro de un año exacto le hiciera una señal desde el más allá. La respuesta fue que no jodiera con vainas espiritistas porque podía perturbar su reposo. De inmediato entendió que la muerte de Gonzalo Arango, en la que no hubo un golpe sólido, apenas un impacto de aire en la cabeza, era la señal paterna o de un espíritu colérico. Ya antes, otra casualidad fatídica le había causado desasosiego. En 1960, los nadaístas cometieron el sacrilegio de entrar a una iglesia para escupir en el cáliz y pisar las hostias. Tiempo después, a Darío Lemos le fue amputado un pie. Jotamario preguntó al mutilado anticristo si la gangrena había surgido en la misma extremidad que aplastó la oblea. Lemos contestó: “Sí, pero ¿es tan infeccioso lo sagrado? Con tantas señales divinas, Jotamario se declara ateo, nadaísta y guadalupano.
|