a Adolf Loos
I
Madre llevaba al niñito bajo la blanca luna,
a la sombra del nogal, antiguo saúco,
ebrio del jugo de adormidera, el lamento del tordo;
y silencioso
se inclinaba con piedad sobre ella un rostro barbudo
leve en la oscuridad de la ventana; y viejas herramientas
de los ancestros
yacían herrumbrándose; amor y fantasía otoñal.
Oscuro así el día del año, infancia triste,
cuando el niño descendió con ligereza hacia frescas aguas,
plateados peces,
quietud y rostro;
cuando, pétreo, él se arrojó ante furiosos corceles,
en noche gris su estrella vino sobre él;
o cuando él, de la glacial mano de la madre,
iba al anochecer por el panteón otoñal de San Pedro,
un tierno cadáver yacía callado en la oscuridad de la cripta,
y aquel alzó los párpados fríos hacia él.
Pero él era un pequeño pájaro en el ramaje desnudo,
largamente la campana en la noche de noviembre,
el silencio del padre, cuando él, en el sueño, bajó la crepuscular
escalera de caracol.
2
Paz del alma. Solitario anochecer de invierno,
las oscuras formas del los pastores en el antiguo estanque;
niñito en la cabaña de paja; oh qué suave
se hundió el rostro en la fiebre negra.
Sagrada noche.
O cuando él, de la áspera mano del padre,
subía silenciosamente el sombrío monte del Calvario,
y en nichos de roca crepusculares
pasaba la figura azul del hombre a través de su leyenda,
la sangre corría púrpura de la herida bajo el corazón,
oh qué tenue se alzó la cruz en el alma oscura.
Amor; cuando la nieve se fundía en oscuros rincones,
una brisa azul se enredó alegre en el viejo saúco,
en la sombreada bóveda del nogal;
y al niño se le apareció leve su róseo ángel.
Alegría; cuando en cuartos frescos sonó una sonata de anochecer,
en pardas vigas
una mariposa azul rompió la crisálida.
Oh la cercanía de la muerte. En el muro de piedra
se inclinó una cabeza amarilla, callando el niño,
cuando la luna inclinaba en aquel marzo.
3
Rósea campana de Pascua en el sepulcro abovedado de la noche
y las plateadas voces de las estrellas,
que en estremecimientos caiga de la frente del que duerme una
sombría locura.
Oh qué silencioso un paseo a lo largo del río azul
meditando en lo olvidado, cuando en el verde ramaje
el tordo llamó a una criatura extraña en el crepúsculo.
O cuando de la mano huesuda del viejo
él iba al anochecer ante los muros derruidos de la ciudad
y aquél llevaba un róseo niñito en negro abrigo,
a la sombra del nogal surgió el espíritu del Mal.
A tientas sobre los verdes peldaños del verano. Oh qué leve
se destruye el jardín en el pardo silencio del otoño,
aroma y melancolía del viejo saúco,
cuando en la sombra de Sebastián se apagó la plateada voz del ángel.
Versión de Marco Antonio Campos |