Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 25 de mayo de 2014 Num: 1003

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bunker, el soplón
Ricardo Guzmán Wolffer

Salvador Novo,
un disidente

Gerardo Bustamante Bermúdez

Campo de Ourique
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Semiótica de la barbarie
Carlos Oliva Mendoza

Victoriano Salado
Álvarez en su tinta

Zelene Bueno

Los Episodios
Nacionales Mexicanos

María Guadalupe Sánchez Robles

Salado Álvarez,
un brillo en la
niebla del olvido

Jorge Souza Jauffred

Van Gogh y Artaud:
¿genio y locura?

Vilma Fuentes

La gran batalla
Tasos Livaditis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

De la demonización al análogo

Víctor Toledo


De la demonización al análogo,
Verónica Volkow,
Eternos Malabares/Conaculta/INBA,
México, 2013.

Entusiasma este texto de Verónica Volkow (Ariadna tejiendo sus más importantes ensayos). Reconocida por su lírica marcada por el fuego y el juego de la luz, y por su constante reflexión sobre la poesía y el ser, verdadera poeta: pocas construyen una cosmovisión y en este arduo camino ella une lírica y crítica, pensamiento y ejercicio místico, inspiración y erudición, teoría y búsqueda de sabiduría. Con este libro avanza en la integración de sus bases creativas y filosóficas con la intención de estructurar una visión del mundo cada vez más propia y consecuente: León Trosky (el revolucionario pensador y su concepción de la poesía); Jorge Cuesta (su poética del vacío y su aguda visión universal de la esencia mexicana); Octavio Paz (y su luminosa poética apolínea); Ramón Xirau (y su poética de la filosofía mística) y Mauricio Beuchot (su aportación al símbolo, a través de la hermenéutica analógica): principales ejes axiales que nutren su sólida visión poética. Poética incluyente y unificante (a través de la amalgama dorada del amor divino y su simbología: el símbolo ya une imagen y sonido, el sonido nos trae la revelación, el mundo es donación de la palabra, la imagen del sonido, todo recogido suave y profundamente como en las manos de Dios donde bebemos agua siempre fresca y clara por el símbolo: espejo hablante del ser). Si las metodologías epistemológicas de las ciencias humanas del siglo XX se inclinaron al univocismo, imitando las ciencias duras, en su final postmoderno se dio “un movimiento contrario, más peligroso: el imperativo de la relatividad, donde se tiende al naufragio de toda referencia rectora y donde prácticamente cualquier cosa se puede decir de cualquier cosa” (Beuchot). Casi hasta agotar la realidad. Un verdadero conocimiento de lo humano y sus manifestaciones “tiene que integrar dialécticamente univocidad y equivocidad, sujetándose a una noción de jerarquía causal”, incluir sin excluir con un claro eje nodal dialogante y abierto. Poética en movimiento: esencia del símbolo que creando y recreando nuevas formas conserva su forma unificadora. Ensayar cardinal para una pedagogía poética: de la demonización a la iluminación. La profunda esencia mexicana es universal: este libro enriquece la búsqueda de la verdad en las ciencias espirituales y oportunamente en nuestra tradición. Agotada la filosofía (Heidegger) con una metafísica que no entiende lo sagrado y una tecnología que nos ha enajenado hasta la casi pérdida total de la realidad y de un mínimo sentido, este es precisamente uno de los trabajos esenciales que los poetas deben realizar para la reconstrucción de la casa espiritual. Su persistente y voluntariosa claridad, con los pensadores estudiados (sobre todo, pues el libro también aborda otros escritores), refuerza nuestra idea de que la analogía del ser (el símbolo) es el origen de la poesía y la ciencia, cargada en la primera palabra-verbo (sonido-revelación, creación) ya análoga y simbólica que creó al mundo.


La diplomacia como arma intelectual

Ricardo Guzmán Wolffer


Diplomacia en tiempos de guerra.
Memorias del embajador Gustavo Iruegas,

Mónica Toussaint,
UNAM/La Jornada/Instituto Mora/CIALC,
México, 2013.

Cuando, en tiempos recientes, la Secretaría de Relaciones Exteriores dejó de tener el brillo que le dieron ilustres secretarios en forma intermitente durante décadas de priísmo, se olvida el alcance del papel de México en el continente. “El hermano mayor”, se le decía en tiempos de la “unidad latinoamericana” para pretender hacer un frente ante el vecino del norte, siempre voraz. Hace tiempo que ese “hermano mayor” dejó de vislumbrar hacia adentro con la mirada aguda de los estadistas de carrera, que hicieron una diplomacia con mucho fondo, a pesar de los políticos que hasta la fecha son asignados a ella para esconderlos de la opinión pública, como cónsules o embajadores, sin que tengan la menor idea de la causa real de su misión. De ahí la relevancia de las memorias de un personaje como Iruegas, quien opina acerca de muchos temas y con conocimiento de causa.

El testimonio de este embajador no sólo nos refresca parte de la historia nacional, tanto desde la mirada de otros países que le tocó conocer de primera mano (por ejemplo, en Jamaica, en 1985, se pensaba que “México había desaparecido” con el temblor), como desde adentro. Muchos capítulos nacionales son condensados: se aceptó la “ayuda” extranjera después de los temblores del ’85 porque “la clase media ñoña” se quejó de que el presidente no hubiera aceptado esa ayuda desde el principio y como De la Madrid “no tenía el carácter ni la calidad y no supo estar a la altura de las circunstancias” acabó cediendo; Salinas de Gortari buscaba abanderar la doble nacionalidad para ganar popularidad luego del fraude contra Cárdenas; Iruegas comenta la relación cancillería-ejército a nivel diplomático y el plano de igualdad, incluso dentro del Colegio de la Defensa Nacional; también clarifica el papel de México como garante de la seguridad gringa, entre muchos otros.

Los alcances y objetivos de la política exterior (seguridad y desarrollo, puntualiza el exembajador) fueron buscados, pero no logrados por muchas razones. Entre otras muchas, refiere la falta de una política interna basada en el empleo.

Llama la atención el testimonio de la esposa de Iruegas, Susana, gracias a la cual, además de dar a conocer esa parte que suele minimizarse (cómo participa y vive la familia de los políticos) o que, a veces, quisiéramos olvidar (la fundadora de la “pareja presidencial” o las “colectas voluntarias” de la señora Echeverría, por ejemplo), también da nota de la historia: los embajadores mexicanos en Cuba tenían muy mala reputación, el glamour diplomático no siempre daba para vivir, etcétera.

Se trata de un texto destacado y necesario para comprender muchas facetas de la historia mexicana, bajo la mirada aguda, a ratos mordaz, de un político capaz de establecer que la política exterior debe formar parte del quehacer público para lograr objetivos que verdaderamente desarrollen a México.


La doble búsqueda

Armando Alonso


Por el camellón del viejo puente,
Alejandro Campos,
Ediciones Eternos Malabares/INBA-Conaculta/
Universidad Autónoma del estado de Morelos,
México, 2013.

El poeta Alejandro Campos Oliver hace una propuesta interesante con este poemario, en el que emprende una doble búsqueda, realizada con decisión. Eso no quiere decir que no trastabille en momentos o que no se pierda; al contrario: “perderse si es necesario,/ aunque exhausto se llegue/ al terreno verdadero…”

Estos versos apuntan ya al objetivo de una faceta de la búsqueda, pero es la búsqueda misma lo que definirá en el camino ese objetivo llamado “terreno verdadero”. La otra cara de la búsqueda es en el lenguaje. La forma y el contenido son dos búsquedas que siguen un curso paralelo, trazan un curso. Los niveles son diferentes.

La primera búsqueda es anterior, porque es la materia del poema que se va desgranando y tomando forma, y es apenas sugerida. Presente y constante se anuncia desde los versos iniciales, provoca e involucra: “Tú eres la avenida/ que repite su voz en lo que escucha…” El autor se muestra y define el objeto de esta búsqueda “primigenia”; la voz, su voz y la del lector por consecuencia al seguir las líneas.

El autor va encontrando señales en el camino que tienen una connotación negativa para crear la posibilidad, la dirección a seguir se propone a partir de la equivocación. “Si emular los ritmos y matices del vecino/ diera al caos las respuestas/ la historia sería de un color distinto.”  O en: “Barbarie con voz de espuma/ y ojos de plaga.” Es un camino difícil y seguimos ilusiones para perdernos una y otra vez, espectros de lenguaje roto y ajeno para cancelar rutas que nos lleven a naufragios o pesadillas. “Ahora soñamos/ lo que las sombras dictan,/ canciones extrañas/ y fracturadas pláticas.”

Campos deja entrever una luz al final del poemario, de esta estructura verbal que propone para que nos sirva de guía en la oscuridad reinante: “…el secreto canto de los árboles,/ melodías de vida bajo el tono de las olas”.

La búsqueda en el lenguaje deja un rastro que traza los caminos de la búsqueda en el siguiente nivel. La búsqueda como camino y como tanteo por un laberinto buscando una salida. La imagen es el rostro desdibujado de la ciudad como infierno. Un infierno al que no hay que descender, ya está aquí en avenidas, calles, topes, baches, edificios, paredes, postes, cables y antenas. El ruido y la arritmia. “Penetran metales por los tímpanos…”

La clave está en la esperanza que nos da la vida misma y la necesidad de buscar en el infierno; el mapa está iluminado con pequeños destellos, en una sonrisa, una mirada, en el erotismo de un encuentro, en el deseo.

Un paisaje que no se disfruta, que estremece para sacudirnos y llevarnos a la libertad o al regreso, como a Ulises. Para unirnos a los que se han perdido y ya han atravesado el yermo. A la salida del laberinto nos aguardarán otros semejantes que en las ruinas reencontraron el fuego “como hoguera fresca que nos reúna para arder”


Modelo para (no) armar

Ollin Velasco


Rompecabezas y otros relatos,
Raúl Falcó,
Universidad Autónoma Metropolitana,
colección Molinos de Viento,
México, 2013.

Un rompecabezas no tiene que empatar fielmente para ser lo que es: a veces, confiar en las buenas intenciones del caos puede ser mejor alternativa. Raúl Falcó logró un puzzle a base de historias, memorias y no coincidencias. Y funciona. Rompecabezas y otros relatos es prueba de que los cabos de un todo pueden soltarse a voluntad, con buenos resultados.

Inicialmente, la obra desconcierta. Un lector observador cuestionará que, tratándose de un juego de ocho piezas, éstas no embonen según la definición estricta de la palabra que las reúne. No obstante, conforme se avanza en las cuartillas, el título se torna cada vez más justificado.

El libro consta de dos apartados: Rompecabezas y El fantasma de la ópera. El primero noquea: se erige sobre universos inconexos, a veces incompatibles. La otra parte tiene un telón de fondo común: el teatro en México. En ella se advierte la viva acción del orden sobre el desconcierto, para hacerlo inteligible y digerible.

Mientras se logra el coctel de ambientes cotidianos y de alta cultura; de diferentes voces, tiempos e incluso géneros literarios, los misterios observados bajo lupa despliegan la versatilidad de sus historias, que responden proporcionalmente al abanico de intereses de su creador. Los engranes empiezan a moverse.

Es así como las facetas de ensayista, poeta, dramaturgo, traductor, músico y egresado de la maestría en letras modernas por la Universidad de París VIII que simultáneamente es Raúl Falcó, salen a la superficie en cada una de sus grafías, en los contornos remarcados de sus personajes, en los escenarios recreados con la nitidez de una vivencia.

Solo así se puede entender que conciertos de ópera, memorias de un torero en estado de coma, habitaciones donde la infancia filosofa frente al abismo de una oquedad, sobremesas en una cafetería del Palacio de Bellas Artes o la degustación de palabras perdidas en una biblioteca francesa, puedan coexistir bajo un mismo nombre.

No obstante, los puntos de encuentro de este libro no se convierten en senderos irrebatibles que conducen a un final prefabricado. El autor, quien fuera nombrado titular de la Ópera de Bellas Artes en 2001, hace que el lector experimente el placer de estar “parcialmente perdido” o “intermitentemente encontrado”. Cada quien asume su condición. Falcó mete en el empaque (donde se guarda el juego) algunas piezas que jamás embonarán ante la lógica del sentido común; pero después de leer esta colección de cuentos, maridarlos  a la fuerza resulta un lujo prescindible.

No todos los rompecabezas son para armarse.



Minificcionistas de El Cuento,
Revista de Imaginación,
Ficticia,
México, 2014.

Este delicioso volumen es compilado por Alfonso Pedraza, entusiasta del género –que no subgénero, como algunos todavía y sin razón insisten– como también lo son Lauro Zavala y Javier Perucho en este país. Minificcionista a su vez, Pedraza es fundador y coordinador del Taller de Minificciones La Marina de la propia editorial, así como responsable de la antología Cien fictimínimos. Microrrelato de Ficticia, publicado por este mismo sello hace un par de años. Como se ha dado noticia en estas mismas páginas, la mítica revista fundada y dirigida por el insustituible Edmundo Valadéz habría cumplido setenta y cinco años en este 2014, y con ese feliz pretexto aquí se reúnen obras provenientes de toda Hispanoamérica. Como su número excede el espacio para mencionarlos a todos, y como mencionar solamente algunos sería un acto de lesa injusticia, dejamos al lector la tarea grata de averiguarlo, a través de la lectura de este libro que bien podría –y debería– tener más de una réplica.



Faustina,
Mario González Suárez,
Era,
México, 2013.

Escrita a la memoria de Humberto Macedo, esta novela no parece tener principio ni final, o quizá más vale decir que uno y otro son intercambiables, mejor dicho que la posición asignada por el autor es una entre muchas posibles y no necesariamente habrá de coincidir con la que el lector, cada lector, decida. Podría incluso arrancar la lectura de esa voz-río en cualquiera de las ciento quince páginas y saltar de ahí a eso que funge como principio, y de ahí a cualquier otro punto más o menos arbitrario, y muy probablemente la historia no sufriría menoscabo, siempre que, por supuesto, se cumpla con la lectura de todas y cada un a y se acepte que Faustina está en ellas y sólo escuchándola atentamente puede uno quizá no entender, puesto que eso a Faustina tampoco parece interesarle, sino sentir y, con ella, volver a vivir, en un tiempo pasado que todo el tiempo se vuelve presente.



Freud y Derrida: escritura y psique,
Rosaura Martínez Ruiz,
Siglo XXI Editores,
México, 2013.

Tomando como punto de partida el bien conocido texto de Sigmund Freud, Nota sobre la pizarra mágica, Jacques Derrida escribió su ensayo Freud y la escena de la escritura y, a su vez, la doctora en filosofía por la UNAM, especialista en el área de filosofía de la cultura y las ciencias sociales, lanza al mismo tiempo una pregunta y una respuesta; la pregunta es ¿por qué leer a Freud a través de (o con) Derrida? La respuesta, naturalmente, es el contenido de este apretado volumen, dividido en cuatro capítulos y un post scriptum. Como conviene a un ensayo que se pretende asequible a un público no necesariamente especialista, el de Martínez Ruiz abunda en claridad conceptual y una escritura bastante alejada de los retruécanos del metalenguaje, tan caros para algunos autores. Buena oportunidad para que muchos que citan a los dos autores de referencia, lo hagan con algún conocimiento de causa.