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Semiótica de la barbarie
Una nota sobre Carlos Monsiváis
Foto: Guillermo Sologuren/La Jornada |
Carlos Oliva Mendoza
El mes de diciembre de 2009, en el número 1730 de la revista Proceso, Carlos Monsiváis publicó un artículo llamado “Semiótica bárbara”. En aquel texto, uno de los últimos que publicara Monsiváis, indica la relación entre las nuevas formas de la semiología y las tecnologías contemporáneas de comunicación. De hecho, lo que señala es la subordinación de la semiótica, y bien podríamos señalar lo mismo de la semántica, ante las industrias de comunicación. “¿Qué hubo antes del impacto mediático?”, se pregunta Monsiváis, y responde: “Muy probablemente la historia registra los actos políticos, las confrontaciones ideológicas, las grandes movilizaciones sociales, incluso los golpes de Estado y las revoluciones. Pero todo eso parece quedar atrás. Hoy el eje de la política y de la vida social es el impacto mediático, una mezcla de repercusión publicitaria, noticia que puede llegar a todos los hogares y abuso visual de movimientos, tragedias y catástrofes. El gobierno mexicano es un devoto del impacto mediático pero no está solo, también practican ese culto paramesiánico la delincuencia organizada y las instituciones y los organismos que puedan.”
La nota de Monsiváis tiene como espectro semiológico –como escenario de sentido– la cacería que realizó la Marina mexicana de uno de los jefes de los cárteles del tráfico de droga en México, Arturo Beltrán Leyva; Monsiváis toma ese caso paradigmático y otros para tratar de mostrar la semiótica de la barbarie en México. “Tras la divulgación –continúa el escritor–, de las fotos de Beltrán Leyva sobreviene el reparto de la inocencia. Todos se deslindan, sin siquiera insinuar que las fotos ‘fueron tomadas en otro contexto’. Los funcionarios de Gobernación, la PGR, el Semefo de Morelos y la Secretaría de Marina tartamudean ante el temor de asumir responsabilidades. Por lo oído y leído, nadie manejó el montaje del cadáver de Arturo Beltrán Leyva. Semiótica sangrienta, semiología de borrón e imagen nueva.”
De esta forma la semiótica, una disciplina sociológica que en sus modos más radicales se enfoca al estudio del intercambio de sentido y no sólo al estudio de las formas escritas como lo hace la semántica (en palabras de Mauricio Beuchot: “la semiótica no tiene como objeto principal el análisis referencial, sino el de las condiciones de producción y de aprehensión del sentido”), se despliega como un código bárbaro y sangriento que sólo puede producir significado si se incrusta en un código de olvido, a través de la repetición frenética que producen los medios de comunicación: semiología de borrón e imagen nueva, dice Monsiváis.
Habría que recalcarlo, la semiótica estudia la producción y circulación o aprehensión del sentido; más aún, el consumo de sentido y, por lo tanto, la formación de identidades y las posibilidades de configuración de la vida a través de la creación y destrucción de identidades y diferencias. Semiosis es una deriva del verbo griego marcar; es, podríamos decir, el estudio de las marcas que van constituyendo la identidad social. En este contexto, es importante traer a recuento que en el escenario de la nueva apoteosis mexicana –los miles de muertos en una guerra fracasada, la sangre manchando cada rincón, las viviendas destrozadas por la contundencia de las armas, el cielo para las cámaras de video– a ese cadáver, una vez asesinado y semidesnudo, lo “decoraron” con una serie de billetes de alta denominación. “Al Estado –sigue Monsiváis–, de ningún modo le corresponde, así sea en la muy torpe y malévola recreación escénica de Cuernavaca, el uso de cuerpos como avisos. El montaje después de la batalla como Oficina de Correos. De seguro, los ‘curadores’ de la ‘instalación’ del sadismo contemplativo se divirtieron a nombre de los cuerpos de seguridad ofendidos y se rieron al colocar cada uno de los billetes, y se olvidaron de la función gubernamental mientras organizaban el ‘discurso fúnebre’ del capo con técnicas inspiradas por los métodos del narco. Faltaron mantas, eso sí, pero tal vez se debió a que no había puentes en las cercanías.”
Foto: Luis Humberto González/La Jornada |
Estas notas de Monsiváis nos muestran hasta dónde pueden llegar las posibilidades de significar, de encontrar y re-montar semas, las mínimas unidades de significación, que enlazadas con otras pueden provocar sentido. Hay en el discurso mundial, y México es un espacio que sobresale, toda una semántica visual y narrativa que es apologética de la cotidiana barbarie en que vivimos. Contra ese sentido de la barbarie que se normaliza y se filtra en nuestros comportamientos cotidianos, el texto de Monsiváis puede ser leído como un ejercicio límite de ironía, que tendría entre otros fines, además de la denuncia –que demanda al gobierno que cumpla con un comportamiento mínimo de responsabilidad en medio de la barbarie– y la resistencia ante la demencial situación que atraviesa México, evitar el pesimismo absoluto y la decadencia social frente al abandono de los espacios de poder que, en una democracia, debería de ocupar un “pueblo soberano” a través de gobernantes elegidos libremente.
La situación del país no parece ser muy promisoria; justo por esa razón, hay que insistir en la necesidad de no perder o abandonar cualquier espacio público que muestre otra posibilidad de sentido para México; y un espacio público que no debemos dejar escapar es el de la constante crítica y desconstrucción del poder que ejerció Carlos Monsiváis.
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