Hugo Gutiérrez Vega
El alma del poema
Foto: ziuaveche.ro |
Elena Liliana Popescu vive en y para la poesía. A su propia obra se unen sus traducciones y ensayos, su tarea editorial, su inteligente vigilancia de lo que sucede en el mundo de la poesía universal. Mucho le debemos los escritores a los que ha traducido, editado y comentado con generosidad sin límites, con rigor, seriedad y profunda inteligencia. La veo en las reuniones de poetas siempre atenta y observadora. Su presencia en las largas y fructíferas sesiones de la convención de Poetas del Mundo Latino en Morelia es inolvidable, y la lectura de su poesía nos entregó las bellas resonancias de la lengua de la antigua Dacia.
Hace muchos años, en una breve estancia en Bucarest conocí y traté a tres mujeres artistas, las poetas María Banus y Verónica Porumbacu y la dibujante Florica, compañera de Eugen Jebeleanu, autor del excelente poema sobre el horror de Hiroshima. Ellas y la voz de la cantante Maria Tànase me enseñaron a respetar y admirar a la mujer rumana. La Reina María y la Reina Elizabeth (Carmen Silva), confirmaron mis admiraciones, y Elena Liliana Popescu representa en el momento actual de nuestra amada Rumanía esos valores femeninos y la fuerza y delicadeza que se combinan para dar a la poesía de ese país un rostro inconfundible, una variedad de voces en las que vibran la palabra de la tierra, los silencios elocuentes del amor y la belleza del poema, que cuando se termina se vuelve un organismo autosuficiente, una creación que lo independiza de su autor y lo convierte en una parte fundamental del patrimonio artístico de la humanidad. Gracias a otra rumana talentosa y fuerte, Simona Sora, este suplemento ha dado noticia fiel del estado actual de la poesía de su país.
En su último libro, Canto de amor, traducido al español por ese infatigable promotor de la cultura rumana, Joaquín Garrigós, y por Moisés Castillo Florián, Elena Liliana reflexiona sobre los muchos rostros de la experiencia amorosa y lo hace con la convicción del que sabe, como decía Juan Ramón Jiménez, “que quitado el amor, lo demás son palabras”. A la búsqueda de la esencia misma de lo amoroso se lanza nuestra poeta, quien hace de la sencillez expresiva y de la transparencia sus armas más eficaces para afirmar la constancia del amor en nuestro mundo convulsionado: “cómo te añoro, aunque estés siempre conmigo” dice, y ahí, en esa aparente contradicción, está su punto de vista sobre la relación amorosa. Acepta la muerte con resignación, pero le duele abandonar a los seres que sólo pueden crecer protegidos por su amor. Esta noble actitud nos recuerda la frase de Gabriel Marcel: “Decirle a alguien yo te amo, significa tú no debes morir.”
Una de las características principales de este excelente libro en su variedad temática. La autora viaja por muchos territorios poéticos y se asoma a varios recodos del saber humano. Poesía reflexiva producto de una mente filosófica que tiene esa precisión otorgada por las matemáticas, y que incluye una bien meditada brevedad, libra al poema de los plumajes absurdos de la palabrería y encuentra su dimensión exacta: “Creo en lo que genera la palabra, como creo en el silencio que todo lo abarca” (como de costumbre, Garrigós traduce magistralmente tanto la forma como el alma del poema. Moisés Castillo es un buen compañero en esa empresa ardua, pero absolutamente necesaria que es la traducción de la poesía).
Elena Liliana está mirando el mar, tal vez junto a la estatua de Ovidio en Constanza, y siente su infinitud. Esta sensación se convierte en poema (“la única originalidad poética es la de las sensaciones”, decía López Velarde) y comunica la certeza de lo ilimitado. Los poetas perciben el alma de lo que no tiene límites. En ese panorama, en el que se juntan los azules, están el corazón del poeta y el alma del poema.
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