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Dos poetas de Guatemala: Armando Rivera
y Roxana Ávila
Hablar de Guatemala es evocar a aquellas figuras significativas que han sido pilares fundamentales de la tradición literaria latinoamericana: Luis Cardoza y Aragón, Miguel Ángel Asturias, el muy querido Otto-Raúl González, Carlos Illescas y Augusto Monterroso (los tres últimos, residentes en México en sus últimos años), entre otros. Nos hermana también una serie de hechos históricos: las dictaduras (antes rechazadas y hoy avaladas por Vargas Llosa), la represión y la negación de los movimientos sociales y artísticos, el nulo apoyo a la cultura en general y a la cultura del libro (lo que no vende no se imprime) y el autismo de los gobernantes para enfrentar la pobreza, la marginación y la inseguridad del ciudadano.
Los registros de Armando Rivera en su poemario Más allá del Este (Letra Negra, 2012) son amplios. Vale la pena ahondar en las afinidades que pueden cobrar vida entre México y Guatemala, como lo refiere el poema “Lunes fugitivo”: “en este lunes/ las secretarias van con el rímel agotado por el amor/ los santos se visten de angustia/ una huelga inicia este lunes/ los pordioseros invocan el nombre del pecado/ alguien pierde la fe/ una mujer llora por su amante/ y el sicario invoca a la virgen del acero”. Armando no es un poeta del amor, más bien le canta al desencanto. Testigo de su tiempo, el poema que escribe es el de los que han abierto los ojos y han encontrado un mundo distante: “todo es puñal/ que te indica la maldad/ Judas camina despacio/ entre la multitud/ es un animal pelado/ que ambiciona/ la tierra que le cabe en la boca”.
En Un ocaso fragmentado (Letra Negra, 2013), Roxana Ávila apuesta por la herrumbe y la esperanza, tal como Rudy Alfonzo Gómez Rivas lo confirma en el prólogo a la edición: “Poesía es caer en el abismo y no saberse perdido.” Roxana lo sabe y de ahí proceden sus hallazgos: “Entre risas nuestros cuerpos se arrullan/ como sombras de mangle/ anudados en hilos de aguamansa/ mojados los pies pero secas las almas./Así transcurren las mareas de silencios/ apretadas en los pliegues de mis labios/ empeñados en negar la belleza de la aurora/ a pesar de la luz y el desconsuelo de Dios./ Entre risas nos tumbamos a beber del agualluvia/ mojada la tez pero secas las sombras.”
Como el propio Armando Rivera lo rememora en otro excelente libro: Guatemala. Narradores siglo XXI (Letra Negra, 2004): “Basta recordar las dos largas dictaduras, Cabrera y Ubico, así como las décadas de los años setenta a ochenta en las que a gran parte de los escritores se les consideró peligrosos por evidenciar en sus creaciones la miseria de la realidad guatemalteca.” Fuera de “la cultura del consumo global”, Armando y Roxana hacen un perfecto homenaje a la frase que Guillermo Boido escribió en los ochenta: "la poesía no se vende porque la poesía no se vende".
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