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Pura impureza
Enrique Héctor González
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Cumpleaños,
César Aira,
Era/UANL,
México, 2012.
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Escrita en 1999, publicada al año siguiente en Argentina, en 2001 en España y apenas este año en México, Cumpleaños es una más de las numerosas muestras narrativas del escritor que mejor se ha abocado a un subgénero –la novela corta, de las que ha emitido cerca de cincuenta– que va cobrando lectores en la literatura mundial del último medio siglo. Podría decirse que es su espacio natural, la medida adecuada a su respiración literaria, la forma que le ha sido dado fatigar, para decirlo en jerga borgiana. No parece que a Aira le interese particularmente explorar las posibilidades de esta modalidad novelesca (a medio camino entre el cuento y la novela en sí), sino más bien que su estilo y su aliento se adecuan de manera casi congénita a un relato que fluye de manera digresiva y por derivación de una idea en otra hasta que el punto final, que nunca llega demasiado tarde, detiene el monólogo como quien de pronto abandona una conversación.
Se dice que las nouvelles de Aira obedecen a una “retromirada” a las vanguardias, y el mismo autor se ha encargado de alentar esta idea cuando afirma que su forma de trabajo es similar a la de Max Ernst. No hay que creer mucho en ello. En todo caso, el “ensimismamiento” de la escritura de Aira alberga aires de procedencia tan antigua como postmoderna, en una suerte de “deriva” que tiene tanto que ver con un término caro a la física y la aeronáutica como con la simple digresión que, anterior incluso al juglar medieval, llevaron a su apoteosis Rabelais, Cervantes y sobre todo Laurence Sterne: la mera maromería del azar.
Hay tal afán de “malversación narrativa” en las novelas de Aira y una extensión tan paradójicamente breve para esta defenestración, que por cierto la peculiaridad de su escritura ocurre en la promesa incumplida de hablar de todo acotada por la necesidad de que esa totalidad quepa en una cápsula. En Cumpleaños, por ejemplo, el narrador-clon de César Aira aprovecha la ocasión de cumplir medio siglo (en efecto, el autor nació en 1949) para desbrozar su motivo emotivo: la decepción de comprobar que las fases de la luna no obedecen al movimiento traslacional sino rotacional del satélite, y darse cuenta, así, que su propensión a reflexionar parte siempre de un error o una imprecisión. Y entonces su voluntad libremente asociativa (a él le gustaría llamarla, tal vez, escritura automática) lo lleva a recuerdos y anécdotas que se multiplican y fascinan hasta la más plena insatisfacción: su perfecta impureza de cabos sueltos que no acaban de atarse ni delatarse.
Resulta evidente que Aira ensaya presentarnos interminables obras negras, en el sentido arquitectónico de la palabra, con una casi encantadora impudicia: como si se tratara de escribir por escribir, de hacerlo mal de propósito, si por bien entendemos esa sospechosa conducta de la novela burguesa de comenzar y concluir ordenadamente una historia, de tal suerte que esta y otras novelas de Aira (El congreso de literatura, La prueba, El pequeño monje budista) traicionan toda expectativa porque, justamente, el ofrecimiento sólo existió en el hipócrita o desocupado lector, en su ansiedad insaciable y no en la realidad misma, donde nada es circular ni existe impecablemente.
El abusivo vaivén de las novelas de Aira es su “tour de force de la chapucería”, como sin empacho él mismo lo llama, protagonizadas menos por la relación de una circunstancia precisa que por la indomable reflexión de un narrador que, rozando con ciega torpeza la genialidad, nos demuestra cómo todo es efímero, dudoso, inestable, fugitivo y provisional.
Miedo y risas
Barbara Bonardi
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Bebé Abubé,
Stéphanie Blake,
Editorial Corimbo,
Barcelona, 2008.
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¡Cataplum!,
Philippe Corentin,
Editorial Corimbo,
Barcelona, 2006.
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Los libros de la editorial española Corimbo regresan a México distribuidos por Océano, que nos da a conocer autores e ilustradores de importancia internacional. Entre las novedades de los últimos meses, cabe destacar Bebé Abubé, de la estadunidense radicada en Francia Stephanie Blake, y ¡Cataplum!, del francés Philippe Corentin, artistas reconocidos que se caracterizan por un estilo muy personal.
Los libros de Stephanie Blake llaman la atención por sus colores fuertes y su tipografía, que juega con el texto para modular el tono de lectura. Sus entrañables personajes, el conejito Simon y sus familiares, cautivan gracias a sus historias amenas que tocan con delicadeza y mucho humor las preocupaciones de los niños. En Bebé abubé, Simon tiene que enfrentar la difícil situación de la llegada de un hermanito: “¡Que lata! ¡Vete a tu casa bebé abubé!”, lo intimida espiando su sueño apacible. “Quizá se quede para siempre”, se pregunta afligido… Con un lenguaje muy apropiado para los pequeños, la autora habla de una necesaria reorganización familiar y de la primera manifestación de un lazo afectivo entre hermanos. Stephanie Blake vuelve a explorar con una mirada llena de ternura el mundo de los temores infantiles; tema de su inolvidable Superconejo (Corimbo), en el que un valiente conejito “se va a perseguir a los malos”, como le corresponde a cualquier héroe que se respete.
El estilo de Philippe Corentin se reconoce fácilmente por sus personajes grotescos que divierten con historias graciosas e insólitas. En ¡Cataplum!, un lobo hambriento y feroz se mete en una madriguera en busca de conejos, ¿pero dónde estarán todos? A través de una ingeniosa utilización de la perspectiva en las imágenes, el lector sabe siempre más que el protagonista lo que está pasando: esta astucia provoca la hilaridad del relato. Un final sorpresivo informa sobre la verdadera naturaleza de la relación entre el lobo y unos conejos traviesos. La trampa, el lenguaje bromista, la ridiculización paródica de personajes tradicionalmente considerados peligrosos son algunos de los rasgos distintivos de la obra de Philippe Corentin, rasgos que encontramos también en su libro ¡Papá! (Corimbo), donde se comparan los miedos de un niño con los de un pequeño monstruo para demostrar, siempre con tono jocoso, la relatividad de nuestros desasosiegos.
La buena dosis de ironía presente en estos cuentos divierte al lector adulto e invita a los niños a interpretar, a entender que un texto dice más de lo que parecería. Las imágenes participan activamente en la narración proponiendo un relato paralelo el cual, según el caso, desmiente o complementa las palabras. Si estos libros se pueden considerar retadores para niños en edad preescolar, no dejan de entretener a los más grandes también: deleitándolos con sus dobles sentidos y la riqueza de su propuesta visual.
Veinticinco años de cultura
Sergio Gómez Montero
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1988-2012. Cultura y transición,
Eduardo Cruz Vázquez y Carlos A. Lara (coordinadores) ,
UANL/Instituto de Cultura de Morelos,
México, 2012.
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Una de las características relevantes de un buen libro es que se publique en el momento adecuado. Las coyunturas inciden de manera determinante. Tal es el caso de este libro colectivo, coordinado por Eduardo Cruz Vázquez y Carlos A. Lara González, en el que diversos autores abordan el análisis de los últimos veinticinco años de cultura en el país desde ángulos diversos: el económico, el humano (administradores, creadores, intelectuales), el político, el diplomático, entre otros varios que nos remiten desde a la idea de Benjamin del arte en la época de su reproductibilidad técnica, hasta a Adorno y Horkheimer, cuando escriben sobre la industria cultural (y que para el caso del país también nos hacen pensar en el origen étnico de la cultura nacional), hasta las épocas del Estado centralizador del quehacer cultural y luego los años actuales de su desplazamiento por la industria del espectáculo.
Este libro, hay que decirlo, es resultado del trabajo desempeñado por el Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura que desde 2009 funciona en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco y que impulsan, entre otros, los autores del volumen en el campo, específicamente, del complejo andamiaje de la economía cultural y su relación con las políticas públicas. Un trabajo que, como se muestra en el libro, nos permite conocer de qué manera los últimos veinticinco años la cultura del país se ha venido desarrollando y ha incidido de manera diferente en nuestra vida cotidiana. ¿Qué tanto realmente la cultura (la promovida, no la que surge del quehacer de todos los días) deja su impronta en esa vida o que tanto ella es sólo un quehacer de élites? Porque si bien, como dicen las estadísticas que Eduardo Cruz presenta, es cada vez mayor el presupuesto que el gobierno destina a tales tareas, ello hasta ahora, por ejemplo, ni siquiera se deja ver en la existencia de un diagnóstico completo de qué es realmente entre nosotros el sistema cultural y cómo ello se promueve a través de una variedad de acciones –amorfas, desordenadas– que se generan desde diversos campos. Lo anterior, siguiendo los análisis del libro, conduce a preguntarse: ¿será esto resultado de que las acciones en la cultura son cada vez más determinadas por el aparato político, que sin conocimiento de causa decide qué es lo que se hace y qué no? Quizá por eso el aumento en el presupuesto destinado a cultura se expresa sólo en obras monumentales (Biblioteca Vasconcelos, La Ciudad de los Libros en la Ciudadela) que son sólo de relumbrón, pero que nada aportan realmente a la cultura del país, como bien lo muestran los índices de rendimiento bajísimos que tenemos en educación (la cual depende más de un setenta por ciento de la lectura), o el olvido y distorsión cada vez mayor en que se encuentran las culturas del México profundo.
Libro coyuntural que conduce a una recomendación pertinente: que lo lean, ya, los responsables del subsector cultura del país.
La risa como cohesión
Ricardo Guzmán Wolffer
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Juegos de absurdo y risa en el drama,
Claudia Gidi,
Ediciones Sin Nombre,
México, 2012.
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La presencia del absurdo en el teatro se remonta al tonto de la pantomima antigua, quien recibía las burlas de los demás personajes y decía diálogos sin sentido, para evidenciar su incapacidad para captar los nexos lógicos más elementales. Ese tonto se transformaría en el mimo y en el bufón medieval, quien como ser marginal tenía la opción de decir impunemente sus pensamientos. En la Comedia del arte(siglos XVI y hasta el XVIII) aparece también el criado bobo que no capta la lógica de la vida cotidiana; del cual hay dos tipos: el astuto que conduce la trama y el zafio e ingenuo que por sus pocas luces hace enredos. Tales antecedentes pueden advertirse en el Ubu rey, de Alfred Jarry (finales del siglo XIX), donde la risa es un objetivo del autor, mediante un espíritu inventivo y destructor, con la intención de cuestionar el orden establecido. Estos y más antecedentes son reconstruidos en el notable texto de Gidi, quien lleva la historia de la filosofía a la par de la del teatro, para evidenciar cómo los dadaístas y los surrealistas usaban la risa derivada de los planteamientos sin lógica, pero con alcance a los sentimientos y sensaciones del espectador, para replantearse la realidad inmediata. El gran Antonin Artaud es citado con su texto El teatro y su doble para mostrar la búsqueda del teatro en los orígenes mitológicos de la historia del hombre. Nombres como el de Ionesco con su Cantante calva son obligados en esta recopilación que sirve para justificar la premisa planteada por la autora: ¿Cómo entender lo absurdo de la vida, su falta de rumbo, sin reírse de ello? Planteamiento que presupone la comprensión del pensamiento humano dirigido a la risa en sus diferentes formas.
Y es que el teatro del absurdo evidencia algo irrefutable: la razón no explica la realidad. Más aún: los hombres son irracionales por naturaleza y gran parte de sus vivencias se desarrollan sin un sentido ni lógica. De ahí la necesidad de buscar formas que excluyan a la razón para comprender la naturaleza humana. Acotaciones a Nietzsche, Kirkergard, Beckett, Sartre, Camus y Kafka sustentan un análisis que justifica la afirmación de que la risa tiene estatus filosófico: no como catarsis ni defensa ante los embates cotidianos, sino como muestra de un espíritu libre y crítico. Finalmente, a pesar del sinsentido de la vida, merece la pena seguir en este escenario en el que quisiéramos escoger el papel a representar y disfrutar su tránsito, bajo la premisa de que es necesario vivir el instante para advertir la riqueza de la vida. Llevar esa carga filosófica al teatro se traduce en tomar el absurdo como forma de expresión: el lenguaje debe ser sacrificado en su estructura mediante la asociación de ideas, la repetición gratuita de adjetivos y palabras insertadas casi al azar, entre otras, para lograr “una parodia burlesca de la anagnórisis aristotélica”.
Un libro a considerar como un clásico para la comprensión del teatro del absurdo.
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Un escritor sí tiene quien le escriba. Sensaciones y expresiones sobre la obra de Gabriel García Márquez,
Eduardo Mosches (compilador y presentador),
Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal,
México, 2012.
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En orden alfabético, los autores aquí convocados son Juan Domingo Argüelles, Adolfo Castañón, Ana Clavel, Alicia García Bergua, Francesca Gargallo, Rocío González, Bárbara Jacobs, Alma Rosa Jiménez, Hernán Lara Zavala, Hernán Lavín Cerda, Silvia Molina y Jorge Ruiz Dueñas. Doce profesionales de las letras, con agradable mayoría de ellas que de ellos, hablando de lo que indica el subtítulo de esta obra colectiva: qué sintieron, qué les ha dejado, cómo los impresionó –en un primer momento y en los infinitos momentos posteriores– la lectura del enorme Gabo.
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Constantinopla, la isla del mediodía. Viajes,
Julián Meza,
Ediciones Sin Nombre,
México, 2012.
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Novelista con media decena de títulos en su haber –entre los cuales El arca de Pandora y La feria de los lacayos–; ensayista sobre temas filosóficos, políticos y literarios con otra decena de volúmenes –incluyendo su provocativo y mordaz Bestiario de historia mexicana o Diccionario de idioteces centenarias–; director de la revista Estudios, del ITAM, que versa sobre filosofía, letras e historia, el también catedrático de veracruzana patria chica es un viajero infatigable, lo mismo en el plano geográfico que en el de la escritura, y lo confirman las crónicas/relatos de este libro tan breve en lo físico como amplísimo en lo espiritual, que no por azar se amparan bajo el nombre de la mítica pero real e irreemplazable Constantinopla.
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Islote de garzas,
Ursus Sartoris,
Conaculta,
México, 2011.
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Así lo describen los editores de este volumen que engruesa la bien conocida colección Práctica mortal: se trata de “tres series de poemas donde se hace referencia a ese espacio mítico y fundacional, Aztlán, lugar de la blancura, como origen y partida, una metáfora de nuestra infancia y el mundo interior, donde se cifran las palabras y las visiones primigenias”. Bajo los nombres de “Venados”, “El ayuno del coyote” y “Libamen”, el también traductor, editor y ensayista Sartoris (México, 1971) hace de su poemario una suerte de celebración múltiple: por un lado, la que identifica, reconoce y honra una de nuestras dos raíces culturales; por otra, la constituida por la recreación, absolutamente contemporánea, de esos mundos míticos a través de la palabra poética.
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Despertar con alacranes,
Javier Caravantes,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2012.
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Añeja, abundante y diversa como pocas, la nómina de este Fondo Editorial llega a su número 457 con el cuentario de este autor poblano nacido en 1985 y, por ende, todavía no treintañero. No obstante, este es un dato que, como lo testimonia la lectura de este Despertar…, no obsta para que Caravantes se revele, dirían algunos, una suerte de alma vieja: los niños y los jóvenes que pueblan estos doce cuentos experimentan, así de pronto, el desencanto, el derrumbamiento de los deseos y las esperanzas, por importantes o nimias que sean; certifican, en carne propia, la dureza del mundo, la violencia con la que éste suele manifestarse, la sordidez con la que suele aderezar su envejecimiento la criatura humana.
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Liquidaciones,
Eduardo Sabugal Torres,
Fondo Editorial Tierra Adentro
México, 2012.
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Tres títulos más tarde, engrosa el catálogo de la referida colección este otro cuentario, que venturosamente se instala en un medio librario/literario por lo regular plagado del género novelístico, preferido en los ámbitos editoriales y lectores, si bien no necesariamente por ser “mejor” o más asequible, sino por meros cálculos de mercadotecnia. Así las cosas, buen mentís a la enojosa preferencia excesiva aplica Sabugal Torres, cuentista de hueso colorado, con esta media docena de bien cinceladas piezas de títulos en cuya brevedad ya se adivina su contundencia –valga la paradoja, hablando de “liquidaciones”, es decir, de conversiones a líquido: “Vino”, “Pulque”, “Té”, “Leche”, “Café” y “Whisky”. Liquidaciones, pues, que son abundantes libaciones.
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La mentira de Vermeer. El artista, el coleccionista y una joven que posa como la musa Clío,
Michael Taylor,
Vaso Roto,
España, 2012.
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Doctor en literatura comparada y traductor de libros sobre arte, el autor de este denso y a la vez ligero ensayo también es un reconocido especialista en pintura holandesa del siglo XVII. Pocos mejor calificados, por ende, para abordar lo que algunos consideran la “dulce” o, quizá, “piadosa” mentira vermeeriana: la de un mundo hermoseado por la paz, la serenidad y la belleza plasmada en sus pinturas, tan celebrada y tan admirada durante generaciones, así como suscitadora de anhelos que, de acuerdo con Taylor, sería preferible dejar en terrenos de alguna entelequia, para no darse de bruces con una realidad harto diferente y, por lo tanto, muy capaz de brindar desilusión.
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