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Los documentales otros (II DE III)
El apellido que se lee en la primera parte del título de este documental –Carriére– le dirá mucho a cualquier persona seriamente interesada en el cine. La cifra que se lee en la segunda parte de ese mismo título –250 metros–, queda hermosamente explicada en dicho documental, ni más ni menos que por quien lleva el citado apellido.
No debería ofenderse Juan Carlos Rulfo si acaso llegase a leer lo siguiente: que sus créditos como director y fotógrafo del documental Carriére, 250 metros (México, 2011) resultan ser una infinita cortesía que le ha dispensado el entrañable Jean-Claude –por cierto, coautor del guión junto con Patricio Saiz–, quien claramente “se dirige” a sí mismo a lo largo de los ochenta y ocho minutos que tiene de duración el filme, luego de haber pasado por las hábiles manos montajistas de Valentina Leduc.
A propósito, menuda tarea debió tener esta última, viéndose obligada a dejar fuera quién puede saber cuánta maravilla testimonial de las muchas que no superaron el corte en edición, pero que de seguro dijo, explicó, refirió, evocó, rememoró, quien ha sido uno de los guionistas más importantes de la cinematografía de todas las épocas y todos los lugares.
Quien ponga en duda o tuerza el gesto luego de leer el tremendo elogio inmediatamente anterior, seguro que jamás tuvo la suficiente curiosidad para averiguar quién escribió el guión, por ejemplo, de Diario de una recamarera (1964), Bella de día (1967), La Vía Láctea (1969), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974), Ese obscuro objeto del deseo (1977), todas del enormísimo Buñuel, pero también los guiones, entre otros que completan unas cuatro decenas, de El tambor de hojalata (1979), Danton (1982), La insoportable levedad del ser (1988), Valmont (1989), Cyrano de Bergerac (1990) y Sommersby (1993). Ah, y también ha sido actor, como lo certifica la citada La Vía Láctea, entre otras.
Carriére, quien por cierto acaba de cumplir sus primeros ochenta y un años de edad el pasado miércoles 19, es el eje y el centro de gravedad absoluto de este documental, como lo ha sido de una porción insoslayable de la mejor escritura para cine jamás realizada. Lo dicen, de viva voz, colegas intelectuales y cineastas suyos como Peter Brook, Zuresh Jindal, Nahal Tajadod y su muy entrañable amigo Milos Forman (verlos juntos, lúdicos y sabios, bromeando y rememorando, jóvenes octogenarios que desandan Central Park, es ya por sí misma –la escena, es decir– todo un documento).
Es lástima, y de las grandes, que un documental como éste, salido de las manos del mismo Rulfo, no tenga el rebumbio mediático ni provoque el mismo interés –quizá la clave sea este último vocablo– que sí suscitó De panzazo. Imagínelo el improbable lector: ora resulta que Loret de Mola vale más la pena que Jean-Claude Carriére.
Cristianismo de a devis
Hace apenas un par de días, el sacerdote católico Alejandro Solalinde sostuvo, con la valentía y la serenidad que le caracterizan, que él y otros curas estaban dispuestos a enfrentar el riesgo –para ellos tremendo– de sufrir la excomunión. Los “motivos” no podrían ser más paradójicos, ya que dicho riesgo pende sobre sus cabezas debido a que llevan a la práctica, y sin cortapisas, varias virtudes de ésas que la Iglesia católica se ufana de enarbolar como si sólo ella las poseyera –la misericordia, el amor al prójimo, etecé–, pero que cuando pasan del bonitismo verbal a los hechos concretos, le crean gordos problemas de conciencia a dicha Iglesia, mientras que a ministros suyos dignos y valerosos, como Solalinde, le representan inclusive el riesgo de perder no sólo el derecho a la comunión, sino la vida misma.
En El albergue (2012), dirigido por la experimentada documentalista y también docente cuequera Alejandra Islas, puede verse la historia, reciente y presente, del trabajo auténticamente pastoral del padre Solalinde, que se ha dedicado a la defensa y el apoyo irrestricto de los migrantes centroamericanos que pasan por México rumbo a los yunaites y que, en dicho trayecto, son víctimas de toda suerte de abusos, vejaciones, violaciones y atentados en contra de sus derechos, sean civiles, legales o humanos. Puede verse, pues, tal historia, pero a través de ella se aprecia también, y en primerísimo plano, el tamaño espiritual de un hombre como se necesitan muchos en este país en estos días.
Muy diferente por cierto, pero mucho de verdad, al oportunismo televisivo que más de una vez ha montado a un reportero sensacionalista con una cámara sensiblera en el fúnebremente célebre tren conocido como La Bestia.
(Continuará)
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