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Felipe Garrido
Segunda vez
Por la tarde nos prestaron un rifle de municiones. En el lote baldío pusimos unas latas en un árbol para tirarles. Yo había disparado solamente en las ferias, a una distancia mucho más corta, y los otros muchachos eran unos expertos. Pero poco a poco fui afinando la puntería.
De pronto sucedió: alcé el rifle, apunté con mucho cuidado, disparé. El bote no se movió. Un pájaro se cruzó volando y la munición lo mató, en el aire. Todos lo festejaron con gritos y risas, y uno de los niños me trajo el animalito. Lo sostuve en las manos, caliente, y me sentí terriblemente mal. Era precioso. Tenía el pecho de un negro intenso y las alas amarillas; el pico roto. Habría dado cualquier cosa por devolverle la vida; no había querido matarlo. En la noche me costó trabajo dormir. Al día siguiente salí solo, casi de madrugada; había visto dónde guardaron el arma. La segunda vez fue diferente. Tuve paciencia. Esperé a que el animalito se posara en una rama. |