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Nyotaimori, moda japonesa de comer sushi sobre el cuerpo de una persona
Come, este es mi cuerpo
Esther Andradi
mercado
En el mercado me detengo ante la escultural calabaza. A un costado, una palta morada le hace un requiebro. La palta está partida a fin de demostrar eficazmente que es tan tierna como las que más. No puedo seguir adelante. Necesito confiar a alguien esta maravilla y entonces descubro que el mundo es un mercado y más valdría no hacer las compras sola.
vino
Mi cara se parece cada vez más a una pasa. Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás. Por eso bebo tanto. Para macerarme en alcohol y así poder tragarme. Lástima que no puedo sobornar al espejo.
Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.
nueces
Los vegetarianos me dijeron que una nuez tiene las mismas proteínas que un bife. Así que el domingo compré nueces. Soy mujer de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos. Ergo: no dispongo de rompenueces. De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra la mesa. Imposible. Apelé a mi instinto y apreté una contra otra. Infalible.
La comprobación me enseñó que aún con feminismo y todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el piso –como nos hacen a algunas– sino apretando una contra otra.
Como las nueces.
carnes i
¿Hay algo más masculino que la carne?
¿Más violento y lleno de provocaciones que un trozo de carne fresca colgando del gancho? A veces, cuando mi esmerado casero destroza la carne con un hacha y sobre un tronco –procedimiento común en los mercados peruanos, pero que, como se sabe no es lo más apropiado– después, mientras sorteo astillitas de madera y huesitos triturados, siento que me como un macho. Un camionero en musculosa, bigotes y barba incluída.
Prefiero las verduras y frutas, mil veces. Pero entre nosotras las hay carnívoras...¡y cómo!
carnes ii
Verdad es que también existen aquellas carnes andróginas, y una que otra asexuada, tierna como recién nacido. Entre las primeras, qué duda cabe, están todas las formas de los lomos exceptuando aquellos fuertemente aderezados –con pimienta por ejemplo– que me retrotraen indefectiblemente a la imagen del hombre del camión.
Entre las segundas, el insípido pollo y algunas variedades de pescados.
¿Los mariscos? Esos tienen todos los sexos y aun los que no tienen nombre, toxinas incluidas, sazonando la moral y el rito de chupar y sorber el laberinto de sus interiores. Como decía Proust –“con todo el pasmo y el dolor del amor“–
O como dijo alguna vez una analista querida: “–No se preocupe por sus opciones sexuales. Los pansexuales como usted, no conocen reglas–“
Igualito a los mariscos.
carnes iii
Y ni qué decir, que si hay que elegir entre masculinidades, atraco con los chicharrones. Crocantes, irremediablemente sebosos, calientes y deliciosos. A cualquier hora, pero preferiblemente al desayuno, después de una noche larga.
Seductores, varoniles, los chicharrones, casi siempre indigestos después, pero entretanto qué buenos.
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