Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de junio de 2012 Num: 901

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

10 de junio: Exilio
en la calle principal

Antonio Valle

Crónica de una restauración enmascarada
Gustavo Ogarrio

Los persas y su lengua
de aves y de rosas

Alejandra Gómez Colorado

El lugar más pequeño: exterminio y reconstrucción en
El Salvador

Paula Mónaco Felipe

Columnas:
Perfiles
Marcos Winocur

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Luis Tovar
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De las palabras a los hechos

A los 49, a los 132 y a los más de 60 mil

El hecho de que haya nacido en 1977 y, por ende, contar a la fecha con treinta y cuatro, máximo treinta y cinco años de edad, impiden ubicar a Kyzza Terrazas en una franja generacional –grosso modo, los nacidos en los años sesenta– diríase obvia para que un miembro de la misma tenga ciertas preocupaciones y aborde ciertos temas pero, sobre todo, desde ciertas perspectivas específicas, y no ha de ser extraño que, a raíz de lo anterior, experimente la rara sensación de haber llegado involuntariamente tarde. Al mismo tiempo, alguien como Terrazas quizá deplore, así sea sólo en su fuero interno, que no esté siendo la suya sino la siguiente generación –a la cual se suma la posterior a ésta–, la que con sus palabras, y más destacadamente con sus actos, está asumiendo un rol no sólo protagónico sino, por lo que hasta el momento puede ser ponderado, fundamental en la vida política y social de este país.

El hecho de que así sea no es óbice, como por ejemplo hace constar El lenguaje de los machetes (2011), para que los nacidos en la década de los años setenta hagan saber que ellos también; ¿qué? Varias cosas: que también tienen algo, mucho por decir; que al igual que sus predecesores generacionales, conocen la historia de su país; que como sus sucesores, no querrán llegar únicamente a los meandros de la palabra y tendrán el valor de acceder a la planicie de los actos; que, similar a éstos y aquéllos, son conscientes de que su presente y su futuro están siendo víctimas de la inoperancia, la negligencia, la ineptitud, la venalidad, el cinismo, la caradura, la mendacidad, la hipocresía, la sordera, el oportunismo, el gatopardismo, la deshonestidad, la corrupción, la ostentación, el derroche, la criminalidad, la represión, la impunidad –y ponga usted aquí el interminable etcétera que de seguro está pensando–, con la que un puñado de impresentables toma decisiones, ejerce presupuestos y ocupa cargos, en todo lo cual fracasa estrepitosamente y con consecuencias funestas para la sociedad a la que primero dijo querer “servir”.

El hecho central que se cuenta en la ópera prima de Terrazas puede resumirse así: érase una pareja de jóvenes, muy politizada y contestataria que, como consecuencia de la indisoluble mezcla de lo personal y lo colectivo, un día decide llevar a cabo un acto de los denominados “terroristas”, mismo que, también a causa de esa inextricable unión entre lo colectivo y lo personal, a fin de cuentas no se realiza. Que un setentero, como Terrazas –guionista de su propio filme–, postule lo que se ve en su ópera prima como detonador de soluciones o respuestas al insostenible estado de las cosas, habla en primera instancia de hartazgo y exasperación: que todo vuele, que todo estalle en pedazos, quizá como necesario preámbulo para comenzar de nuevo. Sin embargo, el terrorismus interruptus con el que culmina la trama dice que, a estas alturas de nuestra historia, no son esos métodos, ni cualesquiera otros que se le parezcan, los que pueden conducirnos a un escenario colectivo luminoso o, ya de perdida, menos turbio que éste en el que nos encontramos.

La palabra, el lenguaje: el de los machetes del que habla el título de la cinta, en alusión directa a los hechos que tuvieron lugar en San Mateo Atenco (¿alguien lo ignora o lo ha olvidado?: la represión sangrienta de manifestantes y la violación a mujeres a manos de policías, entre otras muestras de barbarie; todo justificado, y en su propia voz, como el “uso legítimo de la fuerza del Estado” por un tal Enrique Peña Nieto, entonces gobernador del estado de México). El lenguaje, la palabra en su eternamente doble posibilidad: la de acercar o separar, esclarecer u obscurecer, mentir o decir verdad. La palabra, El lenguaje de los machetes como último recurso frente a la cerrazón, la redonda indisposición para el diálogo de quien se niega a ser interlocutor de sus gobernados, bien sea porque supone que “acceder” a ello aminora su poder, bien sea porque acusa una total incapacidad para la generación del discurso y, con él, de las ideas.

Estrenada más de medio año después de haber hecho la usual ruta festivalera propia de una cinta de sus características, El lenguaje de los machetes cayó en cartelera en un momento inmejorable, de cara a los ya muy cercanos comicios presidenciales. Lástima la pésima difusión, el seguro trato miserable que se le dará mediáticamente y, para rematar, la presencia en cartelera de bodriazos como esa estolidez llamada Hombres de negro en su tercera y muy aburrida entrega.