Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
10 de junio: Exilio
en la calle principal
Antonio Valle
Crónica de una restauración enmascarada
Gustavo Ogarrio
Los persas y su lengua
de aves y de rosas
Alejandra Gómez Colorado
El lugar más pequeño: exterminio y reconstrucción en
El Salvador
Paula Mónaco Felipe
Columnas:
Perfiles
Marcos Winocur
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Rodolfo Alonso
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
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Los objetos de esta casa
Pensaba en los objetos que se quedan cuando uno se va a un largo viaje: el jarrón sobre la mesa del comedor, la cuchara olvidada en el fregadero, una almohada, la lámpara del escritorio, incluso el libro de Montaigne abierto por el medio. Uno se va y todos ellos se quedan ahí, abandonados a su suerte y, a veces, sólo bajo el amparo de una noche sin estrellas. Pensaba si, en algún momento, también extrañarán no hacer la función que antes cumplían, tan ritualmente, o si, acaso, se preguntarán por el destino de los habitantes de la casa, o tal vez por otros objetos que solían rozar cuando realizaban su labor (como lo hacen el tenedor y el cuchillo), el aroma de la comida o la música antes del anochecer. Me resisto a pensar que no pueden sentir nada, que están más muertos que nuestros muertos. Y tanto o más olvidados que ellos. ¿De verdad no seguirán su vida normal a nuestras espaldas?, ¿de verdad no se agitará su respiración ante el peligro inminente? Me gustaría vigilarlos desde un rincón de la dura sombra. Estoy seguro, no sé por qué, que me llevaría una sorpresa. |