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Defender al CADAC: el regreso de Azar
Un conjunto significativo de la comunidad artística se ha rebelado contra el mandato absurdo de desalojar la casona de avenida Centenario que alberga el Centro de Arte Dramático (CADAC), la institución teatral que fundó Héctor Azar en 1975, con la convicción de que el teatro nos hace mejores y permite trabajar en conjunto, y que ahora defiende con valentía y dignidad su hijo Carlos, escritor y profesor universitario.
La incompetencia y arrogancia del Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales (Indaabin) que administra el patrimonio inmobiliario federal, se había propuesto desalojar al CADAC tras inhabilitar en 2000 el teatro que no tenía autorización a comercializar su taquilla.
Héctor Azar generó, hizo posible una biblioteca de teatro que recoge también un riquísimo material documental para reconstruir algunos capítulos de nuestra historia; sistematizó un conocimiento sobre la dramaturgia, la escenografía y el uso del espacio, que colocan al Centro en un lugar de capital importancia para la enseñanza y la transmisión y relectura del teatro clásico bajo una mirada nacional (no nacionalista) y contemporánea.
CADAC es una escuela de teatro y composición que trata de hacer convivir lo escolar, es decir, transmitir la experiencia de la creación sin el compromiso definitivo de lo profesional, pero también con el rigor de la enseñanza de la actuación, la dirección y la composición dramática. Esa ha sido tarea de algunas organizaciones que intentan legar los bienes de sus agremiados, como es el ejemplo de Sogem con su Escuela de Escritores.
No deja de sorprender que una institución de probado rigor en sus casi cuatro décadas, autofinanciable, reciba el encono de un gobierno que se caracteriza por la obsesión de sacar dinero hasta de los símbolos patrios (la ridículas estrategias epistemológicas durante las celebraciones del Bicentenario) y ha convocado a que hasta los artistas e intelectuales se changarricen para dejar de ser considerados esas rémoras que siempre nadan en las corrientes cálidas del presupuesto.
Héctor Azar siempre sostuvo que, en México, las “instituciones son las personas” y así es. Aunque el camino es largo todavía, se notó la mano de Consuelo Sáizar, quien dijo en twitter que intervendría para frenar desde la instancia más alta esa aplanadora burocrática desinteresada en saber si lo que atropella es un proyecto de alta dignidad o un “changarro” de los que les tocó apoyar en el sexenio anterior.
Si ya Conaculta y la sep dejaron ir la oportunidad de contar con tres compañías de danza contemporánea que representaban el rostro de la tradición y de la diversidad, ¿por qué no defender un proyecto que ya es de la sociedad a pesar de que tienen alguna actividad económica (de lucro, dice el Indaabin) que consiste en hacer unos cursos que tienen un costo de recuperación para mantener a los profesores que los imparten?
Pero si la actividad académica, de talleres y cursos es importante, también lo es la conservación de un acervo bibliográfico y documental (fotos, programas de mano, entre otros), incluido el propio acervo personal de Héctor Azar (quien fuera titular de la Compañía Nacional de Teatro, el Foro Isabelino, la Compañía de Teatro Universitario y del Centro Universitario de Teatro), tan consultado por las propias instancias gubernamentales dedicadas al teatro, desde el Centro Universitario de Teatro hasta el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli.
En una ciudad donde prolifera la apertura de antros y restaurantes, la esquina de Centenario se ve con codicia y se espera con paciencia que venza el último minuto de un procedimiento que, si bien es legal, no guarda proporción con los motivos que la institución exhibe para no renovar el comodato. El director de Indaabin se ha ablandado con el repudio que se le ha manifestado a la insensibilidad institucional por la falta de voluntad de encontrar soluciones y ajustar los mecanismos de renovación del comodato.
Valdría la pena empezar a organizar la celebración de los cuarenta años de CADAC, que atiende a quinientos alumnos anualmente y del que han egresado 18 mil personas que son capaces de comunicar la experiencia primordial de lo teatral, y mostrar lo que se puede hacer con ese Espacio C, como lo llamó Azar inspirado en la idea de llevar al teatro nuevas ideas. Bien dice Juan Villoro en un artículo sobre este tema: “en un país con 60 mil muertos en seis años, la pérdida de una opción cultural acreditada es un triunfo de la violencia”
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