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Estupidez hegemónica
He perdido cuenta de las veces que he dicho, repetido o citado a otros que también dicen que la televisión mexicana, salvo excepciones que podríamos contar con los dedos de una mano y nos sobrarían dedos, hace pura porquería. Si dejamos de lado a Canal 22, Once TV o el canal de la UNAM, quedan dos o tres casas productoras de presencia menor (y programación execrable, casi siempre al cortesano servicio del gobierno en funciones), como Antena 3, la de Vázquez Raña, pero la hegemonía sin competencia real sigue siendo el duopolio Televisa-TV Azteca. Ambas televisoras suponen variaciones de lo mismo. Ambas apuestan a la credulidad acrítica de un nutrido público iletrado y manipulable. Ambas explotan esa veta que mezcla fanatismo religioso con incultura para manejar un discurso paternalista donde la preponderancia de lo divino hurta la voluntad a lo humano, sembrando el sedimento fantástico de que será Dios quien decida el destino de individuos y naciones o, en su defecto, los que preconizan ese Dios. Allí entonces la flagrante presencia del clero, obviamente ligado a la derecha que dice gobernar, empecinado en negar la oportunidad a otro proyecto de nación, aunque los gobiernos derechistas y neoliberales desde Salinas hasta hoy, con cambios nimios de color, se han llevado el país entre las pezuñas al despeñadero.
Sabedoras de que la política en realidad poco o nada interesa a una masa poblacional abúlica y en vastos porcentajes analfabeta funcional, cuyos únicos canales de acopio de información son audiovisuales, las televisoras de Azcárraga y Salinas saturan a la teleaudiencia con borra televisiva que acaso espanta la modorra para estimular el morbo; una televisión amarillista, masiva, simplista, reiterativa, con inserciones de humor vulgar y repetitivo de estereotipos hasta la náusea; hecha para prohijar calculadas intervenciones de propaganda oficialista en varios formatos, como cientos de promocionales donde el gobierno gasta miles de millones de pesos que deberían ser aplicados en solventar las más elementales necesidades de los mexicanos, o las constantes apariciones de la mentirosa retórica oficial en forma de noticias en los diversos espacios informativos que esconden en realidad burdas vocerías gobiernistas.
Las televisoras del duopolio han minado durante décadas la figura (y la fuerza) de la mujer independiente y luchadora, la que reivindica sus derechos laborales, humanos y reproductivos, y en cambio constantemente refuerzan arquetipos –y vicios sociales– de mujer sumisa que, en lugar de sacar los arrestos por sí misma, llora en un rincón mientras pasa las cuentas de un rosario y “dialoga” con la Virgencita o cualquiera de los muchos idolillos del cementerio católico. ¿Por qué Historias engarzadas o cualquier símil de Televisa nunca hicieron una semblanza de Digna Ochoa, de Marisela Escobedo, de Susana Chávez o de Norma Andrade?
El mediodía es el ejemplo por antonomasia de la perversidad de las televisoras al diseñar su programación. En las señales centrales del duopolio, lo mismo que en sus capítulos estatales (mismos bodrios, peor producción), abundan los programas de relleno, de chisme, de humor vulgar, muchas veces construido en la humillación a cuadro de personajes locales que adolecen de sus facultades mentales. Las filiales de Azteca y Televisa en Guadalajara, Monterrey, Tampico, Puebla, Veracruz o Campeche son ejemplos de esa estupidez hegemónica que hace de la televisión un continuo flujo de escoria que no entrega información veraz o crítica, ni ofrece contenidos que enaltezcan la cultura general del público y tampoco obsequia entretenimiento que suponga un reto al intelecto del respetable. Programas como Ventaneando, Operación talento, Vuelve a la vida o cualquier cosa en que participen gorgonas, como Laura Bozzo o Rocío Sánchez, han envenenado por años la mente del público mexicano. Los saldos socioculturales del constante bombardeo de basura-propaganda-publicidad-basura son inconmensurables. Pero la complicidad de las televisoras, su naturaleza de continuidad del brazo propagandístico del gobierno, las hace inmunes a la legislación, a la regulación o a las sanciones.
En una cultura donde la impunidad representa el podio social del perpetrador, las televisoras del duopolio Televisa-Televisión Azteca son las históricas invictas, las intocables victoriosas de la mentira y la simulación, es decir, de hacer gobierno y gestión pública en un país donde las cuestiones públicas siempre terminan dirimiéndose a cuadro.
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