Textos selectos
(antología)
Macedonio Fernández
Adriana Buenos Aires
Nota a la Novela Mala
De los dos géneros de la novela, esta es la “Última Novela del Género de Mala”, como la “Novela de la Eterna y Niña de Dolor, la Dulce –persona de –un– amor que no fue sabido” es la “Primera Novela del Género de Buena”, según ha quedado advertido en prólogos de esta última con más la evidente explicación de por qué se necesitaba antes acertar , y hacer, la última mala.
Prueba dura ha sido: el mayor mérito quizá para el autor, que detenta el secreto de la doctrina de la novela buena, resistir a la incesante tentación de corregir las muchas inocencias artísticas de este relato, las ridículas interjecciones y las frases sentimentales, las casualidades y prodigios del azar, compréndase que para un autor al cual le es tan fácil hacer genial una novela, ello fue verdadera proeza de disciplina.
Estímeseme el trabajo que me ha costado no hacer genial a esta novela. Con razón encontré tantos modestos que alegaron falta de talento suficiente para encargarse. Y por cierto que hacer una novela mala en falso es más difícil que hacer la buena en buena.
Y una vez más: que no se las confunda.
En fin, declárome culpable, en mi debilidad por lo muy bueno, de haber destrozado y desechado un precioso de malo Final sangriento y de total ruina que tenía perfectamente construido hasta el punto de que todo el novelar no era más que la preparación adecuada para tal Final, y suplantándolo por el que vais a leer, que es perfecto, pero de perfecta novela, no en género malo, conforme a mi teoría de que la única verdadera tragedia no es el imposible de amor ni la muerte de los amantes sino el descaecimiento de lo que fue amor, el Olvido.
Los buenos lectores de novela mala tendrán que perdonarme el no detonante desenlace. Admito que es un final que no lo oyen ni los vecinos, ni los protagonistas. De todo en el mundo lo verdaderamente trágico es el Olvido, y de éste, lo más desesperante es que no se lo advierte: el gradual insidioso advenimiento de la conformidad. Y los protagonistas no saben que son muertos.
Museo de la novela de la eterna: al lector salteado
Confío en que no tendré lector seguido. Sería el que puede causar mi fracaso y despojarme de la celebridad que más o menos zurdamente procuro escamotear para alguno de mis personajes. Y eso de fracasar es un lucimiento que no sienta a la edad.
Al lector salteado me acojo. He aquí que leíste toda mi novela sin saberlo, te tornaste lector seguido e insabido al contártelo todo dispersamente y antes de la novela. El lector salteado es el más expuesto conmigo a leer seguido.
Ilustraciones de Gabriela Podestá |
Quise distraerte, no quise corregirte, porque al contrario eres el lector sabio, pues que practicas el entreleer que es lo que más fuerte impresión labra, conforme a mi teoría de que los personajes y los sucesos sólo insinuados, hábilmente truncos, son los que más quedan en la memoria.
Te dedico mi novela, Lector Salteado; me agradecerás una sensación nueva: el leer seguido. Al contrario, el lector seguido tendrá la sensación de una nueva manera de saltear: la de seguir al autor que salta.
Autobiografías: Pose N°5, para Sur (fragmento)
Nací porteño y en un año muy 1874. No entonces enseguida, pero sí apenas después, ya empecé a ser citado por Jorge Luis Borges, con tan poca timidez de encomios que por el terrible riesgo a que se expuso con esta vehemencia comencé a ser yo el autor de lo mejor que él había producido. Fui un talento de facto, por arrollamiento, por usurpación de la obra de él. Qué injusticia, querido Jorge Luis, poeta del “Truco” , de “El general Quiroga va al muere en coche”, verdadero maestro de aquella hora.
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Mi plan, que quizá nunca realizaré, era hacer la novela de lo que les pasa a dos o tres personas que se reúnen habitualmente a leer otra novela, de tal manera que estas personas que leen la novela se vivifiquen intensamente en la impresión del lector en contraposición con las personas protagonistas de la novela leída.
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En fin, complemento biográfico: nunca admití dinero por colaboraciones o libros míos, porque no puedo escribir bajo compromiso. Cuando algo tengo escrito soy yo quien pido me lo publiquen. Y de todos modos mis lectores caben en un colectivo y se bajan en la primera esquina.
Encabezamiento de drama
En la aldea silkasiana de Delictum, la muchacha Kina se sobresaltó viendo acercarse una laucha a la sartén, y como acto primo le tiró un pequeño palillo que tenía a su mano, muy difícil de dirigir como proyectil, que sin embargo acertó en la cabeza a la laucha que quedó redonda. Entre tanto, en Roma, en el intervalo de ver la laucha y acertarle Kina el golpe, Julio César recibía la segunda puñalada de Casio. Como se ve, no sólo en Roma se han dado grandes sucesos.
Cuadernos de todo y nada
Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo.
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Hay que ser un hombre que hizo algo más de bien que de mal. Como escritor hay que cumplir su misión con un poquito más de tiempo perdido en escribir que el que se pierde en leernos; le es obligado al escritor la delicadeza de no salir ganancioso.
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No hay pasión como la maternal y por lo tanto no hay inteligencia como la de las madres.
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Principio de novela. Cuando me enfrenté con la puerta de par en par abierta, comprendí que alguien tuvo un olvido de llaves y con presentimiento de crimen y sabia experiencia de que lo más hostil es una puerta inesperadamente abierta, aquélla me fue infranqueable y volvime.
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Hay muchos viajes que son mejores que el llegar a puerto, y hay hoy tantas frecuencias del “llegar tarde” a 300 kilómetros por hora, como caminando hace dos siglos. Sólo es Viajero, el Gran Viajero, el que piensa sin llegadas su Viaje.
Tomado de Textos selectos, Macedonio Fernández,
Ediciones Corregidor, Buenos Aires, Argentina, 2008.
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