Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de febrero de 2012 Num: 886

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El temple narrativo
y los perros

José María Espinasa

Tocar la tierra
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Gustavo Pérez

Por ti yo vivo soñando
Alessandra Galimberti

De la escritura como ausentamiento
Julio Prieto

Textos selectos (antología)
Macedonio Fernández

Un precursor de genios
Esther Andradi

Una alquimista
de la palabra

Adriana Cortes Koloffon entrevista con Amparo Dávila

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

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Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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con Amparo Dávila

Una alquimista
de la
palabra

Adriana
Cortes
Koloffon

Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928), autora de los libros de cuentos: Árboles petrificados, Música concreta y Tiempo destrozado, entre otros, y de poemas reunidos recientemente en Poesía reunida (FCE), tiene en su estudio dos fotografías que destacan entre los volúmenes de su librero: no es extraño que una de ellas sea de Franz Kafka, autor que delata su gusto por lo insólito; la otra, de Julio Cortázar, quien fuera amigo de la escritora y admirador de sus cuentos. Su fama como cuentista ha llegado lejos: una estudiante en Salamanca escribe una tesis doctoral sobre la obra de esta narradora capaz de transformar un suceso cotidiano en relatos donde lo insólito ¿fantástico? cambia el curso de la vida de sus personajes que cruzan la línea tenue que separa al sueño de la realidad.

–¿Qué le enseñó Alfonso Reyes?

–Cuando llegué con él escribía nada más poesía; él me hizo ver que aun para manejar el idioma la prosa era necesarísima. Entonces escribí cuentos que ya había hecho cuando estaba en la escuela. Don Alfonso revisó lo que yo hacía y me decía: “¡Es un cuento muy bueno!” y lo recomendaba a la Revista de la Universidad, la Revista Mexicana de Literatura y Estaciones, que hacía el poeta Elías Nandino. Mis cuentos fueron muy bien recibidos, me salían de una forma bastante espontánea. He procurado ser muy rigurosa, no permitirme palabras innecesarias sino lo preciso. Si se puede decir algo en tres líneas, ¿por qué decirlo en seis?

–¿Fue poeta antes que cuentista?

–Empecé a escribir poesía cuando iba a hacer la primera comunión, pequeños poemitas místicos que le escribía a Dios. ¡No podría decir qué fui primero, si poeta o cuentista! Me eduqué en dos colegios religiosos a donde llegué a los seis años. Cuando lo preparan a uno para la primera comunión, enseñan historia de la Iglesia, y leí la traducción de fray Luis de León del Cantar de los Cantares, poema de amor bellísimo, escrito en paralelismo hebreo, donde un verso reafirma lo que el otro dice. En la misa tenemos un salmo responsorial: una primera lectura, una segunda y luego un salmo. Cuando yo escribí mis Salmos bajo la luna no eran de tipo religioso sino paganos, aunque conservé la estructura del salmo en paralelismo.

–¿Qué tan difícil fue para usted asumirse como escritora?

–Simplemente escribía porque necesitaba expresar cosas. Creo que lo hacía de una forma inocente, sin otro fin. Don Alfonso me enseñó a no comprometerme más que conmigo misma y la literatura. Me decía: “Puedes frecuentar a muchos escritores pero sé tú libre, no pertenezcas a ningún grupo.” Escribo cuando necesito escribir, no tengo disciplinas en cuanto a horarios.

–La crítica se ha referido a su interés por la alquimia. Recuerdo uno de sus cuentos, “El espejo”, que denota este gusto.

–Pinos es una región minera. Cuando yo era muy pequeña, iba mucho a la montaña donde hay piedritas muy bonitas, se les llama pedernales, que yo recogía igual que muchas flores; metía las piedritas en una bolsita, creía que las iba a transformar en oro. Yo tenía muchos frascos desocupados donde las metía y les ponía pedacitos de papel de china de colores para pintarlas, y los cerraba pensando que cuando los volviera a abrir ya iban a estar transmutadas en oro. También llenaba frascos con los pétalos de las flores a los que les ponía agua y pedacitos de papel de colores. Pensaba que con éstos o con sus propios pétalos se iban a convertir en perfumes. Pero ¡oh sorpresa! Nunca sucedió esa transmutación y lo único que sucedía era que la bodega se llenaba de pestilentes olores porque los pétalos se echaban a perder. Como alquimista no tuve éxito. Tampoco he leído a Jung.

–Usted parece muy dulce, en cambio sus cuentos producen escalofrío porque tratan sobre el amor, la muerte, la locura y la enfermedad.

–Soy una persona muy sensitiva, a veces un olor, un paisaje, una música, sencillamente un árbol, me trae a la memoria algo que ya viví o que recuerdo. Después el cuento empieza a tomar su propio camino.

–En sus relatos siempre sucede un hecho insólito que irrumpe en la cotidianidad, parecen cuentos fantásticos o cercanos a esta palabra en alemán, unheimlich, que designa lo siniestro, lo desconocido.

–La vida nunca es pareja sino que uno generalmente está viviendo tranquilo pero día a día surgen cosas, no seguimos en un solo plano sino que pasamos por algunas piedritas, tropezones. La vida es un camino accidentado y yo creo que reflejo en los cuentos el cambio de una estructura por otra.

–En su cuento “La carta” se lee esta frase: “Llegar hasta el alma estremece.” ¿Usted ha llegado hasta el alma?

–Yo creo que nadie ha llegado hasta el alma. Uno a veces intenta llegar hasta el alma de otra persona pero no es factible porque depende de la resistencia que oponga, como una puerta que se abre, ¿hasta dónde se abre? ¿Hasta dónde dejan que usted se asome o penetre?

–¿Usted es muy religiosa? ¿Cree en Dios?

–Claro que sí.

–¿Encuentra coincidencias entre sus cuentos y los de Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas, sus amigas, pertenecientes a su generación?

–En cuanto al tema del misterio, lo desconocido. Hay tres misterios inquietantes en la vida: el amor, que nunca sabe uno dónde lo va a encontrar, pero también se va; la locura, separada de la cordura por un hilito muy fino que de pronto se rompe; y la muerte: no sabemos a dónde vamos ni por qué.

–¿Y similitudes con Cristina Rivera Garza?

–Tal vez. No la he leído. En La cresta de Ilión me pone como personaje. Para mí ha sido difícil –no se puede ser juez y parte–; no me siento muy reflejada. Creo que la novela se le escapa aunque de novela no sé mucho.

–En el homenaje que le hicieron en 2011 en Bellas Artes se dijo que, siendo niña, usted les contaba historias a sus amigas junto a una fogata.

–¡Pues no, quién sabe por qué lo dirían! Yo me fui a los seis años a San Luis. Mientras vivía en Pinos me dediqué a jugar con mis perros y gatos. Como oigo tan mal, ni cuenta me di de que lo habían dicho.