Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El temple narrativo
y los perros
José María Espinasa
Tocar la tierra
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Gustavo Pérez
Por ti yo vivo soñando
Alessandra Galimberti
De la escritura como ausentamiento
Julio Prieto
Textos selectos (antología)
Macedonio Fernández
Un precursor de genios
Esther Andradi
Una alquimista
de la palabra
Adriana Cortes Koloffon entrevista con Amparo Dávila
Leer
Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Germaine Gómez Haro
Las raíces de Rivelino: una aberración
El 19 de enero se inauguró el proyecto urbano de instalación e intervención Raíces, del escultor Roberto Rivelino (San José de Gracia, Jalisco, 1973). Al día siguiente de la aparición de sus colosales esperpentos vegetales, que reptan por plazas públicas y trepan por edificios emblemáticos del Centro Histórico, se desató en los medios impresos y electrónicos una tromba de críticas severas y comentarios adversos que cuestionan muy seriamente este ambicioso proyecto, cuya calidad estética, técnica y conceptual deja mucho que desear. El autor eligió catorce espacios de carácter histórico-artístico para ser intervenidos por sus malogradas raíces de 1.2 km de extensión, hechas de poliuretano, fibra de vidrio y resina policromada con una paupérrima pátina amarilla, que supuestamente son una metáfora de “nuestro pasado, un viaje por nuestra historia y patrimonio”, aunque más bien parecen aliens salidos de una película gore. El guión curatorial que sustenta el proyecto es de una vacuidad insostenible (www.rivelino.com.mx/raices), pero la resolución técnica de la kilométrica pieza es aún peor. Surge aquí la primera pregunta: ¿quién tuvo a su cargo la autorización de este proyecto de ínfima calidad que no tiene ni pies ni cabeza? Porque los altos funcionarios que inauguraron la muestra –Marcelo Ebrard, Consuelo Sáizar y Elena Cepeda, entre una decena de organismos públicos culturales, incluyendo la UNAM– seguramente ni se enteraron de lo que estaban avalando. Y aunque Rivelino no contó con fondos públicos para este proyecto, pues con su consabida habilidad consiguió el patrocinio total en instituciones privadas, la segunda pregunta obligada sería: ¿nadie da seguimiento a la calidad en el proceso de un trabajo de esta magnitud, que se presenta en espacios públicos por tratarse de una obra no financiada por el Estado? El arte público tiene una función social y la responsabilidad de lo que se exhibe en nuestras calles y plazas es aún mayor que la de los museos, pues colocar adefesios como éstos a la vista de todos, lejos de acercar al ciudadano común a una supuesta obra de arte, lo confunde y lo ahuyenta. Si eso es el arte contemporáneo, ¿quién va a querer pagar para ver algo similar dentro de un museo?
Ante la indignación y consternación que nos ha provocado a muchos mexicanos este aberrante proyecto, y mientras que tantos artistas de reconocido talento no consiguen un mínimo apoyo para exhibir su trabajo, reproduzco el testimonio que recogí de los colegas Jorge Alberto Manrique, Ingrid Suckaer y Luis Rius, quienes también se han dado a la tarea de cuestionar y denunciar estas “cosas espantosas”, como las llamó Raquel Tibol, quien, dicho sea de paso, me confesó que es la primera vez en su vida que utiliza ese término para referirse abiertamente a una dizque obra de arte. Rius hace un cuestionamiento lapidario: “¿Qué será más terrible… Que las raíces de Rivelino las haya sembrado por todas partes un criterio poderoso y secreto, o bien, una ausencia total de criterio?” En tanto que Suckaer espeta: “Acerca del proyecto Raíces, en su sitio web Rivelino cita a Octavio Paz: –La arquitectura es el testigo menos sobornable de la historia. El grosero resultado de sus Raíces me lleva a reafirmar que necesitamos un ombudsman para el arte y la cultura: catorce instituciones públicas avalaron el despropósito de Rivelino y siete corporaciones privadas le dieron el dinero para la tal cosa. México está herido: urge cultivar una nueva conciencia individual y colectiva.”
El proyecto Raíces felizmente será retirado de nuestra vista el 29 de febrero, pero el debate apenas comienza. Los transeúntes de esta megalópolis, de por sí víctimas de la peor contaminación visual, no nos merecemos estas aberraciones. Jorge Alberto Manrique comenta: “Es normal que en todo el mundo haya instalaciones públicas en estos tiempos, en México es lo mismo que en otros países, como las obras de Rivelino. La idea de relacionar los edificios públicos es novedosa; es curiosa la idea de que al público le interesen estas obras. Asumo luego que fue pagado por promotores particulares.” Efectivamente, el arte en la calle puede y debe incidir de manera creativa y positiva en el público general, pero exigimos conciencia, criterio, sentido común y sensibilidad estética a quienes tienen el poder de tomar decisiones en materia de arte y urbanismo. Esta vez, brillaron por su ausencia.
|