Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de febrero de 2012 Num: 886

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El temple narrativo
y los perros

José María Espinasa

Tocar la tierra
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Gustavo Pérez

Por ti yo vivo soñando
Alessandra Galimberti

De la escritura como ausentamiento
Julio Prieto

Textos selectos (antología)
Macedonio Fernández

Un precursor de genios
Esther Andradi

Una alquimista
de la palabra

Adriana Cortes Koloffon entrevista con Amparo Dávila

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Hugo Gutiérrez Vega

Graham Greene y Monsiváis

Una tarde de octubre de 1970 asistí, con Carlos Monsiváis, a una conferencia que daba, en Porchester Hall, el gran novelista y nunca premio de los suecos, Graham Greene. El autor de Getting to Know the General habló de sus aficiones panameñas y de su respeto y admiración por ese interesante nacionalista que fue el general Torrijos. Greene formó parte de la delegación panameña que fue a la Casa Blanca para negociar con Carter la devolución del canal a su legítimo propietario, el pueblo panameño. En la pequeña comitiva figuraba, de manera brillante, Chuchú Martínez, el intelectual asesor del general y compañero de Greene en jornadas prodigiosas por los terrenos de la bebida, que los escoceses inventaron para regular la presión arterial (eso era lo que Greene, “médico de sí mismo”, afirmaba). Terminando la charla nos acercamos al autor de The End of the Affair. Nos preguntó de dónde salíamos y, con cierta desconfianza, le dijimos que éramos mexicanos, pero que, como él lo sabía muy bien, nobody is perfect. Rio de buena gana y declaró, con una sonrisa y un resplandor en sus ojillos azules, que odiaba a nuestro país. No nos desanimó con semejante despropósito y seguimos conversando. Sabíamos los nombres de todas sus novelas, piezas teatrales, ensayos y libros de cuentos, y sabíamos, además, en qué circunstancias había llegado a México y había desembarcado, bajo un sol de justicia, en el tembloroso muelle de Frontera (gobernaba Tabasco Garrido Canabal y Greene apenas unos meses antes de viajar a México se había convertido a la religión católica).

Monsiváis trató a fondo los grandes temas de El poder y la gloria, y reconoció el respeto que Greene sintió por el militar agnóstico, casado con la contadora de hagiografías, y partidario leal y riguroso del Estado laico. Greene, ante la sabiduría desplegada por Monsi, nos invitó a sentarnos en una mesa de la cafetería del Hall. Recordé al lamentable padre José y su paso cansino hacia la cama en donde lo esperaba la beata que descubrió su furor uterino cuando, para cumplir con los absurdos preceptos de la Ley Garrido, se casó con el voluminoso y fatigado cura que, a su vez, se plegó al reglamento de cultos que exigía a los sacerdotes (uno por cada cincuenta mil habitantes) casarse y demostrar ante juez su salud sexual. Greene escuchaba al par de mexicanos que conocían página por página su novela predilecta y, de repente, interrumpió nuestra charla para pedirnos datos sobre Andrés Henestrosa. “Sé que encabezó un movimiento de intelectuales que repudiaban mi libro de viajes Caminos sin ley.” Le dijimos que efectivamente el libro había sido expulsado de las librerías por unos meses, pero que había regresado y, en la actualidad, era una de sus obras más leídas y comentadas en México. Declaramos que no lo odiábamos a pesar de su disgusto por nuestro país. “Al fin, como dice la canción, no somos monedita de oro.” Monsi aventuró la teoría de que ese país al que consideraba repelente, de alguna misteriosa manera le había causado una especie de fascinación. Greene abrió los ojos y asintió con un movimiento de cabeza. Terminamos la charla recordando que el cura personaje de El poder y la gloria existió en realidad, pero no fue el mártir del último capítulo de la novela, sino que fue encontrado muerto de congestión alcohólica en el retrete de una taberna de Tenosique. Esto no tenía demasiada importancia, pues lo valioso era su desobediencia épica, su fe y el cumplimiento de su vocación sacerdotal.

Pensando en Ford, Fonda, Dolores del Río y Armendáriz, nos despedimos del odiador fascinado por nuestro país. Carlos Monsiváis le había dejado esa inquietud que muchos años más tarde plasmó en un breve texto sobre “el misterio mexicano”.

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