Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de julio de 2011 Num: 854

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Patrick Modiano: esas pequeñas cosas
Jorge Gudiño

Memorias de Jacques Chirac
Vilma Fuentes

La sal de la tierra
Sonia Peña

Flann O’Brien, el humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

Aute a la intemperie
Jochy Herrera entrevista con Luis Eduardo Aute

Ramón en la Rotonda
Vicente Quirarte

Vicente Quirarte y los fantasmas de Ramón López Velarde
Marco Antonio Campos

Kubrick, el ajedrez y el cine
Hugo Vargas

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
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Cabezalcubo
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Memorias de Jacques Chirac

Vilma Fuentes

Vaivén continuo entre la historia reciente y la más antigua de Francia. Ida y vuelta de la cercana actualidad de su mandato presidencial y los acontecimientos que pertenecen a épocas más lejanas y en definitiva históricas. El segundo volumen de las memorias de Jacques Chirac nos presenta un fresco de doce años de vida política, expuestos a la luz para nada mortecina de las reflexiones y reflejos que el tiempo otorga en sus momentos de descanso.

Cuando recibí este libro de más de seiscientas páginas, creí poder leerlo con rapidez. En diagonal. Imposible: su lectura obliga a releer sus líneas. Propone cuestiones que abren la puerta a nuevas preguntas en un ejercicio de memoria y reflexión constantes.

Le temps présidentiel tiene como piedra fundamental el repaso de la Historia. Para el ex presidente francés, “es un deber de los gobernantes referirse siempre a las lecciones de la Historia. Ignorarlas sería una culpable imprudencia, por la fuerte razón que esta misma Historia no cesa de repetirse y parece incansablemente sacar partido de la inconsciencia o de la amnesia de los hombres”. Chirac conoce la de Francia y no desconoce la de otros territorios y otra épocas, por lejanos y alejadas que aquéllos y éstas se encuentren. Su reflexión sobre el tiempo es la otra piedra angular de estas memorias.

De esta búsqueda constante de los orígenes, retorno incesante, emanan a la vez una visión y la humildad de saber lo efímero de la vida, las cosas, el poder. Con la modestia que lo lleva a atribuir a otros muchas de sus inspiraciones y de sus actos, Chirac narra su encuentro, en 1990, con Jacques Kerchache. Cuando este viajero, explorador, antropólogo, lo aborda por vez primera diciéndole: “Señor alcalde (en esa época, Chirac era alcalde de París), ¿sabe que usted tiene un libro mío?”, el futuro presidente de Francia responde riendo, complacido de su imagen de persona inculta, quien sólo apreciaría “las películas de vaqueros y la música militar”: “Escuche, yo no leo nunca libros. Así pues, no puedo tener un libro suyo.” Kerchache afirma haber visto en la foto de una revista su libro sobre arte africano en el escritorio de Chirac. Se identifica y nace la amistad que los unió hasta la muerte del antropólogo y dio lugar a la larga labor de salvación y revalorización de las artes primeras que culminaría con la creación del museo conocido como Quai Branly, el cual posee tesoros de estas artes.

La idea de valorizar este patrimonio de la humanidad “se percibe como un sacrilegio vis-a-vis de las estructuras ya existentes”. Kerchache y Chirac forman una alianza para demoler el orden establecido. 1992, quinto centenario del “descubrimiento de América por Colón” (las comillas son de Chirac), va a darles la ocasión de “rendir un homenaje, no al supuesto descubridor, sino a los pueblos y culturas que su intrusión en este continente no sirvió sino para diezmar y destruir. Entramos así al corazón de nuestro propio tema: la rehabilitación de las más antiguas civilizaciones universales y de la herencia artística irremplazable que dejaron”. Cuando el rey Juan Carlos, asombrado de la actitud de Chirac, le telefonea, responde que “la expedición de Colón no constituía ante sus ojos un gran momento de la Historia, sino más bien una ‘calamidad’ que nada justificaba celebrar”, antes de añadir: “tengo la intención de organizar una gran exposición a la memoria de los indios que Colón hizo asesinar”. Para el proyecto del Museo de Artes y Civilizaciones, contó con el apoyo de Lévi-Strauss, pues “fue necesaria toda mi autoridad de jefe de Estado para persuadir al presidente del Louvre, Pierre Rosenberg, obstinadamente opuesto a la idea de hacer cohabitar la Gioconda y la Venus de Milo con una estatua azteca”.

Esta pasión de Chirac por las artes más antiguas le viene desde su juventud, ante la contemplación de algunos objetos. De esta afición exaltante emana, tal vez, su concepción del tiempo.

A la aventura de pueblos espoliados, de hombres así olvidados, “cuya existencia me revelaron las huellas que sólo subsistían en los museos que frecuentaba en secreto a los veinte años... debo mi primera verdadera lección de historia política”. Profundamente “sensible a la injusticia”, nada en los principios que le inculcaron sus padres “lo invitaba a quedar indiferente ante la suerte de sus semejantes”. De ahí, sin duda, toda su acción durante los más de cuarenta años de vida política y durante los doce en que ejerció el poder como jefe del Estado francés. Su combate contra un G7 que se erigía en directorio mundial, excluyendo a la mayoría de los pueblos de las decisiones que los conciernen. Su inquietud ante el peligro de la mundialización, peligro que “reside en el hecho de pretender una igualdad entre pueblos separados por diferencias sociales, económicas y culturales, diciéndoles: Van a correr juntos y el más rápido ganará. Como si todos pudieran tener las mismas posibilidades de triunfar”.

Combates por la paz en el Medio Oriente, contra la injusticia en África, por la creación de un Estado Palestino respetando al de Israel, contra la guerra en Irak y la predominancia estadunidense. Negociaciones con Rusia y China, cuyo apoyo le sirve cuando se trata de “dialogar” con un Clinton debilitado o un Bush con ideas predeterminadas. Retratos, en unos cuantos rasgos, de los más distintos dirigentes en el planeta, los cuales permiten al lector visualizar con claridad enfrentamientos y amistades. Secretos de negociaciones y pláticas con gobernantes de todo el mundo.

“Tiempo presidencial” en una nación de tradición monárquica (como lo es el zarismo en Rusia o el imperialismo en China y entre los aztecas). ¿Cómo ser rey sin ser monarca?, podría preguntársele. Chirac decidió escapar al “fenómeno de corte” dotándose “de colaboradores que osan afirmar lo que piensan a quien los dirige, sin temer disgustarlo, ni contentarse de ahondar en el sentido de lo que él, según ellos, desea escuchar”.

Para ejercer el poder sin caer en su abuso, acaso su veneración por un cráneo de millones de años o un manuscrito de milenios lo ayudó a comprender que el poder es fugitivo y “hay una vida después del poder”. Un allá más duradero.