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Patrick Modiano:
esas pequeñas cosas
Jorge Gudiño
Foto: Sylvain Bourmeau |
Hay una suerte de máxima en el mundo de los lectores que defiende la idea de que, en realidad, los novelistas, a lo largo de su vida, sólo escriben una novela. Ya sea porque sus temáticas son recurrentes o porque les resulta imposible sustraerse de sus obsesiones. Así, cuando un lector se va adentrando en la obra de un escritor, puede identificar elementos que son comunes en cada uno de sus libros. Cuando esto sucede al lector le da por asumir alguna de las siguientes posturas: se siente especial porque ha conseguido desentrañar el misterio del autor o, al menos, puede participar del guiño que significa leerlo desde esta nueva perspectiva, es su cómplice; se siente defraudado porque, tras tanto esfuerzo, termina en el mismo sitio en el que empezó. Ambos son extremos de actitudes frente a la lectura. Mientras algunos gozan ante la posibilidad de conocer mejor a su autor, otros piensan que ha sido una pérdida de tiempo, que bastaba con leer el libro más acabado del autor para cubrir sus propias expectativas.
Pero, ¿qué tan cierta es esa máxima? Intentar responder la pregunta sería reduccionista. Pese a ello, existen autores que, claramente, escriben como una forma de exorcizar sus propios demonios. Algunos incluso lo confiesan: es cierto, pese a los innumerables libros, sólo han escrito una gran novela. Cada nuevo texto no es sino una variación o una ampliación del mismo tema.
Patrick Modiano (Francia, 1945) es uno de ellos. Al abrir cualquiera de sus libros el lector encontrará elementos claros que los identifican. Más aún, frente a uno nuevo, antes siquiera de hojearlo o de iniciar los rituales que cada quien puede tener con el objeto previo a la lectura, ya sabe con qué se va a encontrar. Alguien podría argumentar que eso no tiene sentido. ¿Por qué querríamos leer algo con esas limitaciones? Al margen de todo lo que se puede decir a favor de la relectura, el asunto no estriba ahí. No es que sepamos exactamente qué dirá el libro o la historia que cuenta. Sabemos otras cosas.
La primera de ellas es el contexto. Aunque no vivió en esa época, Modiano gusta de ambientar sus novelas en el período de la ocupación alemana en Francia. Y ése es un gancho efectivo. En realidad, no busca narrar la guerra sino utilizar un cronotopo con características especiales. Nada más fuera de la normalidad que una ciudad tomada. En ella se debaten los habitantes que buscan continuar con sus vidas de una u otra forma con el hecho ineluctable de que éstas han cambiado para siempre. Los valores que regían a la cotidianidad se han trastocado por completo y, pese a ello, siguen existiendo asideros, vínculos, relaciones, costumbres, personas, que los atan a lo que han sido hasta ese momento. Tal vez sea porque habitan este lugar apartado de lo normal y que, al mismo tiempo, intenta regresar a lo conocido, que Modiano eligió este contexto al margen de toda la carga de significados que le representa. No por nada en algunos de sus libros se dejan ver visos autobiográficos y familiares.
El segundo elemento es la búsqueda. Los personajes, pese a estar armados con maestría, resultan incompletos. Al menos en lo que respecta a sí mismos. Entonces buscan. Y lo hacen con pesar, como si estuvieran convencidos de lo inútil de tal búsqueda; quizá a sabiendas de que no van a encontrar aquello que intentan recuperar. Estas búsquedas no siempre se remiten al mismo objeto. A veces es una persona. El padre desaparecido, un amor de antaño, incluso la propia identidad. Por eso también huyen.
Entonces se van amarrando los conceptos. Buscar a alguien no es sencillo, hacer pesquisas para descubrir quién es uno mismo, mucho menos. Si a ello se le añade el contexto, resulta que los personajes se van perdiendo en un mundo incapaz de darles respuestas. Tan es así que el lector tampoco va a acceder a ellas. A diferencia de muchas tendencias literarias que buscan explicarlo todo, la literatura de Modiano es de las que siembra dudas y no siempre las resuelve. Desde cierta perspectiva, sería injusto hacerlo si los personajes no lo consiguen. Más aún, en ocasiones, ni siquiera nos es dado conocer las razones por las que un personaje determinado ha emprendido esa búsqueda. Asumimos que tiene sus razones, nos dejamos llevar por sus actos y, a la larga, vemos cómo se desvanecen sus esperanzas.
En ese tenor, probablemente las novelas más efectistas de Modiano son aquellas en las que el protagonista especula sobre su pasado. La consabida pregunta de ¿qué hubiera pasado si…?, da pie a un rescate de lo vivido. Los recuerdos se remiten a décadas atrás en las que, por ejemplo, un hombre mantenía una relación con una mujer. Algo insignificante hizo que se conocieran, algo sin explicación hizo que se separaran. Esas pequeñas cosas son el pretexto para narrar una historia que, desde el principio, se sabe terminada y, aun así, consigue atraparnos.
La fórmula no es nada sencilla, si es que existe. Modiano tiene una capacidad contundente para atrapar a sus lectores, para envolverlos en una nube de desasosiego que no puede sino neutralizarlos en sus sillones de lectura. Ahí tendrán que ser testigos de cómo detalles minúsculos son los que alteran y trastocan la vida de unos personajes inmersos en sus propias prisiones. En medio de un caudal de dudas, el lector siente la necesidad de intervenir para evitar o conseguir que algo más pase. No lo consigue.
Cuando nos aventuramos en las novelas de Patrick Modiano ya sabemos lo que nos sucederá. Sin importar la trama, la ambientación, el personaje en turno o el conflicto en sus novelas, terminamos la lectura con la sensación de que somos nosotros quienes hemos perdido algo, algo irrecuperable que sigue rondándonos mucho después de que cerramos el libro. Algo que es dulce y violento. Algo que es insignificante pero que ha sido capaz de cambiarnos la vida por completo. Será hasta que nos volvamos a descubrir a nosotros mismos que seremos capaces de liberarnos del desasosiego salido de sus páginas.
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