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con Luis Eduardo Aute
Perdido el norte, el este, el oeste y el sur... qué pretenden con tantas hambrunas y pestes y guerras y muertes en serie, si todos estamos al albur de la intemperie...
Luis Eduardo Aute
Tras reconocerse atrapado en una cierta irreversible travesía –la vida misma–, hay un autor que se inquieta ante los espejismos y frente a los abismos encontrados “por no adorar ningún altar”. Sin luz ni fuego, ni siquiera leña, consciente de la inutilidad de los mapas, se lanza a la intemperie este inquieto joven corazón sexagenario, huyendo de ciertas tristezas e inconfesas cobardías; y a la espera de esperanzas que en “abrazos urgentes siempre traerán soplos de alegría”, emula al poeta Joan Margarit al reconocer, como él mismo, que “la intemperie es dura... ¡pero más dura es sin poemas!”Hablo, por supuesto, de Luis Eduardo Aute, el artista que en Intemperie, su más reciente trabajo, aún declara ésa ya conocida irremediable decisión de amar incondicionalmente –incluso antes del último beso– “como quien ya nada espera”. Es éste un hombre que exige, Atenas en llamas, el renacimiento de una nueva historia frente a los impostores que “hicieron del robo su genio y figura”. Una vez más se desnuda, pensador y confeso quizás como en ningún otro trabajo, mientras viaja de la esperanza a la desolación; desde la contundente realidad del triunfo del Mercado hasta el recuerdo de sus orígenes familiares y las álgidas memorias de este presente. Época, que a su modo de ver, sólo da cabida al refugio del amor y a la esperanza de un homo sapiens que sienta y piense, y a la mujer –cómplice inseparable–, una vez más protagonista.
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Aute a la intemperie
Jochy Herrera
–En aquel paradigmático trabajo que titulaste Uff! anunciabas la agonía del Socialismo; ahora admites en Intemperie que somos testigos de la lenta caída del capitalismo real. ¿Qué auguras entonces que verá la joven generación del segundo milenio?
–Tu pregunta es la del millón. A mí también me gustaría tener una respuesta. Una cosa es augurar la caída de los dos sistemas político-económicos que se han impuesto a partir del siglo XIX, augurar decadencias forma parte de una reflexión sobre la condición humana, y otra augurar lo que vendrá tras ambos fracasos. Deduzco, por pura lógica elemental, que siendo el mundo cada vez más pequeño al ampliarse extraordinariamente la demografía planetaria, que, una de dos, o nos vamos todos al carajo tras una hecatombe bélica “global” para diezmar al máximo la población, o bien se “juntan meriendas”, como decimos por aquí, y se empieza a aplicar una política económica de supervivencia administrando la racionalidad y el sentido común (en el caso de que se dieran) salvables de los dos sistemas. ¿Tal vez el “sentidocomunismo”? No veo otras salidas.
–Mea culpa por la felicidad, “Qué me pasa doctor” es una canción donde “no deseas dar mal ejemplo a la gente normal” ¿Qué te hace feliz en este momento?
–Muy pocas cosas. Tal vez estos recientes movimientos populares de “indignados” me invitan a una cierta esperanza. Una generación que parecía dormida y anestesiada ha roto su adocenamiento y empieza a manifestar su disconformidad ante el sometimiento de los políticos a las exigencias de las mafias financieras. Por ahora es un movimiento embrionario pero... eppur, si muove. Veremos.
–Has dicho que ante la fe de la Corporación queda aún el esqueleto que no devoró la corrupción; ello a pesar de las orgías materialistas “que reducen la Belleza a valor de mercancía”. ¿Queda aún un territorio –quizás la poesía misma– donde refugiar lo bello?
–No sé si quedarán territorios en ese sentido pero sería terrible que no los hubiera. Prefiero no pensarlo.
–Apuestas a que habrá de nuevo alguien que sueñe “aunque ya se han vendido hasta los sueños”; tú, ¿con qué o con quién sueñas?
–Como, por ahora, soñar es gratis, no me reprimo en absoluto en ese sentido. Casi te diría que me basta soñar con la posibilidad de que hay otros que “sueñan por ahí”. Como dice en un poemiga alguien que tú y yo conocemos: “Quien no tenga sueños, que se disponga a tener dueños.”
Foto: Cristina Rodríguez / archivo La Jornada |
–Insistes, casi suplicas, que te amen sin puntos suspensivos, dígase, incondicionalmente; alerta ante la finitud de ese sentimiento, a tu modo de ver, ¿hacia dónde va el amor?
–En el mejor de los casos, a la muerte.
–¿Qué hacer para huir de la desesperanza, esa suerte de ventisca que nos lanza a la intemperie convirtiéndonos en huérfanos de estrellas?
–Supongo que cada uno es, en ese sentido, un mundo distinto. Personalmente, mi manera de huir de esa desesperanza es poniéndome a trabajar en mis cosas, enteramente entregado. No sé los demás. Ya sabes, “cada maestrillo tiene su librillo”.
–Los espejismos, como el mar, ¿acaso son hoy día más reales que nunca? Es decir, ¿vive todavía la poesía?
–Mientras exista la posibilidad de soñar (volvemos a las mismas), habrá poesía.
–Europa, admites, acongojado a propósito de Grecia, va al lomo de la tropa que marcha pisando las ruinas de la inteligencia en franca decadencia ¿Y a América, cómo la ves?
–Occidente es un barco que se hunde y que no tiene otro proyecto que ponerle todo tipo de parches para que no se hunda del todo. América Latina está trabajando en un proyecto común: el de construir un barco para echar a navegar con un bagaje hecho de materiales valiosísimos. América Latina es un continente enorme, que atesora culturas milenarias, mestizas, que hablan una lengua común. Es un continente riquísimo en materias primas (lo que no tienen ni Occidente, ni Asia; África sí, Oriente Medio también), en imaginación, en creatividad. América Latina es pura energía, milenaria y nueva, con un objetivo común que es lograr la independencia de la dictadura de los “mercados” de Occidente. Si existe el futuro, desde mi punto de vista, ese futuro está en ese continente.
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