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Orlando Ortiz
Un enorme animal metafísico
Si le preguntáramos a lectores contemporáneos el nombre de cinco
escritores (narradores) latinoamericanos de gran peso, apostaría
que el primero en ser mencionado sería Jorge Luis Borges, después
Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y… es muy posible que nadie, o
muy pocos, se acordarían de Ernesto Sábato.
El pretexto para tal omisión podría ser que desde 1998 no
han aparecido nuevas obras de este enorme autor, del cual Thomas
Mann dijera: “Novela impresionante”, refiriéndose a El túnel, la primera
que publicó, después de haber renunciado a su carrera como
científico. De su siguiente novela, Sobre héroes y tumbas, Witold
Gombrowicz se expresó con las siguientes palabras: “No conozco
ninguna obra que introduzca mejor en los secretos de la sensibilidad
contemporánea de la América Latina, a sus mitos, a sus fobias,
a sus alucinaciones… Pero su contenido es universal, atravesado
por la prodigiosa metáfora del Informe sobre ciegos”.
En el año antes mencionado publicó Antes del fin, volumen en el
que incursiona una vez más en ese mundo de reflexiones y juicios
plasmados en textos que recogen sus puntos de vista sobre temas
diversos, inquietud que asomó desde Uno y el universo, su primer
libro. Su vocación lo ha llevado por el camino de los filósofos, mas
no para filosofar sistemáticamente, sino para pensar. Además de
excelente narrador, Sábato es un pensador inquietante.
Otro motivo para tener arrumbado a Sábato, por cierto bastante
soterrado, debe ser su posición política, plenamente antiimperialista
–palabra bastante olvidada en este mundo globalizado–, de
izquierda y siempre a favor de los desposeídos. Pero, al mismo
tiempo, también siempre consecuente consigo mismo y alejado de
dogmas. Es lo que otrora se denominaba, con cierto dejo peyorativo,
un “francotirador”, y por lo mismo, desde esa perspectiva miope,
era un burgués para los izquierdistas y
para los burgueses era un vil comunista.
Escribí “era” porque esa caterva ya se
olvidó de él, que dejó de escribir por
problemas de la vista.
En su libro El escritor y sus fantasmas hay unas líneas que me parece lo pintan
de pies a cabeza, aunque él no sea solamente
narrador: “El escritor de ficciones
profundas es en el fondo un antisocial,
un rebelde, y por eso a menudo es compañero
de ruta de los movimientos revolucionarios.
Pero cuando las revoluciones
triunfan, no es extraño que vuelva a
ser un rebelde.”
Habrá quienes vean en estas líneas
rasgos de una ideología reaccionaria
cuando es todo lo contrario. Lo que encierran
es una acendrada y confesa
vocación libertaria, ajena a dogmas,
partido, conformismos y “gratitudes” .
El volver a ser rebelde no significa hacerse
reaccionario o retardatario, sino
exigirle a la revolución que no se aburguese
y mucho menos que por afanes
pragmáticos claudique. Es, en pocas
palabras, el exigirle a la revolución que
no deje de ser revolucionaria y que no
pierda de vista que las revoluciones
no tienen como objetivo tomar el poder
para demostrar la pertinencia de
algunas teorías o planteamientos
filosóficos, sino beneficiar al
hombre concreto.
Fue presidente de la Comisión
Nacional sobre la Desaparición
de Personas (CONADEP), encargada
de investigar las atrocidades
y crímenes cometidos por los militares
golpistas en Argentina. El
informe se publicó en 1984 con el
título de Nunca más, con un prólogo
sin firma que, no obstante,
se le conoce como el Informe Sábato.
Cinco años después Carlos Menen
indultó a los militares y Sábato condenó
y repudió por inicua la indulgencia
del presidente argentino.
Su vida ha sido una vida de lucha
contra las injusticias y por el hombre
íntegro. En uno de sus textos de El escritor
y sus fantasmas, afirma que “toda
novela es una novela de hombres, y el
hombre es un animal metafísico…” Se
pronuncia a favor de lo que denomina
novelas profundas, las cuales no pueden
no ser metafísicas, porque debajo
de todas las cuestiones inmediatas
y cotidianas en las que se debaten los
hombres, “están, siempre, los problemas
últimos de la existencia: la angustia,
el deseo de poder, la perplejidad y
el temor ante la muerte, el anhelo de
absoluto y de eternidad, la rebeldía ante
el absurdo de la existencia.” El hombre,
para serlo, debe ser un animal no político,
sino metafísico. En otras palabras,
debe estar en perpetua agonía.
Creo, por eso, que Ernesto Sábato es
un enorme animal metafísico, al que creí
necesario recordar y celebrar ahora que
acaba de recibir la presea José Hernández,
justo al cumplir noventa y nueve
años. Hombres de su estatura merecen
cumplir cien, doscientos y más años.
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