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Ana García Bergua
El cuartel se decora
El día 4 de los corrientes, el capitán Escutia y quien escribe recibimos
la noticia de la visita próxima al cuartel del general Piraña, miembro
del Estado Mayor y Caballero de Colón. Fue por ello que el capitán,
harto del desorden de la tropa, nos ordenó que lo dejáramos limpio
como un espejo y reluciente como el sol, ambas cosas bastante difíciles
de lograr pero que, por consideración al capitán y miedo al
calabozo de las hienas, efectuamos con el mayor esmero. Luego de
amonestar al cabo Alderete por colgar sus calcetines en el televisor,
atacamos con escoba y estropajo las instalaciones, dejándolas deslumbrantes.
Todo iba bien, hasta que el sargento Mandioca, mirando
con ojo crítico el cuartel, aseguró que faltaba un detalle. No luce,
le falta alegría, afirmó. Eso desanimó un poco a la tropa, agotada de
cepillar durante tres días las tuberías más recónditas.
Sin embargo, la incansable cadete Camacho respondió con entusiasmo
al comentario del sargento y envió un pequeño contingente
a comprar guirnaldas de flores a la tienda de decoraciones de
Coyoacán pues, aseguró, colgadas por aquí y por allá le darían realce
al cuartel. Luego de una pequeña escaramuza, el contingente
retornó con la mayor parte de las guirnaldas, que por causa desconocida
tenían los colores de la bandera enemiga, si bien en tonos
pastel, por lo que se decidió colgarlas en el patio de prácticas, en la
fachada de las oficinas y en el establo de Medea, la yegua del capitán.
El cuartel se veía, hay que decirlo, mucho mejor. Y ya nos disponíamos
a descansar en la litera cuando el sargento Mandioca
exclamó que de qué servía tanta alegría por fuera si el salón de
recepciones y el comedor, aunque olieran a Pinol, se veían tan lúgubres.
Flores, sugirió el cabo Alderete bostezando de sueño, mañana
compramos flores. Pero nada más con flores el cuartel seguiría
pareciendo hospital y hasta funeraria. Después de una reunión de
urgencia en la que los capitanes
Valdivia y Escutia, la cadete Camacho
y el sargento Mandioca discutieron
la situación señalando un plano del
cuartel con tachuelas de colores, se
decidió que a la mañana siguiente, muy
temprano, iría un destacamento a comprar
figuritas de Lladró a Perisur, otro
a buscar unos cojines con dorados a la
Comer y el sargento llevaría a la cadete
Camacho al cine (eso era aparte, pero se
coló en la orden del día). Tomando en
cuenta que estábamos rodeados desde
hacía unos meses y que el paso a Perisur
era sumamente difícil, por el tránsito y
los fosos de cocodrilos abiertos por el
enemigo en Barranca del Muerto, decorar
el cuartel sería todo un logro que
presumir a los contingentes de Narvarte
y Satélite, que llevaban meses aislados
por las bombas enemigas. Sufrimos
unas cuantas bajas en el camino, especialmente
por un grupo de lanceros de
Bengala que atacaron al destacamento
de Perisur con unos tubos comprados
en Baños y Cortinas Schulz, pero finalmente
llegaron los adornos y un
tapiz de inspiración campestre que el
sargento Valladolid arrebató al enemigo
con gran valentía en el restaurant
taurino Landeros.
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Una guardia procedió a acomodar
los adornos, los cojines y unas siemprevivas
arrancadas del camellón de Miguel
Ángel de Quevedo a un grupo de
zuavos. Si bien tres figuritas de Lladró –
un pastor, un venadito y un hada– quedaron
inutilizadas por culpa del cabo
Bruguera que al darse vuelta los tiró con
la culata, el salón quedó aceptablemente
arreglado e incluso se decidió que al
general Piraña se le ofrecerían cocteles
adornados con sombrillas que el sargento
Mandioca concibió y que hubo que
conseguir en Tlalpan, en una misión especial,
nocturna y muy peligrosa, cuyos
integrantes regresaron mordisqueados
por lobos. Algo similar –con ratas
asesinas– ocurrió al conseguir el plato
botanero modelo Lorelei de la Cristalería
Italiana, y algunos oficiales y soldados,
apoyados por quien esto escribe,
comenzaron a pensar que el cuartel estaba
dignamente remozado y no quedaba
más que esperar la visita del general
Piraña, de ser posible, acostados en las
literas. Sin embargo, el sargento Mandioca
volvió a contemplar la sala y a comentar
que faltaba un detalle, quizá una
alfombra de Muebles y Tapices La Candelaria,
mandada a bordar con la leyenda
“Bienvenido, general Piraña”. Fue por
ello que se procedió a vendarle los ojos
al sargento Mandioca para que dejara
de contemplar el cuartel y así, entre
una cosa y otra, aprovechando que estaba
vestido para la ocasión, se le fusiló,
literalmente, sin contemplaciones.
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