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Notas acerca del grupo de poetas mexicanos nacidos en los años cincuenta del siglo XX (I DE III)
Muchas anécdotas me hacen recordar el abarrotamiento
generacional de los poetas nacidos en los años cincuenta
del siglo pasado y que comenzaron a publicar en los setenta:
algunos tuvieron prisa por publicar primeras plaquettes;
otros avanzaron hacia un proyecto de mucha calidad artística
e intelectual: lo que no siempre resultó fácil fue saber
cuáles de ellos sobrevivirían a la urgencia de publicar o
al deseo juvenil de expresarse. Las incertidumbres de
esos comienzos parecen reproducirse con los escritores
que nacieron entre 1961 y 1970 (que comenzaron a publicar
en la década de los ochenta), con los que nacieron entre
1971 y1980 (que comenzaron a publicar en la década de los
noventa) y, seguramente, con los nacidos entre 1981 y 1990
(que comenzaron a publicar en la primera década del presente
siglo).
La historia repite sus modalidades: hubo poetas nacidos
en los años sesenta que propusieron algunas revistas
(El Faro, Diluvio de Pájaros); algunos se autofinanciaron la
publicación de libros prematuros (Eloy Urroz, Poesía de principio,
1984); otros, como Jorge Valencia, se quedaron en su
primera plaquette (El umbral del fruto, 1989); pocos, como
Luis Mayer (Los lugares de la noche, 1995), propusieron una
primera obra tardía que hace esperar perseverancia en la
calidad que ya ofrece en ella. En varios se adivinaban las
buenas intenciones y la vejez concomitante (“juegos experimentales”,
impostación temática, ignorancia formal),
el mero deseo de darse a conocer; en algunos, el indicio
de una obra personal e interesante. Esto no es grave, sino
un nuevo signo de los tiempos: la aldea literaria tiende a
hacer globales los síntomas locales de antaño.
Hay novísimas voces potables, pero el diagnóstico aún
es incierto, menos el tono general de progresiva maduración,
salvo en los grupos de los nacidos en los sesenta y
setenta, donde se afianzan apuestas más estructuradas.
Todavía no hay demasiados nombres ni poemas para los
lectores, aunque eso no es anómalo: para el salto cualitativo
siempre habrá espacios y oportunidades, además de que la
apuesta está colocada (eso es obvio) hacia adelante. Ahora
bien, ¿esto no es lo mismo que se dijo de los poetas nacidos
en los cincuenta durante los años ochenta?
Los poetas de los cincuenta, en 2010, dan mayores
muestras de juventud conforme pasa el tiempo, la nómina
de los mismos comienza a reducirse y es un placer creciente
leerlos. Estudiar la trayectoria de los autores de las dos
siguientes décadas puede ayudar a entender el abigarramiento
de la precedente y algunas de sus características
epocales (como hábitos de inicio, aciertos y derrotas de los
primerísimos textos, el súbito crecimiento de las vocaciones
literarias, la aparición de nuevos medios de divulgación
y el culto a la juventud que es característico del neoliberalismo
y hace de la multitud impetuosa de jóvenes
poetas, en el medio literario, un fenómeno simétrico al de
los yuppie boys, en el mundo de los negocios), sin embargo,
explorar dichos afanes excedería los límites de estas
meditaciones.
Se puede conjeturar que la precocidad y el tumulto de
los autores parece obedecer, en las tres décadas iniciales
de la segunda mitad del siglo pasado, a los síntomas de un
período de crisis en México, semejante al de otras edades
en las que la cantidad de escritores hizo fácil encontrarlos
bajo cada piedra, al tiempo que la sociedad cambiaba
o moría: pueden ser ejemplos de lo que digo los Siglos de
Oro españoles y la cúspide y decadencia del Imperio español;
el siglo de Pericles y el derrumbe de Atenas; el siglo de
Augusto y el inicio de la disolución del Imperio romano.
Social y políticamente, los indicios se multiplican. El
tiempo, que selecciona y olvida, nos dirá hasta dónde, en
qué porcentaje, había verdadero talento en muchos de
los que fueron jóvenes y, hasta dónde, espejismos. Por lo
pronto, es posible que un criterio de selección y de tamiz
pueda determinarse, empíricamente, a través de las verdades
que se asoman en la siguiente declaración: “Poeta es
quien sigue escribiendo después de los veinticinco años.”
El adjetivo “joven” es extraño, aplicado a la poesía, porque
parece una petición de principio: la necesidad de diferenciarse
de los mayores; “juvenil” tampoco parece conveniente
por los prejuicios que supone el adjetivo. Concuerdo
con Gabriel Zaid y el sentido común, quienes ven la mejor
literatura joven en la obra de los autores viejos, experimentados,
y la literatura vieja en la obra de los noveles e
inexpertos.
(Continuará)
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