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Hugo Gutiérrez Vega
ALLENDE Y TENCHA
Carlos Pellicer llamaba presidente vitalicio de México a Benito Juárez y lo hacía pensando en la defensa que el indio de Guelatao hizo de la legalidad, de la soberanía y de la independencia de México. Pensaba, además, en su hombría de bien, en la terquedad heroíca con que defendió sus principios, en su respeto a las leyes fundamentales de la nación, en su espíritu republicano, en su convicción laica, en su lucha en contra de los privilegios de las minorias, en su amor sin estridencias demagógicas por los que carecen de todo y, por esta razón, sufren la degradación de su calidad humana. Así hablaba Pellicer en su oda a Juárez y, por idénticas razones, así quiero hablar del compañero presidente, Salvador Allende, hombre que reunió a lo largo de su vida y de su tarea política que ya pertenece a los anales de la estética, cualidades parecidas a las de los mejores libertadores de nuestra América: Bolívar, Lincoln, Juárez, Mariategui, Lázaro Cárdenas, Martin Luther King.
No encuentro mejor manera de celebrar a Salvador Allende que la de recordar algunos momentos esenciales de su lucha política y de mencionar los aspectos más relevantes de su ideario, al cual fue absolutamente fiel, tanto así que pagó con su vida tanta y tan humanamente hermosa fidelidad.
Su amor por una tradición concebida no como un lápida sino como un capitel, lo llevó a afirmar en el discurso inaugural de su presidencia ungida, sin la menor duda, por el voto del pueblo chileno: “Los chilenos estamos orgullosos de haber logrado imponer la vía política por sobre la violencia.” En esta frase está presente su vocación republicana, pues sabía que sólo a través de la acción política y los “recursos de la persuasión”, podría llevar a cabo las propuestas hechas durante su campaña, que consideraba como sagradas pues, sin lugar a duda, habían sido elementos fundamentales de la participación electoral de un pueblo tratado con el respeto y la honestidad que caracteriza a los verdaderos democratas.
En ese mismo discurso aseguró que “la política económica del gobierno será dictada, desde ahora por los intereses populares”. De esta manera no sólo defendía la democracia electoral, sino que daba pasos firmes y seguros hacia la consecución de la democracia socioecónomica. La oligarguia abrió los oídos ante esa afirmación que sabía genuina y empezó a conspirar, tanto en la sombra de los manejos financieros, como a la luz de los debates parlamentarios que siempre se desarrollaron con respeto a las leyes y a sus reglamentos. Desde ese momento comenzaron a afilarse los cuchillos y proliferaron los conciliabulos de los partidos de la derecha –incluida, por supuesto, la Democracia Cristiana– con la ITT, la embajada y las agencias desestabilizadoras del imperialismo estadunidense.
Una por una, dentro de la ley y de las luchas parlamentarias, se fueron cumpliendo las promesas de la campaña. Le gente votó por un programa socialista que daba al Estado el papel de coordinador de la economía y, al mismo tiempo, aseguraba la permanencia de las instituciones democráticas. En el discurso inaugural, el compañero presidente recordó una frase de Bolivar: “Sí alguna República permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad.”
Sobre esas bases democráticas se construyó la vía chilena al socialismo. Partía de una premisa esencial señalada en el programa de la Unidad Popular : iniciar el camino al socialismo en democracia, pluralismo y libertad. En esta tarea ocupaba un lugar predominante el propósito de crear “una nueva cooperación internacional que excluya la dominación de unos pocos sitemas económicos sobre los más”. Cuando hizo esta afirmación en la reunión de la Cepal celebrada en 1971, Kissinger y los momios empezaron a velar las armas y la conspiración oligárquica dio sus primeros pasos y limpió sus cacerolas.
Allende y la Unidad Popular construyeron un camino que llamaron “autenticamente nuestro”. El mismo pueblo, a través de plebiscitos y consultas, señaló el rumbo. Bien se conocían los riesgos y la derecha ya había empezado a organizar su garrulería alarmista, pero el siempre sereno metal (hasta el último momento) de la voz del compañero presidente, jamás flaqueó, y supo unirse a un clamor popular que proponía las nacionalizaciones concebidas como elemento fundamental para lograr la igualdad y garantizar la justa distribución de la riqueza. De nuevo todo se hizo con respeto al imperio de la ley, y se hizo por la sencilla razón de que sólo de esa manera se cumpliría con el programa de la Unidad Popular y con las aspiraciones legítimas del pueblo chileno que quería recuperar su soberanía de los recursos naturales y convertirlos en fuente de progreso y de justicia social.
Por todo eso, el presidente vitalicio de Chile pasa a la historia al lado de los grandes próceres de América y de los grandes pensadores políticos del mundo. Por todo eso lo recordamos, lo celebramos y pensamos que su luz sigue guiando los pasos de los verdaderos reformadores y dando esperanzas a los pueblos oprimidos y explotados
Tuve el honor de presidir el Comité Mexicano de apoyo al Chile democrático. Recuerdo los viajes a Panamá para recibir a algunos de los exiliados y pagar los rescates exigidos por los carabineros (tenía que llevar paquetes con billetes de dolar o de cinco dólares. Ignoro si ese dinero, proporcionado por la Presidencia de la República , era para los carabineros o para el tesoro pinochetista) y recuerdo, además, cómo la mayor parte de los exiliados vinieron a enriquecer la vida académica y profesional de mi país. Por esa razón les debemos nuestro agradecimiento.
Se nos acaba de ir Tencha, nuestra querida amiga y compañera. Estuve a su lado en los días de su exilio mexicano, participamos en reuniones con los partidos de la Unidad Popular y siempre me pareció admirable esa mezcla de firmeza y de suavidad con la que conciliaba intereses y señalaba los aspectos fundamentales de la lucha contra la dictadura. La enfermedad nunca la venció y supo siempre cumplir su deber y seguir fiel a sus ideales y a la memoria de su compañero y presidente. Quiero recordarla sonriente y bromista, rigurosa en la lucha y valiente sin estridencias. Una tarde en su casa me contó lo que había sucedido en los últimos días de la gran aventura democrática y socialista de Chile. Su voz tenía el metal tranquilo de la voz de su esposo y tenía, además, un hermoso dejo de esperanza. Regresó a su patria y pudo ver cómo se recuperaban algunos de los valores por los que había luchado la Unidad Popular y había dado la vida su compañero y presidente. La recuerdo con alegría y rspeto en las reuniones del Comité de Apoyo a Chile, la recuerdo en reuniones celebradas en España, Francia y Estados Unidos. Nunca se dejo vencer por la desesperanza. La veo pequeñita e inclinada, pero firme y erguida cuando hablaba de Chile, del socialismo y del regreso a casa. Que descanse en paz al lado de su compañero y presidente. Pongo en su tumba unas flores azules, unas palabras de Neruda y la visión de las grandes avenidas por la que, más temprano que tarde, caminará el hombre nuevo.
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