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Moreliana (III DE IV)
Conviene recordar que el magnífico evento que hoy es el Festival Internacional de Cine de Morelia tiene su digno origen en las Jornadas de Cortometraje que Daniela Michel –directora hoy y también en aquel entonces– gestionó, fundó y estableció como una de las mejores costumbres cinematográficas mexicanas. Cualquiera pensaría que Morelia, habiendo sumando ya un sexenio de haberse convertido en una cita cinéfila ineludible, cargada de expectativas que se cumplen, buscada por público, productores, directores y distribuidores, relegaría a un segundo y ninguneador término todo aquello que no se filma con el propósito casi único de halagar a la taquilla. Pero, felizmente, el caso es que Cualquiera se equivoca, porque los cortometrajes ahí están, llenan las salas cuando les toca ser exhibidos y son parte fundamental de las secciones oficiales que compiten por el Ojo, que tal es el nombre dado al trofeo aquí en liza.
El resto de dicha “parte fundamental” de las secciones en competencia está formada no por los largometrajes de ficción, incluidos más recientemente, sino por los largometrajes documentales. Este otro énfasis, junto con el que se le da al cortometraje, así como a lo que se produce en el estado de Michoacán, le confieren a este festival su peculiar relieve, pues de esta manera conviven en una programación, durante poco más de una semana, un largometraje que formó parte de la Semana de la Crítica de Cannes con un cortometraje producido en Zamora, por citar dos ejemplos extremos.
Christiane Burkhard |
En otro momento se hablará aquí de los largos de ficción ganadores en Morelia, es decir, de Los bastardos –premio del jurado– y de Cinco días sin Nora –premio del público. Siendo poco el espacio, de la sección de Documental Mexicano menciónense los siguientes dos: Trazando Aleida y Siete instantes.
RULO ENRULADO
Antes del premio del jurado en Morelia, Trazando Aleida (México, 2007), de la directora, guionista y productora Christiane Burkhard, ya había ganado la categoría equivalente en el pasado Festival de Cine en Guadalajara. Burkhard tuvo el tino de encontrarse con una historia personal con mucha miga, seguirla bien de cerca y no aflojar el paso hasta que, tras un desarrollo incierto, dicha historia llegase a un punto en el que nadie sufriera de más en el cuarto de edición. Se trata de la joven mujer cuyo nombre da título a la cinta, en el proceso de localizar y encontrarse con un hermano de quien, siendo ambos niños, fue separada a raíz de la llamada guerra sucia en México, es decir, el despliegue de represión, desapariciones forzadas, secuestros, asesinatos y demás actividades que hoy no son, como antes, de ejercicio exclusivo por parte de las autoridades. Aleida es informada por otros parientes de la verdadera situación en la que viven ella y su hermano –familia adoptiva, añosos ocultamientos de la verdad, identidades enterradas, revelaciones, etcétera–, que para entonces es un perfecto desconocido; Aleida lo localiza en Estados Unidos; Aleida va a conocerlo; mezclado con el natural júbilo que le provoca el éxito en su empresa, Aleida sufre un extraño desencanto que tiene origen, aunque ella no lo sepa, en la también natural ajenidad con la que su hermano, en pleno shock, recibe el conjunto hecho de la revelación de su identidad, y sobre todo la voz, las palabras, la presencia misma de Aleida. Trazando ídem es, como puede verse, el registro a fondo de los síes y los noes en el ejercicio de una voluntad que lleva a buen término el propósito de poner, si no un fin al menos coto, a una injusticia sufrida en condiciones de absoluta indefensión. En ese sentido, el trabajo de Burkhard es de una eficacia incontestable. Lo que algunos podrán echar de menos –ecomole sucedió a este juntapalabras– es el tema de fondo, es decir, la guerra sucia. Concentrado el documental mismo en el drama personal y en su resolución a final de cuentas agridulce, las causas de todo lo que estamos viendo quedan como difuminadas atrás, vagas y desleídas de un modo en el que no pueden serlo si se trata, como de hecho sucede, de uno de los episodios históricos más oscuros de este país. Debe ser por ese (quizá involuntario e inconsciente) escamoteo de una investigación de contexto que dé sustento al asunto personal, que esto último se enseñorea de más en el pietaje, hasta el punto de dar por momentos la sensación de que hay Aleida de sobra o de que, a partir de cierto punto, la historia no daba para más así enfocada. Un desencanto similar al de la protagonista puede sentirse al ver el documental, cuando se asiste al enrulamiento extra de un rulo que ya estaba lo suficientemente enrulado.
(Continuará) |