Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Espionaje
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
Regalo profundísimo
NANA ISAÍA
Walter Benjamin: pasajes y paisajes
LUIS E. GÓMEZ
Canción y poesía
ANTONIO CICERO
Juan Octavio Prenz: elogio de la ausencia
CLAUDIO MAGRIS
El reloj de arena
MARÍA BATEL
Isidora Sekulic y el acto de escribir
JELENA RASTOVIC
Doscientos años de soledad
RICARDO VENEGAS entrevista con RAMÓN COTE BARAIBAR
Leer
Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Doscientos años de soledad
Ricardo Venegas
entrevista con Ramón Cote Baraibar
Ramón Cote Baraibar nació en Cúcuta, Colombia, en 1963. Es autor de los poemarios Poemas para una fosa común (1984), Poesía (1992), Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de Delicias (1991), El confuso trazado de las fundaciones (1992), Botella papel (1999) y Colección privada (2003), Premio de Poesía Americana de la Casa de América de Madrid, España. También es autor de la antología de la joven poesía latinoamericana, 10 de ultramar , publicada por la Colección Visor en Madrid en 1992, y de la Antología esencial de la poesía del siglo xx en Colombia (2006), editada por la misma casa editorial.
¿En qué lugar sitúas a la lírica mexicana?
Presenté una importante antología de la joven poesía mexicana en Puebla (La luz que va dando nombre). La poesía mexicana tiene un altísimo nivel, una formalidad y una elegancia; cuando destruyes tienes que saber construir. En ese sentido las múltiples voces de la poesía mexicana alcanzan una polifonía espectacular. Otra característica muy afirmativa es la falta de grandilocuencia, no es exagerada, no es ampulosa, tiene un movimiento y un tamaño y una respiración natural. En otros países existe una especie de exageración constante, mientras que aquí hay algo más mesurado y por lo mismo son poemas hechos con gran factura.
¿Qué vínculos encuentras como poeta entre la tradición lírica mexicana y la colombiana?
Las relaciones de la poesía mexicana y la colombiana son profundísimas; habría que empezar por Barba Jacob, pero me interesa más un poeta del XIX que del XX; me interesa la relación que tuvo un poeta colombiano llamado Fernando Charry Lara con los poetas mexicanos. Gracias a Charry se difundió la obra de Villaurrutia, Pellicer, Novo, Cuesta, y eso dio como resultado que su poesía estuviera muy relacionada con la mexicana, con Villlaurrutia, particularmente con los nocturnos. Otro poeta magistral para mí es, sin lugar a dudas, y aunque estas cosas solamente se pueden decir en México y no en Colombia: el gran poeta del siglo xx en Colombia, Álvaro Mutis, un poeta que lleva viviendo en México más de cuarenta años. En él abundan relaciones espacio-temporales, la naturaleza cobra rango literario, cobra estatura lingüística con poemas absolutamente admirables. Gracias a Mutis hemos podido conocer obras como la de José Carlos Becerra. Álvaro ha recomendado a muchísimos poetas mexicanos y gracias a él se ha creado cierta fraternidad, cierta cofradía, de manera que es un tema maravilloso que da para toda una tesis.
Dice Álvaro Mutis que un poeta nace cada doscientos años, ¿cómo aprecias la expectativa?
Ruinosa, pero totalmente cierta. Creo que en nuestro caso el último gran poeta es Álvaro Mutis; tenemos que escribir no cien sino doscientos años de soledad .
¿Te sientes cerca de los poetas mexicanos?
Sí, y subrayo mi admiración por esta tradición. José Carlos Becerra me parece un poeta extraordinario, muy poco conocido, pero me siento muy a gusto y muy cercano a poetas como Fabio Morábito, Antonio Deltoro y, ya más generacionalmente hablando, la obra de María Baranda me parece de una frescura, de una limpieza, donde la reflexión y el canto van de la mano como las dos alas de un pájaro; esto se da muy pocas veces, sobre todo con cantos extensos donde la palabra da de sí todo lo que tiene que dar, eso es saber respirar el poema.
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
¿En qué momento se encuentra la poesía colombiana reciente?
Hice para la editorial Visor una Antología esencial de la poesía del siglo XX en Colombia; ese libro puede dar pie para contestarte la pregunta, porque sabiendo qué pasó en el XX uno puede afirmar qué va a pasar en el XXI. Cada país tiene sus tonalidades, sus obsesiones. La poesía de Colombia, como tú sabes, es una poesía muy poco dada a la experimentación, así lo afirmé en el prólogo: Colombia no tuvo a un Huidobro, un Vallejo, un Girondo, un Gangotena, quienes fundaron realmente la poesía del siglo XX. Colombia llegó tarde, cincuenta años más tarde a esa fundación; me parece que uno de los libros fundacionales de la poesía colombiana es Los elementos del desastre, de 1953, de Álvaro Mutis. Ese libro es absolutamente clave, porque entronca con un material surrealista, pero lo vuelve americano, lo colombianiza sin dejar de ser poesía surrealista y sin dejar de ser Álvaro Mutis, creando un reino maravilloso. Los colombianos tienen la capacidad de inventar, recrear, de ser positivos y propositivos; me parece que hay muchos nombres: Juan Manuel Roca, Raúl Gómez Jatín, Darío Jaramillo, Jotamario Arbeláez, María Mercedes Carranza. Hay un poeta con el cual me parece que comienza el siglo xxi : Rómulo Bustos Aguirre, un poeta cartagenés nacido en un pueblo que parece inventado por él mismo llamado Santa Catarina de Alejandría (parece de un cuento de García Márquez, pero es cierto). Hay un libro que reúne su obra completa que se llama La adoración del impuro; con él me parece que empieza la poesía colombiana del siglo XXI con pie derecho.
Hablabas de una falta de experimentación en la poesía colombiana, ¿qué impacto tiene en las generaciones más recientes un clásico como José Asunción Silva?
José Asunción es nuestro Darío. Ha sido muy respetado porque uno tiene que agradecer el tamaño de un poeta como lo fue José Asunción. De él hay algo muy curioso, tiene un libro que se llama Gotas amargas, donde va por otro lado al que conocemos en los nocturnos; hay una acidez, una maldad, una ironía absolutamente contemporánea. Ese libro ha sido rescatado por los jóvenes porque lo sienten muy cercano. En vez de ser un poeta que se pegó un tiro, que se suicidó y que estaba enamorado de su hermana Elvira y que vivía como fantasma en el barrio de la Candelaria de Bogotá, de pronto encontramos a una persona atenta, jovial, con su puntito de mala leche, con ciertas diacronías extrañas, pero eso mismo ha sido reevaluado por la poesía colombiana reciente.
|