Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de octubre de 2008 Num: 712

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Espionaje
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Regalo profundísimo
NANA ISAÍA

Walter Benjamin: pasajes y paisajes
LUIS E. GÓMEZ

Canción y poesía
ANTONIO CICERO

Juan Octavio Prenz: elogio de la ausencia
CLAUDIO MAGRIS

El reloj de arena
MARÍA BATEL

Isidora Sekulic y el acto de escribir
JELENA RASTOVIC

Doscientos años de soledad
RICARDO VENEGAS entrevista con RAMÓN COTE BARAIBAR

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Germaine Gómez Haro

La muerte en el arte a través de los siglos

La muerte ha sido tema de expresiones artísticas en todas las épocas y culturas. En el caso de México, la presencia de la muerte en las artes visuales ha cobrado los sentidos más diversos de acuerdo a las diferentes tradiciones culturales que conforman nuestros tres milenios de civilización. En el mundo prehispánico, vida y muerte formaban un binomio indisoluble: vivir para morir y morir para vivir sin término. La tradición católica impuesta en la Colonia instauró el terror a la muerte como elemento principal del sometimiento de la Iglesia sobre los fieles, lo que dio como resultado en el campo de la pintura y la escultura una pléyade de imágenes macabras de esqueletos triunfantes, cuerpos putrefactos, ánimas ardiendo en el averno y santos mártires sádicamente torturados, entre otros horrores. Por el contrario, la tradición popular surgida a raíz de la Independencia propició la aparición de una muerte festiva que prevalece, en la actualidad, como uno de los rasgos más característicos del mexicano que se burla de la “pelona” quizás para sobrellevar sus miedos y tribulaciones. El imaginario del siglo XX está plagado de imágenes de la muerte plasmadas desde la reflexión existencial de los artistas que recurren a este tema para expresar su inconformidad ante la violencia de las guerras, la injusticia social, el desencanto, el rechazo a ciertos cánones religiosos o simplemente sus cuitas sobre su propio devenir.

La muerte es, pues, uno de los temas centrales del arte de todos los tiempos, y motivo apasionante para la realización de una gran exposición. El Museo Nacional de Arte (MUNAL) presenta actualmente la exhibición La muerte. El espejo que no te engaña, integrada por casi un centenar de obras entre pintura, gráfica, objetos, un textil, libros, revistas, fotografías y fragmentos de películas que dan cuenta de las muy diversas maneras de representación de la muerte en México, desde los albores de la Colonia hasta el siglo xx . Una exposición coherente y digna dentro de los límites de su dimensión, pero que deja al visitante –al menos en mi caso personal– con las ganas de ver mucho más.


Alegoría de la muerte, Tomás Mondragón, 1856
Foto: cortesía del MUNAL

La sección dedicada al arte colonial cuenta con pocas obras realmente impactantes como la Alegoría de la Muerte, de Tomás Mondragón y el exquisito Políptico de la Muerte, una curiosísima pieza de pequeñas dimensiones que consta de diferentes tablas donde aparecen prácticamente todos los temas y motivos iconográficos relacionados con la muerte en la tradición del siglo XVIII. Se disfruta el gabinete dedicado a las pinturas de “angelitos”, como se suele llamar a los retratos populares de niños muertos realizados por pintores casi siempre anónimos. Es de celebrar la inclusión del fotógrafo tapatío Juan de Dios Machain, quien captó magistralmente el espíritu barroco y festivo de un sinfín de altares populares de niños muertos durante las primeras décadas del siglo pasado. Por otra parte, la presencia de la fotografía en el contexto general se reduce a los hermanos Mayo y Mariana Yampolsky, haciéndose notar la ausencia de don Manuel Álvarez Bravo y de otros artistas imbuidos en el tema mortífero, como Enrique Metinides, por mencionar alguno. Desde mi punto de vista, el guión curatorial se centra demasiado en los impresos e ilustraciones de diversos artistas, como Montenegro, los integrantes del Taller de Gráfica Popular, Manuel Mancilla, el imprescindible Posada, cuyas aportaciones a la expresión satírica de la muerte son sin duda emblemáticas. En contraparte, la selección de pintura del xix y xx , no entusiasma mucho; junto a grandes obras como El velorio, de José María Jara, la Ofrenda, de Herrán y Recuerdos del porvenir, de Gironella, las demás piezas resultan mucho menores, tomando en cuenta el riquísimo corpus de pinturas mexicanas que existe sobre este tema. La creación contemporánea no tuvo cabida en esta muestra –la oferta es ilimitada, con un espectro de propuestas tan extremas como Francisco Toledo y Teresa Margolles– y sin embargo se presenta el célebre y delicioso objeto de Wolfgang Paalen elaborado con huesos en forma de una pistola –El genio de la especie, 1938– cuya presencia en este guión curatorial resulta un tanto incomprensible por quedar descontextualizada.

A fin de cuentas, la inexorable Muerte seguirá siendo motivo de reflexión e inspiración para todas las artes de aquí a la eternidad. Por lo tanto, sería bueno exhortar al munal o a otro de nuestros grandes museos a retomar este trascendental y fascinante tema, y aventurarse a una curaduría mucho más ambiciosa, arriesgada y bien fundamentada académicamente.