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Ñoños audaces y británicos, (II Y ÚLTIMA)
Más allá del humor tradicional inglés, que ha sido llevado a sus más delirantes extremos por, digamos, Rowan Atkinson y su Mr. Bean, o el elenco de las Faulty Towers, la flema del humor negro británico aterrizó felizmente, o debo decir acuatizó, porque esas son aguas siempre procelosas dada su esencia políticamente insolente, en la reality tv, hoy tan del gusto del respetable en todos lados.
Aparte del sicalíptico Sin cities, de Ashley Hames, comentado ya en este espacio, hay otro ejemplo de formato similar, aunque un poco más road movie, ya que si allá Hames va en cada episodio viajando por las urbes del mundo, aquí el conductor pasa los días al volante, viajando con su camarógrafo y su microfonista, visitando a sus entrevistados sin importar que haya que recorrer, en ocasiones con varias idas y vueltas, muchos cientos de kilómetros de carretera, porque todo sea por el espectáculo. Y es que el espectáculo está cargado de una socarronería bien disimulada, una constante, sutil burleta a existencias que habitan ámbitos aberrantes por haber convertido alguien una enajenación absurda en proyecto de vida. El conductor se llama Louis Theroux.
Theroux Wild Weekends (Los salvajes fines de semana de Theroux) es un programa producido por la merita bbc en su parrilla programática de humor, que llega a México recién a partir de los convenios que hace poco firmaron BBC World y Televisa Networks, lo que significó la incorporación a nuestros televisores de al menos dos nuevos canales ingleses –BBC Entertainment, con programas de humor y series de drama y acción, y CBeebies, de contenido infantil– en las filiales de paga de Televisa en México que encabeza sky .
Louis Theroux |
Louis Theroux es un desgarbado británico preguntón, flaco, narigudo y de lentes, un falso ñoño que se ha dedicado ya por varios años a hacer disección de las conductas más extrañas, particularmente las de los estadunidenses. Es autor de The Call of the Weird: Travels in American Subcultures (El llamado del absurdo: viajes en la subcultura norteamericana, Da Capo Press, Londres, 2007). No es, por tanto, un personaje muy apreciado en los medios electrónicos de Estados Unidos y aun se ha hecho acreedor a puyas y ataques sobre todo de periodistas ligados al mainstream gringo, a los que parece disgustar sobremanera que un tipo de otro país –pero pronto descubren un error toral en esa apreciación– les vaya a restregar en la trompa lo que tantos nos hemos preguntado por muchos, demasiados años: ¿Cómo es posible que la primera superpotencia del mundo, la que mantiene a casi todos los demás países (el nuestro el ejemplo perfecto) atenazados con deudas financieras o arrinconados por las armas, ese imperio que es (o parece estar convencido de ser) el dueño y el líder y el policía y el prefecto y el Big Brother del mundo, esté poblado por cándidos, fanáticos patrioteros y religiosos creacionistas, blandos, ignaros creyentes en lo que sea, empezando por su mal fabricada hegemonía? Desde sus previos años como cronista en periódicos alternativos, como el Metro Sillicon Valley y la revista Spy, y luego como corresponsal de tv Nation, de Michael Moore, Theroux, quien para desgracia de sus gringos detractores tiene doble nacionalidad, británica y estadunidense, parece haberse estado preguntando lo mismo. De padre estadunidense, aunque nacido accidentalmente en Singapur, y por ello no fácilmente convertible en xenofóbico blanco de ataques, como los perpetrados por los medios, por ejemplo, contra el escritor francés Bernard-Henri Lévy (a quien por hacer crónicas parecidas del absurdo social gringo, Garrison Keillor, del New York Times, empleó buena parte de sus escritos en despedazarlo como filósofo, como escritor y como viajante porque, además, ya se sabe, los gringos y su francofobia…), a Theroux le gusta poner el dedo donde duele y remover un poco. Y en sus Wild Weekends intenta, si no obtener la contundencia de una respuesta, sí ahondar en la incómoda pregunta, pinchando las llagas de una sociedad a la que sin duda avergüenzan sus ministros de culto televisivo, sus neonazis cantantes de country, su fructífera e hipócrita industria de sexo y pornografía, con sus putas y sus chichifos y sus actores y actrices y productores y consumidores, sus sobrevivencialistas armados hasta los dientes, sus gurús de la Iglesia del telemarketing, sus víctimas de secuestros extraterrestres y, en fin, ese multitudinario rostro oculto que casi nunca los mismos medios estadounidenses nos dejan atisbar a los de fuera.
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