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Hugo Gutiérrez Vega
ALLENDE Y LA DEMOCRACIA (V Y ÚLTIMA)
No es fácil aventurar conclusiones sobre el tema de la influencia de Allende en la cultura latinoamericana. Más que recurrir a planteamientos teóricos conviene señalar que el compañero presidente está presente en muchos movimientos de liberación de nuestros pueblos, y que los revolucionarios latinoamericanos han escogido el camino electoral para llegar al poder y, en algunas ocasiones, han utilizado el referéndum o la consulta para fortalecer su presencia política. En América del Sur, mayoritariamente gobernada por partidos de inspiración socialista, el pensamiento de Allende y su confianza en la cultura democrática sigue guiando los procesos de reforma y de planeación social. Esto demuestra que, en contra de lo que los eternos exaltados afirman, su sacrificio no fue en vano y su ejemplo sigue iluminando a muchos políticos que conciben sus tareas como un servicio a la sociedad, como un acto civilizatorio y como una profesión de fe en el humanismo y en las posibilidades de mejoramiento que hay en el ser humano.
No olvidemos, por último, que las dificultades del gobierno de la Unidad Popular se iniciaron con un bloqueo económico que asfixiaba la vida pública. Algo parecido sucede ahora en Bolivia (el embajador de Estados Unidos en ese país hermano es un experto en balcanización) y está a punto de suceder en Ecuador. El apoyo del ejército, las frecuentes consultas y la fuerza petrolera son las mejores defensas con las que cuenta Venezuela. Tanto Evo como Correa han citado con frecuencia el ejemplo de Allende y han elegido para gobernar el sistema democrático. Todo indica que el imperio, que tanto presume de defender la democracia, lo que quiere son sirvientes plegados a sus órdenes, a su visión neoliberal de la economía y a su sistema financiero. Allende y Castro sufrieron (y Cuba sufre todavía) los efectos del bloqueo. Los dos siguieron caminos distintos para alcanzar las metas de la solidaridad humana. No soy yo el indicado para determinar cuál de los dos caminos es el más conveniente. Lo que sí puedo decir es que Allende, como Juárez en su tiempo, es modelo de tenacidad, de valor tranquilo, de tolerancia y de respeto al orden legal. No es poca cosa cumplir con estos ideales en un continente como el nuestro. Ahora bien, sí podemos afirmar tranquilamente que la influencia de Allende en la cultura democrática de América Latina sigue siendo muy poderosa y, en algunos aspectos, inspiradora de los movimientos de liberación que se dan en el seno de las democracia burguesas.
Allende es una figura trágica, en el sentido griego de la palabra. Ahora recordamos la grandeza y, al mismo tiempo, la ejemplar sencillez de su figura pública y de su calidad de ser humano.
En 1972 tuve el honor de presidir el Comité Mexicano de Apoyo a la Unidad Popular. Me tocó recibir y apoyar a los exiliados chilenos a los que les había salvado la vida un distinguido diplomático mexicano, el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, a quien quiero rendir nuestro reconocimiento en estas jornadas memoriosas que se proyectan hacia el futuro.
A través del testimonio de los exiliados construí mi imagen del presidente Allende y lo juzgué como un hombre bueno, como decía Machado, “en el buen sentido de la palabra bueno”.
La figura trágica de Allende se agiganta en los momentos finales. Lo veo con su suéter a rombos, su casco de soldado y llevando en las manos la ametralladora que le regaló Fidel Castro. De esta manera el pacifista presidente de Chile seguía defendiendo el orden constitucional hasta sus últimas consecuencias. Recuerdo las últimas palabras en la que vibraba su confianza en el desarrollo de la inteligencia y de la solidaridad humanas. Ante todo aseguró que “el metal tranquilo de mi voz” (las cosas realmente serias se dicen en voz baja y calmada) llegaría a todos los rumbos de su patria. Y termina formulando una esperanza, mientras los aviones bombardeaban La Moneda : “Más temprano que tarde se abrirán las grandes avenidas por las que pasará el hombre nuevo.” Afirmación humanista si las hay la del compañero presidente cuando se derrumbaba su utopía, pero estaba seguro de que muy pronto otros hombres soñarían y buscarían la realización de uno de los sueños más hermosos que el hombre ha tenido. Y digo hermosos pensando en Schiller, quien aseguraba que la política ejercida por hombres bondadosos, honrados e inteligentes pertenece al territorio sin límites de la estética.
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