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La estación de Catulo
Ricardo Venegas
entrevista con José Ángel Leyva
Poeta, ensayista, editor, periodista, alguna vez médico, explorador y cazador de los poetas y experimentado entrevistador, miembro fundador y codirector de la revista de poesía Alforja , autor de los libros Botellas de sed (1988), Catulo en el destierro (1993), Entresueños (1994), El espinazo del diablo (1998), Duranguraños (2007), La noche del jabalí (novela, 2005) entre otros; José Ángel Leyva (1958, Durango, Dgo.) ha escrito: Hay un espacio tan lleno de vacío/ donde mi voz no es voz sino eco/ el puro cascarón del ruido/ la marca de un pie que no me calza.
Eres médico de profesión, ¿cómo encontraste la poesía o cómo te encontró?
En donde yo nací y en la época en que me tocó vivir la adolescencia, las oportunidades de estudio eran y son muy restringidas. Me interesaban las humanidades, la filosofía y la literatura particularmente. Mis padres hacían un esfuerzo sobrehumano para sostener los estudios de sus diez hijos, entre ellos yo. La medicina me pareció la mejor opción y, desde un punto de vista literario, la más humanista de las carreras allí existentes. Abrí mi paracaídas y me lancé al agujero negro de la frase hipocrática: Curar el dolor es obra divina. Muy pronto me di cuenta de que no era mi territorio y sí lo más alejado de la curación y de una visión intelectual de la salud. Cuando me vine a vivir a Ciudad de México para hacer la especialidad en psiquiatría y el jefe de Enseñanza del psiquiátrico Bernardino Álvarez me llamó para informarme que estaba aceptado para ingresar a la especialidad, le respondí que estaba ya aceptado en otro mundo, el de las letras. Me inscribí entonces en la Facultad de Filosofía y Letras y cumplí con otro sueño, estudiar en Ciudad Universitaria.
¿Cuál de tus libros de poesía crees que te describe mejor?
Fotos: Carlos Cisneros/ archivo La Jornada |
Es difícil saber cuál. Escribí primero un libro que se llamó Botellas de sed , donde hay una serie de referencias a la infancia, a la juventud, pero de una manera muy caótica. Después de ese desorden escribí Catulo en el destierro, editado por la unam en El ala del tigre, que acaba de salir en París, traducido al francés por Stéphane Chaumet, bajo el sello de L' Oreille du Loup. Tuve la fortuna de hacer viajes a Europa antes de venir a vivir al df , lo cual me hacía menos ingenuo; los viajes te dan una perspectiva de mayor conciencia de dónde eres y de dónde no. Entonces descubrí la perspectiva del tiempo: de venir del campo y de la relación con la naturaleza, a este otro universo aparentemente más amplio, pero más cerrado, que es el ámbito urbano de Durango. La ciudad de mi adolescencia representaba un tiempo y un espacio dilatados. Cada día era un siglo. En Ciudad de México viví una experiencia radicalmente distinta; el tiempo se te escurre de las manos. Esa era la relación de Catulo con la ciudad, un Catulo que tiene que ver con el Catulo clásico, latino, romano, y un poeta cualquiera atravesando Ciudad de México de la mañana a la noche que marca el final de un siglo. Luego vino Entresueños, en donde emerge mi formación científica. No sé si es un libro que retoma técnicas de la vanguardia, pero creo que de alguna manera lo hice, a veces voluntaria y otras involuntariamente. Se fue tejiendo con imágenes más que con metáforas. Imágenes, por ejemplo, de la idea que Stephen Hawking nos transmite del tiempo, cuando nos hace comprender que una estrella muerta hace miles de millones de años nos llega a nosotros como una luz de recién nacida. Somos viajeros en tránsito, espectadores, simple y sencillamente, pero espectadores que pueden ver una película completa en la cual pasan una y miles de existencias, entre ellas la propia. Más adelante escribí El espinazo del diablo. En éste se juntaron en realidad tres libros: Duranguraños, Los versos del guerrero y Los nombres del deseo. Duranguraños me brotó al final, pero lo puse al inicio. Sentía mucho pudor de hacer mi biografía a través del trabajo poético, de referir la geografía de la niñez o mis geografías (porque no es una). Creo que la parte que empujó este libro de El espinazo del diablo, y cada una de sus partes que siento a su vez como libros inacabados, fueron Los versos del guerrero. En esos poemas aludo las guerras que nos toca presenciar, ya sea en los medios masivos, en el cine, en carne propia, en las calles, en el campo, en el amor, en la vida cotidiana. La existencia como una batalla cotidiana. Desde la guerra del Golfo Pérsico hasta la crisis del '94 en México, que nos hicieron ver escenas de frustración e impotencia, como las imágenes de hombres y mujeres cosiéndose los labios o extrayéndose sangre de la venas para lanzarla en los edificios de los bancos o de las instituciones que provocaron la miseria de millones de mexicanos. Por otro lado está la imagen del héroe. Hay gente que trabaja toda su vida para ser héroe en la muerte. El héroe no conoce límites, está dispuesto al sacrificio, a la inmolación, incluso a la traición de sus seres queridos o de sí mismo. También los poetas esculpen su imagen de héroes. Dante es un ejemplo espléndido, tal y como lo describe Thomas Carlyle. Un héroe que hace su propia ética, construye un infierno para castigar a sus enemigos, mientras que a los amigos y a las figuras que admira los pone a salvo del horror y el sufrimiento. Dante es capaz, en su obra, de emerger de los infiernos, de los dominios del mal, bañado con la luz de la gracia y la sabiduría.
¿Cuál es tu experiencia de ser un poeta que entrevista poetas?
Para mí es una fortuna establecer un diálogo con alguien que te interesa conocer, y no es que vaya a descubrir nada nuevo, muchas veces simplemente voy a reafirmar lo que pienso de un poeta y de su obra. Es requisito de un entrevistador de poetas y de artistas saber preguntar, saber mucho del tema para no hacer una entrevista superficial y tonta. La intención es ir a lo profundo, a lo esencial de su ser y su quehacer, siempre desde un segundo plano.
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