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La construcción duró doce años y fue inaugurada en 2002 |
Alejandría o la biblioteca improbable
Gustavo Ogarrio
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Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana –la única– está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.
“ La Biblioteca de Babel”, Jorge Luis Borges |
I
Fachada de la Biblioteca de Alejandría |
El relato mítico sobre la antigua Biblioteca de Alejandría puede condensarse de la siguiente manera: después de la muerte de Alejandro Magno y de la fragmentación de su poder político y militar, surge el proyecto de concentrar en una biblioteca en Alejandría ( 306 ac) –la orilla mediterránea egipcia dominada por los griegos– el acervo escrito del mundo hasta entonces conocido; la Biblioteca existió durante más de siete siglos (se dice incluso que sobrevivió hasta mil años) y estuvo acompañada, en diferentes momentos, por otras expresiones arquitectónicas con semejantes pretensiones de grandeza cultural, como el Faro, el Mausoleo donde descansaron los restos del emperador, un templo dedicado al dios de la ciudad, el Museo o el lugar de las musas (hijas de las diosas de la memoria); un observatorio, un zoológico, jardines botánicos. La Biblioteca fue el centro de este saber escrito de la Antigüedad y parte de su fuerza como figura mítica se debe también a su historia de destrucción. Varias veces fue el blanco de incendios, daños parciales, hasta su completa devastación también por un incendio. La Biblioteca fue el lugar de consulta de grandes pensadores de la Antigüedad , el motivo para emprender una sistemática política de acumulación del saber escrito y el emblema del enfrentamiento entre el testimonio letrado –la memoria del mundo antiguo– y las turbulencias del poder político y militar.
Si algo de este relato sobre la Biblioteca de Alejandría sobrevive con gran fuerza es precisamente la oposición milenaria entre una política del saber y una política de la destrucción. Quizás es gracias a esto último que también sobrevivió durante varios siglos la utopía de su restauración.
Sin embargo, no fue la destrucción total de la antigua Biblioteca de Alejandría el único y definitivo fracaso de tal proyecto. Había otro fracaso que siempre acompañó a la pretensión delirante y noble de poseer el saber escrito de la humanidad: nunca llegaría el momento final de la acumulación de saber; el tiempo –el maldito e indetenible tiempo escrito de los seres humanos– y el espacio transformado en representación letrada, la apertura hacia un mundo todavía desconocido como mundo, así como la infinita combinación de ambos, serían sus límites inadvertidos.
II
Algunas cifras de la utopía y ciertas anécdotas del estupendo fracaso: se especula que la antigua Biblioteca de Alejandría llegó a albergar 700 mil rollos de papiro, que contenían cerca de 100 mil obras; cada barco que atracaba en puerto era revisado minuciosamente para detectar rollos y manuscritos, los cuales eran consignados durante algún tiempo para su reproducción; se podían encontrar, sobre todo, escritos babilonios, egipcios, griegos y latinos; en la Biblioteca se tradujo del hebreo al griego, por primara vez, el Antiguo Testamento; sus bibliotecarios más célebres fueron Calímaco, Zenódoto, Eratóstenes, Apolonio, Aristófanes, Aristarco; en la Biblioteca , Aristarco argumentó que la Tierra giraba alrededor del Sol, Eratóstenes calculó la circunferencia de la Tierra , Herophilus afirmó que el cerebro controlaba el cuerpo, Euclides describió los elementos de la geometría; las autoridades de la Biblioteca depositaron una gran cantidad de oro en Atenas parar tener el derecho a reproducir las obras manuscritas de las tragedias griegas. Se especula que al devolver los originales nunca les fue reintegrado el oro; en el año 47 a c la sección de alquimia fue incendiada por órdenes del emperador Diocleciano; su ultima directora, la matemática Hipatia de Alejandría, fue desollada viva con conchas marinas.
III
La biblioteca tiene un acervo de ocho millones de títulos y dos mil sillas para lectores |
El 26 de junio de 1988 se inició la construcción de lo que sería la nueva Biblioteca de Alejandría, en Egipto. El hecho significó la materialización de una de las grandes reservas del imaginario letrado en ámbitos occidentales. La figura de la Biblioteca como el centro de una vieja trama sobre el conocimiento, sobre las otras culturas en su condición de productoras de un patrimonio libresco; la acumulación del saber concentrado en su propio templo secular.
En la imagen contemporánea que se tiene de la antigua Biblioteca de Alejandría subyacen otros momentos míticos: el saber escrito asediado por las conquistas militares, por el poder político y finalmente por el fuego, el incendio de la sabiduría y de la memoria de la humanidad; es decir, la vieja oposición entre civilización y barbarie, cuyos límites imprecisos obligan siempre a ejercer combinaciones insospechadas. Desde hace siglos sabemos que los bárbaros siempre traen consigo gestos civilizatorios y que aquellos que se hacen llamar civilizados resguardan, en la profundidad de su identidad, grandes momentos de barbarie.
La nueva Biblioteca de Alejandría es sin duda uno de los grandes intentos de restauración de un fragmento del mundo antiguo. Entre los objetivos de la nueva Biblioteca se encuentra uno de carácter épico: restaurar la grandeza de la antigua Biblioteca, es decir, erigirse en el recinto que aspiraría a concentrar la totalidad del conocimiento escrito de la humanidad. Al igual que la vieja Biblioteca, el nuevo recinto tendría que medirse ante el fracaso inherente a semejante propósito.
Además, la nueva Biblioteca de Alejandría tendría que enfrentar viejas preguntas sobre las políticas de acumulación totalizante del saber escrito; preguntas que nosotros, los modernos de todas latitudes y de cualquier cuño, quizás perseguimos bajo la superstición de lo aparentemente inédito: ¿Desde qué centro, temporal y espacial, político y cultural, invisible, se inicia y estabiliza la acumulación de textos? ¿Cuáles podrían ser los criterios para organizar, jerarquizar y dividir los saberes en una época en la que aparentemente se encuentran en crisis las utopías humanistas y letradas? ¿Cómo incorporar a estos criterios las grandes modificaciones en los campos de conocimiento experimentadas en las últimas décadas? ¿Qué significan en nuestros días las ya casi agotadas nociones de “Occidente”, “Oriente”, “Antigüedad”, “Indias Occidentales”, “humanidad”? ¿Cómo enfrentarse a la pretensión de reorganizar el saber escrito mediante una nueva versión de lo “universal”?
Toda Biblioteca es sin duda una forma amable de canonización de textos del pasado y del presente, así como una manera de enfrentar la incomprensión del futuro. Y, como ya sabemos, toda canonización es una bella traición artística a la memoria, la forma sofisticada y libresca de algún olvido milenario.
En 2002 fue inaugurada la nueva Biblioteca de Alejandría, en un contexto de enfrentamiento militar a nivel mundial, y que en una de sus más simples y peligrosas manifestaciones anunciaba un inminente “choque de civilizaciones”. El nuevo Egipto que la veía nacer ya no era más una de las orillas estelares del mundo; la geografía imaginaria de alguna modernidad se encargó de borrar su condición de lugar donde por siglos se escenificó una de las mayores utopías del ser humano, un anhelo que finalmente haría suyo el mundo occidental: la Biblioteca que acaso inauguraba el deseo de ser ella misma la suma total del universo.
IV
Fotos Maritza López |
Algunas cifras y especulaciones del sueño restaurador: en 1974, la Universidad de Alejandría inició las gestiones para elaborar el proyecto de la nueva Biblioteca; en 1988 se da a conocer el proyecto formal de lo que sería la nueva Biblioteca de Alejandría, que se construiría con fondos del gobierno de Egipto, de la unesco y del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas; el proyecto arquitectónico es sometido a concurso internacional, que en 1989 es ganado por el estudio noruego Shoetta: la nueva Biblioteca es inaugurada con un acervo de más de 200 mil títulos y se espera que alcance en pocos años la cantidad de 4 millones 500 mil libros, en el año 2007 crece la especulación y se dice que próximamente se tendrán al menos 8 millones de textos; se especula que para cumplir el viejo sueño de albergar el saber escrito del mundo, en proporción con la antigua Biblioteca, el nuevo recinto necesitaría de al menos 50 millones de libros. La nueva Biblioteca de Alejandría es un enorme cilindro semienterrado, entregado en partes casi idénticas al subsuelo egipcio y al viento mediterráneo.
V
Actualmente es la sede de un sinfín de eventos, exposiciones, congresos, presentaciones de libros, conferencias, bienales... |
A veinte años de la muerte del escritor argentino Jorge Luis Borges, en junio de 2006, en la nueva Biblioteca de Alejandría se le rindió un homenaje. Quizá este homenaje, Borges, imágenes y manuscritos, era tan sólo el emblema que unía dos figuras ahora canónicas para la cultura occidental (si es que tal expresión tiene algún sentido más allá de la nebulosa generalización), la imposible vinculación entre un escritor de la orilla de Occidente, que acaso actualizó e ironizó como nadie algunas de las viejas pasiones de la sabiduría antigua, y el lugar que se hacía llamar nueva Biblioteca de Alejandría, un delirio institucional que desde un futuro quizás irreconocible y desfigurado (como probablemente serán todos los futuros) intentaba materializar la utopía de la biblioteca infinita.
Borges había escrito uno de los cuentos más enigmáticos y fascinantes sobre esta aspiración de totalidad –y su imposibilidad– que guarda toda Biblioteca: “ La Biblioteca de Babel”. El cuento inicia con una semejanza: “El universo (que otros llaman Biblioteca)... ” Sobre esta semejanza, el narrador-bibliotecario relata minuciosamente los principios y posibilidades de eternidad de una biblioteca: “ La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar.”
Una teoría narrativa de la acumulación infinita del saber escrito, condensada en un relato breve. Quizás en este último gesto se encuentra resguardado algo de la potencia del cuento de Borges: narrar las posibilidades del infinito en la Biblioteca –semejante al universo y que contiene todos los libros, todas las historias pasadas, presentes y futuras, en todas las lenguas, incluso en aquellas que todavía no existen pero que podrían existir– y al mismo tiempo, en un segundo nivel del relato, mostrar la imposibilidad de esta eternidad, lo improbable que es la pretensión de totalidad de la Biblioteca , esto mediante la incertidumbre y la angustia del narrador ante la probabilidad de que él mismo nunca pueda encontrar en sus anaqueles el libro total que justifique las aspiraciones de la acumulación libresca:
No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre –¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!– lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
Al enunciar el narrador del cuento de Borges –quizás también de manera delirante– una parte de la totalidad de textos contenida en la Biblioteca , involucra al lector de una manera radical y casi inadvertida, al dirigirse al que lee el relato por un momento e informarle que en la Biblioteca también se encuentra “la relación verídica” de su muerte, la finitud del lector como contraparte de la eternidad libresca.
Es también probable que el fracaso inherente a la aspiración de totalidad y de infinito de cualquier biblioteca –y sobre todo de las bibliotecas de Alejandría– sea algo más que el fracaso de un proyecto delirante y noble: en este fracaso quizás está grabada, “ilimitada y periódica”, una metáfora del pasado y del destino de cualquier ser humano.
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