Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Memoria de Tréveris
ESTHER ANDRADI
Dos poemas
MARKOS MESKOS
Hugo Gutiérrez Vega, poética del peregrino
LEÓN GUILLERMO GUTIÉRREZ
La estación de Catulo
RICARDO VENEGAS entrevista con JOSÉ ÁNGEL LEYVA
Despedida
ALEJANDRO AURA
Alejandría o la biblioteca improbable
GUSTAVO OGARRIO
El Vaticano en la red:
Urbi et interneti
RICARDO BADA
Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Angélica Abelleyra
Déborah Silberer: dar más vida, con música
Lo que mas le gusta es perderse en la vorágine de la música, hacer vivir las imágenes y darle aún más risa, placer y sorpresa al público. Por eso, Déborah Silberer (Rumania, 1967) adora componer, musicalizar y acompañar desde su piano las escenas de cine mudo y advertir la alegría de quienes disfrutan a Chaplin, al Gordo y el Flaco o a Buster Keaton. Porque cree en el poder de la improvisación y la libertad que conllevan esta vocación, y porque no quiere dejar en la inanición a un género que es el sustento del llamado séptimo arte.
Una estrecha relación con su abuelo paterno la condujo con certeza por este camino. Violinista húngaro, Eugen incursionó con su nieta en el campo del juego, cuando ambos imitaban los sonidos de animales y aprendieron que la música es un elemento vivo que produce imágenes y les otorga profundidad. Entonces la pequeña Déborah entró a estudiar piano y dio sus primeros conciertos a los ocho años. Estudió en la Clara Schumann Musikschule de Düsseldorf, Alemania, y luego obtuvo su título de concertista.
Acepta que gracias a su madre “generala”, en la infancia aprendió de la disciplina pianística. Pero a la distancia observa que se sobresaturó de aquella rigidez, aspirando siempre a interpretar “la pieza perfecta”. Por eso, su posterior nexo profesional con el cine mudo le ayudó a escapar de cierta tónica de “tortura” que vivió en la niñez y en la adolescencia.
Porque, para ella, la gran diferencia entre ser concertista pura y acompañante de cine mudo, es que en este caso puedes conectarte con tu subconsciente para no controlarlo todo y jugar con la improvisación. “Me encantó dejar de pensar tanto y aprender a perderme en la búsqueda de componer, inventar y hacer vivir las imágenes”, dice con alegría, aceptando su talento natural al enfrentarse a una película que de antemano no conoce, pero que va sintiendo conforme las escenas transcurren en pantalla.
Lo que sí le funciona es conocer el tono de la cinta: si es drama, comedia, terror, acción o ciencia ficción, ya que con eso ella puede conducirse de acuerdo con la narración y el sabor que le imprime cada cineasta a su pieza, sea La quimera de oro, de Chaplin o Metrópolis, de Fritz Lang, o El acorazado Potempkin, de Eisenstein o El automóvil gris, de Enrique Rosas. Todo es cuestión de ritmo, explica. “Como el pintor puede seleccionar el color, el músico escoge su paleta con trucos musicales y efectos.”
Claro que muchas cintas ya las conoce y es más sencillo el acompañamiento, aunque siempre resulta sorprendente. Una de sus preferidas es Liberty, con el Gordo y el Flaco. Recuerda que en una presentación era tanta la carcajada del público que ella se contagio y sólo pudo tocar con una mano. “Pese a todo, no se cayó el ritmo y me encantó hacer vivir de otra manera aquellas imágenes que para otros son puros fantasmas.”
Con premios en Rumania, Alemania y Bélgica, fue pianista titular en la Cinemateca Real de Bruselas desde 1996 y se mantuvo allí por cinco años. A partir de 2001, en México tiene ese cargo titular en la Filmoteca de la unam y en la Cineteca Nacional, donde es frecuente escucharla musicalizando cintas donde Harold Lloyd o Chaplin desternillan de la risa a quien se da el permiso.
Hoy Silberer es directora artística del Cinematógrafo Folia Limière/ Centro Mexicano de Cine Mudo, un colectivo independiente que desde 1998 se encarga de preservar y difundir el patrimonio mundial del cine mudo mediante festivales culturales. De muchas maneras, este organismo fundado por Eduardo Garzón-Sobrado es la única vía que anima al espectador a revivir esas imágenes del pasado que muchos denostan como “cine aburrido”, y le ayuda a echar volar la imaginación ante una manifestación creativa que es origen de este arte y que tanto desdeñamos ante el frenesí de la imagen hollywoodense.
Así, Déborah Silberer retoma una práctica añeja. Pues, según informes de Folia Lumière, rara vez las proyecciones anteriores a 1927 eran literalmente mudas: músicos y a veces hasta actores y comediantes acompañaban de manera simultánea lo visto en pantalla, pero después desaparecieron pues se consideraron actos obsoletos y contrarios a la “pureza” del cine.
Silberer acepta que siempre habrá alguien crítico de esta práctica, pero ella mejor se queda con la energía que se genera en una sala con gente que ríe y aplaude, o llora y aplaude. “Lo que importa es que uno tenga los canales abiertos para dejar salir eso que fluye entre la película, la música y el público. Cuando esto funciona, lo demás viene solo.”
|