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Todos los géneros son suyos (I de II)
El más reciente largometraje de ficción producido por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, dentro de su programa de óperas primas y en colaboración con el IMCINE y Goliat Films, toma su título de una oración que no le será desconocida a quienes rinden culto a la muerte –para ellos La Santa Muerte–: Todos los días son tuyos: no sin pronunciar dicha frase atrévense a salir a la calle quienes prefieren encomendar su cotidiana suerte a la pelona, tal y como, hacia el principio de la cinta, vemos que lo hace el protagonista. De nombre Eliseo e interpretado por un Mario Oliver intermitente entre la solvencia y la insuficiencia histriónicas, el personaje principal es un fotógrafo de la nota roja impresa, suficientemente avezado en las artes de un oficio que algunos quieren innoble por cuanto implica de sangre fría, corazón endurecido e hígado resistente, a la hora de impresionar película sensible con imágenes de seres humanos fenecidos como producto de accidentes automovilísticos, balaceras, levantones, narcovendettas, encajuelamientos, degüellos y otras desgracias igual de sanguinolentas. Hábil, pues, en dichas artes, Eliseo también debe serlo para relacionarse favorablemente con policías, emepés –agentes del Ministerio Público– y, en general, con todos aquellos que forman parte del mundillo implicado en el ámbito público de lo contingente culposo y lo delincuencial, por decirlo de algún modo.
Sólo que a Elías no le basta con su oficio y, siendo la suya una personalidad de cariz más bien tendiente a la soledad y a la gratificación individual, dedica sus buenas horas al ejercicio, ése sí innoble, del voyeurismo. Sea producto de la suerte y el azar, o bien de poca disposición para dedicarle a ello demasiadas energías en términos de desplazamientos y logística, el hecho concreto es que, para cumplimentar la satisfacción de sus aficiones veedoras, Elías se traslada geográficamente lo mismo que nada, pues le basta y sobra con llegar a casa, aplicar pupila y lente a los numerosos orificios por él practicados en los muros que dividen su departamento del departamento vecino, y entonces refocilarse en la captura, momentánea y permanente, de la imagen de María (interpretada sin mayor trascendencia por Bárbara Lennie), cuya conciencia de ser espiada y gráficamente registrada es, como cabe esperar, perfectamente nula.
Bárbara Lennie |
Aunque no pareciera tener demasiada importancia dado el desarrollo ulterior de la trama, jamás queda claro si los afanes de entrometimiento anónimo del fotógrafo obedecen de manera exclusiva, o al menos básica, a un torcido deseo de posesión sexual definitivamente ficticia –es decir, la única posible mientras el contacto entre Elías y María no supere el nivel del espionaje y, claro está, el del desconocimiento mutuo, aunque parcial–, deseo al que Elías estaría entregándose de manera cada vez más golosa, si bien comprensible tomando en consideración la elevada potabilidad de quien es espiada.
En este punto, nodal para la trama y en el cual se establece sin titubeos el que, a fin de cuentas, ha de ser el principal género de una película que voluntaria o involuntariamente abunda en ellos, Elías es compelido por las circunstancias a enterarse, u obligado a recordar si es que lo sabía de antemano, de que las personas no son simples iconos autómatas ni meras imágenes fotografiables, como se lo pudo haber hecho creer la, para él, inveterada costumbre de tomarle fotos a cuerpos inertes, cuya capacidad de protestar por ello ha sido cancelada. Como habría sucedido con cualquier otro vecino que Elías se hubiera puesto a espiar, María tiene tras de sí un pasado, una historia personal, y es el caso que ella en particular está vinculada, de un modo cuya intensidad y alcances Elías obviamente desconoce, con la organización separatista vasca conocida bajo las siglas ETA.
Thriller a partir de este punto, Todos los días son tuyos abandona todos aquellos elementos que, una vez aquí instalada la historia, saben a prolegómenos ligeros cuando no a meros esbozos temáticos, es decir, en primera instancia, la referencia explícita, verbal y visualmente hablando, a La Santa Muerte –de donde pudo haber surgido, entre muchas otras posibilidades, un retablo idiosincrásico cuya natural truculencia no resulta desdeñable en términos cinematográficos–, y en segunda instancia el retrato posiblemente costumbrista de la vida, el punto de vista de su entorno y la manera de pensar de un personaje urbano cuyo carácter conspicuo, por desgracia, hoy en día corre parejas y es directamente proporcional a la cantidad de chamba que la realidad le proporciona un día sí y otro también.
(Continuará) |