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Juan Domingo Argüelles
Poesía y utilidad: Giacomo Leopardi
En su Zibaldone de pensamientos (existe una edición antológica, en
versión de Ricardo Pochtar y con selección y prólogo de Rafael Argullol,
Barcelona, Tusquets, 1990), el gran poeta italiano Giacomo Leopardi
(1798-1837) afirma: “Lo útil no es el fin de la poesía aunque
pueda convenirle. E incluso el poeta puede buscar expresamente la
utilidad, y alcanzarla (como quizás haya hecho Homero), sin que por
ello lo útil sea el fin de la poesía.”
Añade Leopardi que la poesía puede ser útil sólo de modo indirecto,
“pero lo útil no es su fin natural, aquello sin lo cual no puede
existir, como no puede existir sin lo agradable, porque agradar es el
oficio natural de la poesía”. El fin de la poesía es el deleite.
Ahora que se ha cumplido el 210 aniversario natal de este clásico
universal (nacido el 29 de junio), que murió prematuramente (próximo
a alcanzar los treinta y nueve años, el 14 de junio), recordamos
no sólo su extraordinaria poesía, sino también su lúcida poética
contenida sobre todo en sus diarios, que abarcan de 1817 (cuando
tenía diecinueve años de edad) a 1832 (un lustro antes de su fallecimiento).
En uno de sus hermosos poemas, “Scherzo”, Leopardi escribió:
“Cuando yo era joven/ acudí a la escuela de las Musas./ Tomándome
de la mano, una de ellas,/ me llevó a pasear por el taller./ Mostróme
uno por uno/ los instrumentos del Arte/ y los diversos usos/ a que
están destinados cada uno de ellos/ para crear la prosa o la poesía./
Yo, mirándolo todo, pregunté:/ ‘Musa mía, ¿la lima dónde está?’ Dijo
la Diosa:/ ‘La lima se ha gastado; sin ella trabajamos’./ Y le dije: ‘¿Pero
no os preocupáis/ puesto que ya no sirve de hacer otra?’/ Me respondió:
‘Se debe hacer, pero nos falta el tiempo.’”
Este poema, que viene a ser un arte poética de Leopardi, encierra
también la lección más vital de este poeta a quien también le faltó
tiempo para todo aquello que “debía hacer”
en la poesía y en la prosa. Sin embargo,
cuanto dejó el autor de los Cantos nos revela
a un extraordinario artista y a un no
menos extraordinario pensador, cuya reflexión
sobre la poesía y el arte es vigente
y necesaria.
Leopardi sostenía que “no existe más
verdad absoluta que aquella que nos dice
que todo es relativo”. Bajo esta premisa indiscutible
creó una obra poética y reflexiva
que es tan actual que parece escrita por un
contemporáneo. Dado que todo es relativo,
“las buenas poesías son igualmente inteligibles
para los hombres de imaginación
y sentimiento, que para los que carecen de
esas cualidades”, y la única diferencia de comportamiento
ante esos buenos poemas no
reside en las virtudes del poeta sino en
la experiencia, las pasiones, las cualidades
y los defectos de los lectores. Cuánta
gente que lee hoy no comprende esto que
es tan básico para poder entender que la
letra escrita es siempre letra muerta mientras
no la reviva nuestro espíritu.
Si la poesía de Leopardi
es extraordinaria
por su profundo
lirismo y por su concentrada
inteligencia,
su obra en prosa
representa uno de los
momentos más elevados
de la poética filosófica.
Ésta nos ayuda
a comprender mucho
mejor el objeto del poema,
y aquélla nos ofrece la
certeza de que lo importante de
la vida es la vida misma. La poesía se
hace con palabras (y con música y con
significados), pero lo que más importa es
que esas palabras pueden llevarnos, así sea
por un momento, a mitigar los dolores de
la realidad. “El verdadero objeto de la
vida es la vida”, dice Leopardi.
En cuanto a la felicidad, no hay que
hacerse demasiadas ilusiones, y ni siquiera
la poesía nos la puede prometer,
mucho menos garantizar. La inutilidad
de la poesía sigue siendo su mayor utilidad,
y mientras más creamos en las utopías
más nos alejamos de la verdad.
La poesía no sirve para evitarnos el
sufrimiento de vivir. Si alguna utilidad
tiene es la que cada quien puede encontrarle
para atemperar el dolor. “¿Qué
es la vida?”, se pregunta el autor de los
Cantos en un apunte del 17 de enero de
1826, en Bolonia, y él mismo se responde:
“El viaje de un hombre cojo y enfermo
que camina sin descansar jamás, de
día y de noche, durante muchas jornadas,
con una carga pesadísima sobre las
espaldas, por montañas muy escarpadas
y sitios escabrosos, arduos y difíciles,
bajo la nieve, el hielo, la lluvia, el
viento, el sol ardiente, para llegar a
cierto precipicio o foso, y caer inevitablemente
en él”
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