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Ana García Bergua
De clóset
Conocedor de mis perversiones imaginativas, mi querido amigo y contertulio E.G. me ha guardado este recorte de prensa que dice: “Japonesa vivía en clóset ajeno.” Ahí se narra que hace cosa de dos meses un ciudadano japonés de edad madura, intrigado porque la comida desaparecía de su refrigerador, instaló unas cámaras en su departamento y descubrió que una mujer vivía ahí mientras él no estaba, en una suerte de vida secreta, paralela a la suya. Después de que la policía inspeccionara su departamento, descubrieron que una ciudadana japonesa también de edad madura se había instalado a vivir limpiamente desde hacía casi un año, provista de una colchoneta y agua, en la parte superior de un clóset del departamento, donde permanecía oculta mientras el hombre estaba ahí.
Esta historia da para muchas cosas, además de la suposición, que conjeturaría una ama de casa maniática, de que el hombre jamás le pasaba un trapito al aludido clóset, si uno se asoma a internet –desde adentro o afuera de un clóset, es igual–, verá que algunas notas periodísticas han sugerido que meterse al clóset ajeno puede ser una solución a los problemas de vivienda (sobre todo, diría yo, para chaparritos friolentos y agorafóbicos). En Hollywood, desde luego que embelleciendo a los personajes, alguien escribiría una comedia romántica en la que el hombre y la mujer del clóset terminan juntos. Y es que este asunto del clóset es muy cinematográfico: ¿en cuántos clósets de la pantalla de plata no se han escondido, a lo largo de un siglo, cadáveres (colgados de una percha, sobre todo), amantes –éstos con la variable de debajo de la cama o detrás de las cortinas–, espías o asesinos armados o sin armar?, ¿cuántos secretos no ha descubierto alguien espiando a través de un clóset con puertas venecianas? Por supuesto que la comunidad gay podría decir muchísimas cosas sobre entrar, salir o vivir en el clóset, pero ese es otro temá. Y siempre hay alguien que, después de una pelea, decide no volver jamás, y al cabo de un portazo rotundo y estremecedor cae en la cuenta de que ha salido para siempre, pero por la puerta del clóset, y tiene que regresar, mustio y humillado, al ruedo.
Pero, para mí, el tema del clóset viene a cuento más que nunca en estas tardes de lluvia tan melancólicas en que es imposible salir de la casa. Quisiera uno, como Las crónicas de Narnia, que las puertas del ropero nos condujeran a otro mundo, mejor que este tan nublado y anegado de espanto, o cuando menos distinto y más fantasioso. Los niños lo entienden bien: mi hermano, por ejemplo, adornó un clóset de nuestra infancia –uno que por lo regular estaba lleno de juguetes– con un tablero de nave espacial primorosamente dibujado con plumón en una de las repisas. Lo puedo imaginar encerrado durante horas, llamando a un señor Spok de clóset. Y por épocas mis hermanos y yo nos íbamos de viaje al clóset de los abrigos y los paraguas, provistos de agua y pan. En estos días, cuando por causa de la lluvia pasamos alguna tarde jugando a las escondidas con mi hija chica, alguno de nosotros terminará escondido en un clóset, respirando esa especie de vida paralela y suspendida, ciertamente emocionante, del que está pero no está.
Probablemente la señora japonesa que vivía en el clóset encontraba también emocionante su vida en ese departamento y en ese clóset. La imagino aguzando el oído para identificar los pasos del hombre, el tintineo de la llave, los pequeños gestos que, sabía, eran el preludio de sus entradas y salidas. Cómo desde su pequeña dimensión habrá estudiado y comprendido esa especie de respiración que es la vida de otro. Y cómo a las salidas del hombre correspondían sus entradas en escena a la casa, como una actriz que sólo esperara su pie para salir a ese escenario de soledades, ahora sí literalmente compartidas.. La puedo ver incluso jadeando, asustada, en su pequeño espacio, alguna vez en que casi haya sido descubierta por un mal cálculo, por alguna torpeza. Y cómo habría pensado los consumos mínimos de alimentos, el uso del agua, para no ser notada; una especie de vida de sombra, un juego de escondidas. Ha de haber sido terrible para el hombre del departamento descubrir que una extraña era perpetuo testigo de su vida, pero estoy segura de que para ella también lo fue el ser descubierta. No sé si han encarcelado a la mujer; de ser así, es posible que encuentre la celda demasiado amplia y espaciosa, demasiado llena de gente.
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