Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de febrero de 2008 Num: 677

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De un ciego resplandor
CHRISTIAN BARRAGÁN

Sic Transit
ATHOS DIMOULÁS

Vagabundos en la
propia tierra

JUAN MANUEL GARCÍA

Judíos
EDGAR AGUILAR

W. G. Sebald,
El viajero y el tiempo

ESTHER ANDRADI

Sherlock Holmes:
121 años de un mito

ADRIÁN MEDINA LIBERTY

Leer

Columnas:
Galería
ALEJANDRO MICHELENA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Rogelio Guedea
[email protected]

Placeres matinales

Siempre acostumbro correr por las mañanas. No me importa el clima, la ciudad o el estado de mis piernas. Sólo acostumbro correr, como en este instante en que alguien, sentado cómodamente, me imagina corriendo. Debo decir que me gusta correr más en México que en Nueva Zelanda. En México las mujeres le sonríen a uno al pasar. En Nueva Zelanda apenas levantan la mirada. Yo estoy seguro de que cualquier célibe saldría de su celibato si se animara a correr por las mañanas. Treinta minutos sería suficiente. Gracias a ello encontré al amor de mi vida. Sus ojos me sonrieron. Fue una sonrisa fugaz pero cierta, como el perrito que la acompañaba. El segundo día (yo daba vueltas en el jardín florido) me levantó la mano y me cerró un ojo. Su ojo parecía una noche estrellada. Le respondí de igual manera. Debo decir que cuando corro me propongo olvidarme de todo menos de que estoy corriendo, pues alguna vez me sucedió que perdí el rumbo y la distancia y fui a dar a un país de guacamayas y saltimbanquis. En fin. El tercer día la mujer se detuvo para preguntarme la hora, aun cuando ella llevaba reloj. La evidencia no me dejó otra salida que invitarla a correr por la orilla de la avenida empedrada. Recuerdo que esa mañana corrimos sin detenernos, uno al lado del otro, y mientras más corríamos más se nos angostaba el camino, de tal manera que nuestras vidas (nuestros pasos, miedos y manías) al cabo de unos cuantos minutos se encontraron unidas para siempre, abiertas a nuevos horizontes y deseos, eternas al impulso de lo incierto y lo imposible.