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Holgura del uniforme
Últimamente han vuelto a la tele los anuncios gubernamentales que ponderan la presencia del ejército en las calles, machacona juglaría que remite a no muy añejas oscuridades, porque algo en Felipe Calderón, en ese imprudente empleo de la milicia, en su mal disimulada inseguridad, lleva tufillo a represor. ¿Qué significa en realidad, además de la evidente supeditación de la política interior mexicana a la política exterior estadunidense, un encuadre de soldados recorriendo la frontera o Monterrey, Uruapan, Cancún, arma en ristre como gringos en Fallujah? ¿Qué hay detrás de esa aparente firmeza en el mando que ejerce el presidente a la hora de exhibir musculatura? Cierto es que se trata de iniciativas más o menos coordinadas entre dependencias operativas del poder ejecutivo, lo que nos permite suponer que hay algún tipo de diseño en todo ello, pero el gobierno ha trucado las fuerzas armadas en policía “dura” y, como este aporreateclas se atreverá a teorizar, en estandarte disuasorio ante la posibilidad de una disidencia social activa. Esa es la espada de Damocles que Felipe Calderón teme –y no sin razón– desde que tomó el poder, consumado el multifacético fraude comicial del año antepasado. El ingrediente tal vez más importante de ese caldo conminatorio en términos de penetración social (o sea, propaganda vil), es la televisión. Las decenas de anuncios, que cada vez son más, en que vemos a soldados y policías encapuchados y fieros como parte del paisaje urbano y rural mexicano, parecerían tener en los hechos el propósito de mostrarnos que la amenaza, para quien se salga del huacal, es tangible y cosa de todos los días. Si se persigue a narcotraficantes con tanquetas y lanchas cañoneras; si son aprehendidas bandas criminales por tropas “de élite”, especialistas en combate urbano, entonces un día los objetivos de esas operaciones pueden ser activistas sociales convertidos, por la magia unilateral de la tele –especialidad de los noticieros de TV Azteca y Televisa, duchos en la construcción de realidades a medida–, en agitadores y enemigos del Estado empeñados en arrebatar su riqueza a la gente trabajadora, para repartirla entre oportunistas o para entregar la patria al populismo chavista instaurado acá, porque en la lógica de la derecha gobernante cualquier husmo a disidencia es indicio de células desestabilizadoras. Poco falta para que empecemos a escuchar prédica antiterrorista. Tal fue la tónica del discurso de la televisión y sus fácticos compinches contra Andrés Manuel López Obrador en esas elecciones podridas, o como sucedió y sigue sucediendo con los inconformes que de la rabia impotente y el hartazgo pasan a la movilización. El único freno posible es que precisamente a los mandos de las fuerzas armadas les disguste esa publicidad negativa, esa necia costumbre de los hombrecitos voluntariosos de utilizar el uniforme para sentirse menos enanos cuando les es otorgado el poder presidencial. El presidente se reinventa como soldado, hombre fuerte, asertivo, él, que fue durante toda su trayectoria un hombrecito gris, un funcionario mediocre y hasta chambón en sus puestos anteriores, hasta que la magia de un cuñado alquimista y la ayuda de sus amigochos millonarios, más la desvergonzada intervención del poder del Estado, del presidente anterior y de los crasos señores del clero y la tele lo sentaron en una silla demasiado grande, tanto que ha necesitado las demostraciones de fuerza del ejército para aparentar una firmeza que algunos cuestionamos.
Si poner al ejército a hacer un trabajo –sucio, idea de Estados Unidos– que le es ajeno por antonomasia se justifica con reducir o neutralizar el narcotráfico, ¿por qué no se reducen los índices de consumo de estupefacientes allende las norteñas fronteras o, para el caso, acá, en el consumo doméstico, donde sigue siendo fácil conseguir una grapa de coca, un puñito de “anfetas”, un “arponazo” de heroína? ¿Por qué un presidente civil necesita, para sentirse fuerte, el disfraz de soldado cuando el uniforme le sienta mal, le queda sobrado, o llega a la irrespetuosa ridiculez de vestir a sus propios hijos de miniaturas castrenses? Así las cosas, cualquier día los noticieros de Televisa y TV Azteca se van a transmitir desde el Campo Marte. Sea estulticia propagandística, una cuidadosa estrategia de (in)comunicación social o cualquier otra cosa, difícilmente se trata de una cadena de lamentables casualidades, y la televisión es medio y mensaje: el principal agente propagandístico del régimen.
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