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TOCANDO FONDO
SILVIA TOMASA RIVERA
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Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005),
Christopher Domínguez Michael,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2008.
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Hablando de los grupos literarios de México, existe un doble fondo y una doble intención que se transcribe como: voy a publicar en el Fondo de Cultura Económica, una antología, y voy a incluir a los que viven por mi casa, a mis amigos, y a uno que otro escritor muy reconocido, nada más para llevar a feliz término el propósito anunciado.
Eso está muy bien para una tarde de café en El Parnaso, pero es muy desleal y poco operativo para llevarlo a cabo. Sin embargo se hizo. De no creerse, y de gran carencia ética y moral la semblanza que publicó recientemente el Fondo de Cultura Económica bajo el comprometido título de Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005), cuyo autor es Christopher Domínguez Michael. Eso lo explica todo, pero no lo justifica. El editor debe estar consciente que México es y ha sido siempre un país de grupos apasionados, y cuando se publica un diccionario de autores que va a ser exhibido dentro y fuera del país, debe hacerse con una conciencia lo más elevada posible, quiero decir alejada de los arrebatos de grupo, de lo contrario están siendo cómplices de un engaño. Omitir es mentir, tratar de ocultar a todas luces una verdad contundente, hacer el ridículo tratando de dar a los lectores un punto de vista con la idea de que lo acepten como si éstos no supieran quien es quién en la anfructuosa planicie literaria. Omitir es cercarse a uno mismo, encerrarnos en el entorno al que pertenecemos sin darnos cuenta que es un campo minado. En otras palabras, ciego de luz y torpe de conciencia.
La cauda de hojas que publicó el FCE no tiene por qué tener a todos los vivos y los muertos, y menos siendo del dominio público el grupo de vivos al que el autor rinde cuentas. Es muy cómodo publicar en el Fondo de Cultura Económica y la distribución no es mala; cuando yo publiqué Duelo de espadas, meses después lo encontré en unas librerías de Madrid. Claro, eran otros tiempos y el director era Jaime García Terrés. Pero los humanos no aprendemos de la historia, hacemos nuestro propio recuento personal según las limitaciones de las cuales somos rehenes. Alguien dijo una vez: la necesidad sustituye los sentimientos. Me quedé pasmada. En los sentimientos se fragua todo: la sencillez, la grandeza, la elementalidad. Es increíble el vacío que se genera con la necesidad de personas y de cosas. Es llegar a decirse en la penumbra del desasosiego: “voy a escribir un libro aunque no tenga nada que decir y voy a llamar la atención a toda costa. Mi padre es el vacío.”
¿Tiene caso escribir un libro que no le sirve a nadie?
Un libro aun con las ausencias debe ser un libro completo siempre y cuando se guarden las proporciones. No se puede mostrar una guía (aunque se diga personal) sin incluir a Guillermo Samperio, quien publicó por cierto en el FCE Gente de la ciudad, y que cada vez tiene más lectores; no incluir a Rafael Pérez Gay, después de haber escrito Diatriba de la vida cotidiana, lectura obligada en nuestro tiempo; ni a Hernán Lara Zavala, narrador de incuestionable trayectoria que tanto leen los jóvenes. No incluir a Elena Poniatowska, una institución en las letras mexicanas de los últimos cuarenta años; ni a Ángeles Mastretta que escribe en contacto directo con el corazón de las mujeres. No se puede hablar de dramaturgia sin mencionar a Hugo Argüelles, como si su obra Los gallos salvajes no hubiera sido escrita; ni a Víctor Hugo Rascon Banda cuya obra Cierren las puertas es un parteaguas en la nueva dramaturgia mexicana.
No se debe utilizar el nombre de Evodio Escalante sin reconocer Las metáforas de la crítica. Nadie que escriba sobre literatura mexicana puede ignorar a Hugo Gutiérrez Vega como si su inolvidable trilogía griega no existiera; eso, en principio, es ya una irreverencia. No se puede, señores, hablar de poesía mexicana sin mencionar a Luís Miguel Aguilar, aunque esto lo comprendo, Christopher, porque las coordenadas que lanzas a tus ojos no alcanzan a llegar a una poesía narrativa tan profundamente humana como la que está escrita en Chetumal Bay Anthology. No se puede ignorar a Elva Macías, sin percibir que en la brevedad de sus versos se gesta la grandeza del poema.
No mencionar a Vicente Quitarte es no darse cuenta de la celestial marejada poética que existe en El ángel es vampiro. ¿Quién no ha sido chupado por un ángel en las noches sin luna? No reconocer a Marco Antonio Campos es ignorar Viernes de Jerusalén, uno de los libros de poesía más leídos y sentidos de los últimos años. Ni a José Vicente Anaya, cuando su libro Híkuri es tan considerado por los lectores jóvenes que no saben de mafias. Y José Ángel Leyva, ¿qué no leíste los versos que salieron de las mismísimas profundidades de El espinazo del diablo ? Y Efraín Bartolomé con su legendario Ojo de jaguar, que camina por la décima edición, ¿tampoco es digno de ser nombrado? ni Ricardo Castillo, poeta de la gloriosa generación de los cincuenta que publicó en el FCE su ya clásico libro El pobrecito señor X; que después fue recogido por la editorial Verdehalago y Conaculta en la colección de poesía La Centena , bajo la coordinación del poeta Víctor Manuel Mendiola, quien también publicó en el Fondo su libro Vuelo 294 y que tampoco fue incluido. Me atrevo a decir que la selección que hizo Mendiola para La Centena es una de las mejores y más heterodoxas que se han editado en México. Deberías aprenderle, Christopher, nunca es tarde. Date cuenta que lo único que demuestras con tus hallazgos inconsistentes es que eres mejor “cuate” que crítico.
El hecho de no haber sido incluida no me afecta en sí, porque siempre he sabido que vives en una adolescencia perpetua de trastabilleos y caprichos. Lo que me preocupa es el manejo de los espacios públicos como si fueran privados, gozando de la impunidad de grupo.
El mundo que habitamos es más amplio, Christopher, no se limita a un poder transferido. El único poder que sobrepasa los grupos y la turbiedad de las acciones es el poder de la creación, precisamente el que te fue negado.
Volviendo al incómodo asunto que nos atañe, los rencores y desacuerdos de grupo deben quedar atrás, cuando se trata de presentar a la sociedad una muestra sustancial de los escritores de México. El Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005) no se puede tomar de ningún modo como una guía seria, es un trabajo gregario y superficial. Por la importancia que representa para los lectores y para la sociedad mexicana en general, el Fondo de Cultura Económica, casa editorial donde varias generaciones hemos abrevado, no debe exhibir sus debilidades, mostrando una antología que adolece de la esencia cabal de personas que pertenecen a una época determinada y que han trascendido gracias al reconocimiento de sus obras.
Desde el momento en que el autor dice marrulleramente en el prólogo: “una antología personal y un diccionario de autor”, no debió publicarse con el nombre que ostenta. Si tanto era el compromiso ¿y con quién?, el título debió quedarse como en la cita del prólogo. Si se quiere hacer un diccionario de escritores mexicanos con las características pretendidas, la investigación debe estar solventada en bases firmes; editarse en dos tomos si presume de ser crítico, y el antologador debe ser un escritor responsable que no atienda a mafias ni orquestaciones. Si se pierden de vista estos puntos, el gasto de producción será innecesario.
Yo, igual que muchos escritores, pido se retire de circulación el Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005) porque - con tal brillo de ausencias- no es un libro confiable ni susceptible de ser consultado.
La comunidad literaria de México no puede ser cómplice de una mentira, ni permitir que se manipule, a través del prestigio de una editorial, el juicio de los lectores.
Dígame, por favor, señora Consuelo Sáizar, directora del Fondo de Cultura Económica: si un libro no toca almas ni principios y no acerca al lector a la luz del conocimiento requerido, ¿qué estamos tocando? ¿Acaso estamos tocando el Fondo?
DE RISA O DE DESESPERACIÓN
GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE
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Cuentos de humor negro,
Ricardo Guzmán Wolffer (selección y prólogo),
Lectorum,
México, 2007.
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Ricardo Guzmán Wolffer acierta en su prólogo al decir que, de manera lenta, el humor en México se ha ido ennegreciendo: con las constantes crisis a las que se ha tenido que enfrentar el pueblo mexicano a través de los siglos, el humor parece ser el único mecanismo de sobrevivencia que queda disponible.
Y justo porque el humor negro ha sido inherente al alma del mexicano desde hace muchos años es por lo que se pueden reunir los cuentos que Guzmán Wolffer reúne en Cuentos de humor negro: del Doctor Atl a Alberto Chimal, de José Revueltas o Juan José Arreola a Armando Vega-Gil, todos los relatos aquí incluidos tienen en común provocar el mismo efecto final en el lector: sentir la necesidad de reírse de las situaciones planteadas, pero al mismo tiempo no poder evitar la culpa de saber que lo que al lector le provoca risa a otro le provoca dolor.
Baste con leer “La parábola del joven tuerto”, de Francisco Rojas González, para comprender de qué se ríen los mexicanos, intentando ocultar el remordimiento detrás de la risa: harto de las burlas de todo mundo, un joven que sólo tiene un ojo pide –y recibe– un milagro del cielo… “¿Milagro, madre? Pues no se lo agradezco, he perdido mi ojo bueno en las puertas de su templo”, dice el protagonista después de que un cohetón se le ha clavado en el ojo sano. “Ése es el prodigio –explica la madre– todos en el pueblo no van a tener más remedio que buscarse otro tuerto de quien burlarse porque tú, hijo mío, ya no eres tuerto.”
Un cuento que casi podría considerarse un clásico en cuestiones de humor negro es, sin duda, “A los pinches chamacos”, de Francisco Hinojosa, en el que tan elocuente adjetivo se aplica a tres adolescentes simple y sencillamente por el hecho de tener la edad que tienen, no por sus acciones: meter un gatito al microondas es la más inofensiva de ellas…
La risa en estos cuentos igual la provoca la desgracia ajena que la política o los estereotipos de belleza, como en los cuentos de Rafael Barajas el Fisgón, o de Armando Vega-Gil. Ninguna generación está exenta de la herencia de humor negro, que va de lo brutal a lo grotesco, sin diferencia de clase o de género. “En México nacemos para reírnos –dice Ricardo Guzmán Wolffer– a pesar de la historia que llevamos a cuestas como pípilas irredentos. Para comprender el alma del mexicano contemporáneo es necesario leer esta antología.” Tal vez, precisamente por esa historia es por lo que reímos: en una sociedad como la nuestra, la risa parece ser el último recurso de la desesperación.
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Miradas al lenguaje y Sobre exiliados,
Tomás Segovia,
serie Trabajos reunidos,
El Colegio de México,
México, 2007.
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Estos son, respectivamente, los números 2 y 4 de la serie Trabajos reunidos que El Colegio de México ha puesto en circulación. El primero de ellos abre con un prólogo de José Luis Pardo e incluye textos publicados previamente en libros del autor que abarcan una década, desde 1993 hasta 2003. Algunos capítulos: “Artesanos de la lengua”, “La traducción de poesía, o Las posibilidades de lo imposible”, “Divertimento ortográfico”, “Owen, el símbolo y el mito” y “La métrica de Hamlet”. El segundo incluye prólogo de José María Espinasa e igualmente contiene textos que aparecieron en libros previos del autor, verbigracia “Homenaje 1 y 2 y “Juan Ramón o el artista” pertenecieron a Actitudes , de 1970; “Max Aub paródico” formó parte de Resistencia, publicado hace siete años, mientras “A la puerta de Max” y “Max Aub y las márgenes” aparecieron en Recobrar el sentido, publicado en España en 2005.
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Cuatro ensayos sobre arte poética,
Antonio Alatorre,
serie Trabajos reunidos,
El Colegio de México,
México, 2007.
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En “A quien leyere”, texto que abre el volumen, Alatorre cuenta la manera en que resolvió lanzar “mi libro al mundo como se lanzan todos, con o sin introducciones”. El autor ha reunido aquí dos ensayos nuevos, “Versos agudos” y “Consonantes forzados”, precedidos por otros dos que él llama refundiciones, provenientes de textos previamente publicados, a los que se ha añadido material: “Avatares barrocos del romance” y “Versos esdrújulos”.
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Del Siglo de Oro español y Estudios de lingüística,
Margit Frenk,
serie Trabajos reunidos,
El Colegio de México,
México, 2007.
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Estos son los números 5 y 7 de la misma serie Trabajos reunidos a la que ya se hizo referencia y su autora, como en los anteriores dos casos, no requiere presentación. Del Siglo de Oro español está formado un prólogo –escrito por Aurelio González--, y nueve ensayos anteriormente publicados,l por ejemplo “En torno a Juan Ruiz de Alarcón”, “Claves metafóricas en El castigo sin venganza ”, “ Lazarillo de Tormes : autor-narrador-personaje” y “¿Alonso Quijano?”. Detalle editorial: el ejemplar que llegó a esta redacción tiene desacompasados los folios del 17 al 24. Por su parte, Estudios de lingüística lleva un prólogo de Luis Fernando Lara e incluye asimismo ensayos previamente publicados por su autora, como “Designaciones de rasgos físicos personales en el habla de la Ciudad de México” y “Un caso de anacronismo fonológico en la Nueva España : Fernán González de Eslava y las sibilantes”.
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Veinte mil leguas de viaje submarino,
Julio Verne,
Editorial Andrés Bello,
México, 2007.
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No será esta pluma la que cometa la chapuza de “presentar” un libro y un autor que no requieren presentación alguna. Sólo cabe mencionar que se trata de una edición para niños, ilustrada, que según las categorías de la editorial pertenece al nivel 4, y que el texto, abreviado, es responsabilidad de Braulio Fernández Biggs.
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