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De un ciego resplandor
Christian Barragán
Vista de lo invisible, 2006 |
Un callado filamento abrasa la mirada de Héctor Ávila Cervantes (Distrito Federal, 1982). Su obra es un oscuro pasaje por donde se entra —¿o por donde se sale?— a inquietantes y apacibles sombras y claridades. Minificciones es el anverso y el reverso de aquel ciego resplandor, de aquella realidad apenas entrevista en penumbras: olvidado umbral sólo traspuesto por un fugaz disparo de luz. Por ello, el que sea la imagen de un viejo paso en claroscuro de consistente piedra y arco ojival la obra que abra esta serie, responde y corresponde justamente a esta mirada.
He dicho que la obra de Ávila es un oscuro pasaje, cabe precisarse ahora a propósito de esta sugerente ocasión, de un azul oscuro intenso. De la palabra griega cyanos, la cianotipia es el proceso de impresión solicitado por nuestro artista en su presente creación fotográfica. Descubierto en el año de 1819 por el astrónomo y químico inglés Sir John Frederick William Herschel (1792-1871), la cianotipia o proceso al ferroprusiato se caracteriza por el uso de ciertas sales de hierro (ferrocianuro férrico) que son sensibles a la luz; el resultado, un agudo fondo azul sobre el que aparece una imagen en blanco. Y así, como el Gran Andes de Darío, la obra de Ávila Cervantes “yergue al inmenso azul su blanca cima”.
Si tomamos como cierto que la fotografía es fundacionalmente escritura hecha de luz, tenemos entonces que las historias que leemos en estas Minificciones están escritas en silencio, en un mudo fulgor robado al tiempo; desde el atisbo de un paisaje ignoto e inesperado al otro lado de un sombrío pasaje o la espera infinita en un andén de acentuada y vertiginosa belleza geométrica, hasta la certeza de hallarse en el único camino que conduce a las ruinas de Roma o la perspectiva rasante de una oscurecida sierre nevada en México. De una noche en el paseo de Gràcia 92 en Barcelona —domicilio de la famosa Casa Milà de Gaudí, sobradamente conocida como La Pedrera— al límpido reflejo de agua del antiguo canal de Xochimilco, y de ahí al audaz y violento registro de blancas y negras diagonales de El domo de Brunellesci en Florencia o a un espigado y estrecho callejón escindido por una navaja solar en Venecia, la historia que nos cuenta Ávila en sus fotografías es una: la de un mundo (nuestro mundo) olvidado que abreva insaciablemente de las fuentes inagotables de la realidad y la ficción.
A través de las 38 obras de que se conforma la comentada serie itinerante, asistimos al encuentro, a la escucha de esta narración que es cuaderno de viaje. En él contemplamos los fugitivos momentos en que a la mirada del artista le ha sido dado ver, cruzado aquel umbral del inicio, el oculto resplandor de lo aparente; que es decir incluso, de lo dado, lo visible. Como en muy pocos casos, lo expuesto en cada una de estas fotografías no es la imagen de algo, sino ese algo mismo contenido en su insondable acaecer; ya sea en un tono de exultante arrojo, o en la más insospechada calma, es la hondura de las cosas, su canto íntimo, su secreto envés diríase, lo presenciado. Al final de unas escaleras, al pie de un volcán estático o bajo una filigrana de cables aéreos, en medio de un par de vagones en movimiento y detrás de un crepuscular horizonte gris, palpita, agazapado, el acendrado corazón de lo inédito.
* Minificciones se presenta a partir del 22 de enero de 2008 en la Galería de Arte del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México.
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