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Marco Antonio Campos
Los argentinos no existen
De lo escrito por la promoción de los narradores nacidos en los años cuarenta dos novelas me han impresionado en especial: Intramuros , de Luis Arturo Ramos, desolado conjunto de historias de un grupo de exiliados republicanos que mal viven o sobreviven en el puerto de Veracruz en las décadas posteriores a la Guerra civil española, dándonos más bien la imagen del contraexilio, y Guerra en el paraíso , de Carlos Montemayor, violenta narración de los episodios de la lucha virulenta contra la guerrilla en el México de los años setenta.
Mucho mejor leído y estudiado en Estados Unidos, en México, salvo sus honrosas excepciones (Enrique Serna, Federico Patán, Vicente Francisco Torres, Christopher Domínguez, José Antonio Moreno, Martín Camps), Luis Arturo Ramos se ha conformado, al margen de los truenos mediáticos o de la literatura regaladamente fácil, con escribir buenos y admirables libros.
Dos ciudades han sido fondo y escenario de sus más importantes novelas: Veracruz y Ciudad de México. La historia de este breve y divertidísimo thriller , Los argentinos no existen (Editorial EON, 2007), acaece en la Ciudad de México, o más precisamente el centro histórico de la Ciudad de México en 1947. En la narración Ramos menciona, por ejemplo, el Hotel Riviera, el Centro Gallego, la iglesia de La Profesa, los periódicos Excélsior , Novedades y El Universal , La Alameda, Bellas Artes y la antigua Escuela de Medicina en la plaza de Santo Domingo.
El argumento de la novela parte de un hecho que ya en sí es un rasgo de humor: ¿En manos de quién quedará la pistola con la que se suicidó Hitler, la cual, por una curiosa bendición fascista, se decidió que los mexicanos la tuvieran, incluso “por encima de los españoles, los brasileños, los argentinos y los uruguayos”? Después de dos años, por vías azarosas, “el arma del sacrificio” llega al fin a su destino, gracias a uno, o más bien dos hombres que parecen uno, y que pueden llamarse Herr Enrique González Capallera y Salvador González, y que a lo mejor son, o no son, Otto Schultz y Rudolf Schultz, del círculo íntimo del Führer, gemelos alemanes con pasaporte argentino, quienes mueren las veces que sean necesarias para que la novela se desarrolle.
Falsos o reales argentinos, supuestos o verdaderos mexicanos, gringos que no acaban de dar la cara, fingidos españoles, gallegos franquistas, y desde luego, miembros del Partido Nazi Mexicano, principiando por el Comandante, el Obergruppenführer , todos quieren la Lugger , y en el fuego amigo, van cayendo como muñequitos de plomo a quienes les toca caer. A uno de los enlaces en México, el doctor Bulmaro Zamarripa, le toca la gracia , que los nazis podrían llamar divina, no sólo de servir de enlace, sino de descubrirla y tenerla, lo que motiva que se desencadene la guerra por la posesión. El doctor Zamarrita cree tener las suficientes cartas credenciales para poseer la Lugger (si llegan a dejarlo). ¿No había sido, pese a sus escasas ganancias como médico, íntegramente fiel a la causa? ¿No sus “generosas aportaciones a la causa” eran motivo de su precaria condición? ¿No le puso germánicamente a su hija Brunilda, imposición nominal que le dolió a la esposa? Tarde o temprano, estaba seguro, se revertiría la derrota nazi de dos años antes, porque él, como a su misma familia, “la derrota ideológica los afectaba como si hubieran nacido a orillas del Rhin”.
Contada con el gran sentido del humor que lo caracteriza, en Los argentinos no existen Ramos muestra ese peculiar México que a Pablo Neruda, que vivió en esa década de los cuarenta entre nosotros, le hizo decir que era “el último de los países mágicos”. Porque entonces, ¿cómo entender si no, que México, aun en la ficción policíaca, no fuera el país elegido para que llegara la Lugger con la que el Führer “había consumado su sacrificio inmortal”, esa pistola, que sólo al leer esta breve novela, podrá saber el lector dónde quedó o dónde no quedó y cómo.
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