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Resonancias de Estambul
Se llama Ramadán, el noveno mes del calendario musulmán, bien conocido en el mundo entero por el ayuno diario que realizan sus fieles desde la salida y hasta la puesta del sol; esto es, en las catorce horas que van de las 5:00 am a las 7:00 pm, aproximadamente. Pues bien, justo durante este fin de semana termina dicho mes (marcado por el calendario lunar, mas no por el gregoriano), lo que resulta fundamental para valorar la paciencia y capacidad de fe que se hayan observado en la abstinencia de alimentos y bebidas de cualquier tipo, así como de sexo, vicios como el tabaco o demostraciones de placer públicas: caricias, besos, conversaciones apasionadas y hasta música.
Así las cosas, durante este paréntesis el imparable cosmopolitismo y avatar turístico de Estambul, en Turquía, representan doble prueba para una población mayoritariamente musulmana que no sólo debe seguir las leyes de su religión con la mayor vigilancia posible, sino soportar además el comportamiento “impúdico” de sus visitantes o de quienes toman distintos caminos para su credo.
En tal escenario, es el primer canto del muecín, antes del alba, la señal para iniciar la dieta. Antaño subido al minarete de su mezquita –ahora ayudado por enormes equipos de sonido escondidos en el mismo– este talentoso y multiplicado cantante hace la invitación para dejar la cama y visitar el templo. Así, haciéndose eco entre unos y otros almuédanos, los fervorosos llamados melódicos estremecen hasta la última fibra de quien aún no se acostumbra a la ciudad. Rebotando en las colinas, recorriendo cada calle y cada avenida, cruzando el Cuerno de Oro y la distancia entre Oriente y Occidente, esta música –presente durante todo el año– marca notablemente el espíritu en el Ramadán.
Cinco en total, los cantos responden a los siguientes nombres: fayr, zuhr, asr, magrib e isa . De entre ellos parecen más importantes el primero y el cuarto, pues, como dijimos, marcan el ciclo de la privación . Su contenido lírico, generalmente, apela a pasajes del Corán y del profeta Mahoma. Lo musicalmente interesante, empero, es la relación que dichos ritos guardan con la tradición popular, pues en la radio y la televisión también se transmiten las cantinelas y misas de las mezquitas y, en las noches sobre todo, es posible sintonizar numerosos programas en los que músicos profesionales hacen las veces de conductores, entrevistadores y predicadores de un arte extrañamente modernizado.
Cimentados en escalas arábigas y orientales –no por nada el otrora imperio se divide por el estrecho acuático del Bósforo en Europa y Asia–, los recursos melódicos y armónicos de su música religiosa están presentes en el pop, el rock, el jazz y el clásico, sumando al repertorio tradicional una cantidad inmensurable de producciones discográficas locales. Ello da gusto porque, si bien cuentan con curiosos imitadores de Jennifer Lopez, Enrique Iglesias o Christina Aguilera –de rasgos e idioma turcos, sonrientes en los afiches de sus numerosas tiendas de discos–, el mercado nacional también se ve nutrido mensualmente con decenas de obras de sellos abocados al movimiento más “tradicional” y acústico, como Kalan (www.kalan.com), y de aquellos que apuestan por tendencias fusión en las que suena esta tierra, pero mezclada con programaciones o dotaciones más “occidentales”, como el vanguardista Doublemoon (www.doublemoon.com). Del primero podemos recomendar al kemenchista Derya Türkan y del segundo al saxofonista Ilhan Ersahin.
En unas u otras compañías, sin embargo, lo que sobresale es el interés por cerrar la pinza entre el pasado y el futuro revelando un presente inquieto –parecido al de Brasil– en el que lo trascendental sigue siendo el sonido propio. Por ello, visitar las tiendas musicales del barrio de Beyoglu resuelve con claridad las sospechas que se tienen al escuchar el sonido de restaurantes, tranvías, barcos, camiones o taxis. Más allá de las guitarras eléctricas, bajos, baterías, teclados y platillos (los turcos son maestros en metalistería), lo que se puede encontrar en estos pequeños comercios es el hermoso trabajo de lauderos que no niegan su contacto con nuevos diseños y tecnologías, pero que tampoco desvían su meta sobre el viejísimo ser del saz , el ud , el kemenche , el kanun , el kaval , la darbuka , el ney , la zurna y tantos instrumentos más, la mayoría susceptibles de una aproximación microtonal, exótica y útil tanto para el giro precioso del monje derviche como para las bandas folclóricas mehter.
Finalmente, presenciar en Estambul la explosión de la verbena callejera, cuando los musulmanes de buen juicio rompen el ayuno e inician la fiesta (sin alcohol, claro está) con lo mejor de esa comida exquisita; escuchar en vilo las hipnóticas y virtuosas variaciones de dedos y voces, cuando se completa el cuadro musical iniciado por los muecines en el alminar; dejarse inundar por colores, olores, texturas, sabores y cantos alrededor de las mezquitas es, un poco al menos, acercarse a la milenaria resonancia de azulejos y alfombras y caligrafías y joyerías de imposible paciencia, poderosas en su influencia sobre la fe.
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