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Emmanuel Mounier: la acción con sentido y la revolución
Bernardo Bátiz Vázquez
¿Por qué evocar en este despegue turbulento del tercer milenio a un pensador como Emmanuel Mounier, que vivió y escribió en la primera mitad del siglo pasado? La respuesta, como la obra y la vida misma del personaje, es múltiple, pero una razón, para mí clave, es que en el México de hoy se vive una sorda lucha en lo político y en lo social, lucha que es indispensable elevar y sacar de la competencia vacía y ruin en que esta inmersa, para lo cual necesitamos más que nunca luces, guías, puntos de referencia y, por tanto, es un reto y una oportunidad volver los ojos a quienes pensaron, escribieron y vivieron comprometidos; es una manera, entre otras, de proponer una reflexión verdadera y a fondo sobre lo que es la sociedad y cómo poder servirla desde la política.
LA REVOLUCIÓN DE LAS IDEAS
No hay duda de que nos encontramos en una época de indefiniciones y tenemos que avanzar hacia una de definiciones claras y comprometidas; vivimos en una democracia corrompida por los intereses económicos y la mercadotecnia y tenemos que avanzar hacia una democracia fundada en la información y la verdad, popular y participativa; vivimos en una plutocracia y debemos avanzar hacia un sistema de equidad y mejor distribución del poder y la riqueza; estamos cayendo en un Estado autoritario y hemos de evitar ese deslizamiento que lleva al fascismo y proclamar las soluciones políticas, pacíficas y razonadas.
Para todo ello, es importante volver a Mounier y quizá a otros que nos alientan a la acción, pero a una acción con sentido e iluminada por principios. Mounier propuso para su tiempo una revolución, no armada ciertamente, no violenta, sino una revolución de gran energía en las ideas y de convicciones expansivas. Lo mismo requerimos hoy: una revolución que devuelva la confianza en las instituciones públicas y democráticas y que, principalmente, redistribuya con base en la equidad los bienes, que son muchos pero que disfrutan a plenitud unos pocos, y de los que carecen las grandes mayorías.
EL PERSONALISMO Y LA SOCIEDAD
Dentro de la obra diversa y amplia del pensador del que nos ocupamos, destaca su Manifiesto al Servicio del Personalismo , que desde el título indica que no es una pura reflexión filosófica sino un llamado, una proclama política para mover a los ciudadanos a participar y a modificar su entorno social con organización y con acciones políticas bien meditadas y dirigidas al fin de justicia propuesto.
En el Manifiesto... se resume la propuesta política de Mounier, que fue construyendo desde su cátedra, desde sus escritos en Espirit y a partir de sus propias experiencias participativas. Es la expresión de la maduración de ideas generosas en política y de avanzada en lo social y lo económico.
¿Qué es lo elemental, los insustituible, lo inamovible en el personalismo? Nos admira que lo encontremos en la fe, en el pensamiento humano y en el sentido de la justicia con que fue elaborada la doctrina personalista por Mounier, así como la forma clara en que fue escrita y reescrita; si nos adentramos en su pensamiento veremos que lo esencial está constituido por unos cuantos conceptos y definiciones accesibles y fácilmente aceptables por la inteligencia, en la medida en que ésta se encuentre iluminada con un mínimo de buena fe y con un sentido de responsabilidad social.
LA ESENCIA SOCIAL DE LA PERSONA
Empezaremos por decir que el personalismo no es sinónimo de individualismo. La persona en el pensamiento de Mounier es el individuo, mas éste, inserto en la comunidad. Persona y sociedad en el personalismo son conceptos complementarios; nunca uno sin el otro, como dos caras de la misma moneda. Para Mounier, además de libre, racional y afectiva, la persona es, al modo de Aristóteles, un ser social por naturaleza, que tiene como anverso de su unidad identificable e intransferible, su esencia social, su sociabilidad, que se deriva de conceptos muy caros al pensador francés: fraternidad, libertad, solidaridad, responsabilidad con los demás, con los próximos, con el prójimo.
El individuo es un ente con rasgos, experiencias y carácter propios, pero con una faceta comunitaria que no puede eludir porque forma parte de su propia naturaleza y que lo compromete y obliga con el grupo. Persona es, plenamente, quien participa y es responsable de su comunidad y del derrotero que esta comunidad adopte en su desarrollo social; nada de determinismos invencibles, de vías ineludibles al progreso, a la sociedad sin clases o al paraíso de una utopía; sí, en cambio, mucha responsabilidad y mucha acción eficaz para elaborar el plano del futuro y simultáneamente construirlo con nuestras propias manos. El futuro no está ni hecho ni determinado de antemano: es la persona y la suma de personas que integran la comunidad, quienes tienen la responsabilidad de su construcción.
Este concepto de persona podría servir de síntesis apretada del relampagueante, más no zigzagueante, pensamiento del intelectual y hombre de acción francés y universal del que nos ocupamos.
Porque en efecto, en la relativamente corta vida de Mounier, toda inserta durante la primera mitad del siglo XX, encontramos muchas facetas; como dice de él Michel Barlow, pasó de una inquietud juvenil por la ciencia y por la educación, a una vocación que no fue un rompimiento sino un crecimiento de su primera inclinación, a la divulgación de sus convicciones a través de la cátedra y de la revista Espirit que por años alentó y dirigió.
PENSAMINETO Y ACCIÓN
Mounier fue un filósofo, aunque fuera en buena medida un filósofo desconcertante, por la claridad de sus razonamientos y lo contundente de su argumentación; a la vez que por la sencillez carente de pretensiones de su léxico. En su Tratado del Carácter demuestra la solidez de su pensamiento y lo sistemático de su exposición; sin embargo, para este autor no basta pensar y filosofar, es necesario insertarse en la vida social y actuar en ella. Por eso, otras obras, y especialmente la revista Espirit , estuvieron encaminadas a servir a la sociedad, a orientar los debates del momento e influir en sus conciudadanos.
Pero fue aún más allá en su compromiso; de filósofo pasó a protagonista de la vida intelectual y política de Francia y del mundo, a través de sus escritos, de sus conferencias, de sus artículos y polémicas. Cuando fue necesario, ese filósofo y profesor llevó a la praxis sus convicciones y se incorporó a la Resistencia francesa durante la ocupación nazi y actuó en la clandestinidad, en la que participó como integrante de grupos armados. Pensaba, enseñaba, pero también actuó cuando la realidad de su patria así lo reclamaba.
Otra faceta clave del pensamiento personalista de Mounier es su crítica severa al capitalismo, sistema económico que considera, siguiendo la línea de las encíclicas sociales de la Iglesia católica y coincidiendo con Maritain, Gilson y otros pensadores de su tiempo, como injusto por naturaleza, inhumano y un obstáculo definitivo en contra de la democracia. En alguna parte de su obra, dice Mounier textualmente: “La democracia fue estrangulada en su propia cuna por el mundo del dinero.”
DESCUBRIR AL PRÓJIMO
La propuesta económica de Mounier era sin duda socialista y revolucionaria, más no marxista, pensamiento con el que guarda afinidades importantes, pero también distancias derivadas principalmente de su convicción espiritual y religiosa. Con lo que es verdaderamente implacable es con el sistema capitalista, al que considera como el más injusto y cruel mecanismo para la explotación de los seres humanos, frente al cual propone una economía solidaria en la que prevalezcan no la codicia ni el afán de acumular individualmente riquezas, sino el interés por producir más y distribuir mejor lo producido.
Queda aun mucho por decir del pensamiento de este personaje tan importante en su tiempo, hoy quizás un tanto olvidado, pero tan actual como en las décadas tercera y cuarta del siglo pasado. Invito por ello a todos a leerlo; tanto a quienes no han tenido ocasión de conocerlo, como a releerlo a quienes ya lo conocen. No puedo concluir este trabajo sin recordar una respuesta de Mounier que lo pinta de cuerpo entero: se dice que Karl Schmidt, jurista del régimen hitleriano, afirmó en alguna ocasión que un rasgo fundamental del instinto político es la facultad de discernir al enemigo, a lo que Emmanuel Mounier respondió: “El rasgo fundamental del hombre, sea o no político, ha de ser descubrir al prójimo.”
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