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Daniel Serrano, emergencias y alternancias
La formación de la llamada “gente de teatro” tiene varias posibilidades y rutas que difícilmente fluyen con naturalidad en otras artes. Las “escuelas de teatro” suelen serlo sólo de: actuación, dirección, voz, movimiento, escenogafía. La actuación se distancia del trabajo dramatúrgico, con todo y que a través de los actores fluye y cobra sentido la palabra de autor. El director a menudo piensa que el texto del dramaturgo es una especie de amasijo de ideas interesantes y buenas frases que hay que reinventar en la escena. Y así, cada engranaje sueña su propia obra.
Conducir todo el talento por la misma vía requiere cualidades personales que sólo germinan cuando se ha explorado la diversidad del aparato teatral. Ese el caso de Daniel Serrano. Por eso Óscar Liera fue tan querido y admirado por sus cercanos; en otras condiciones, algo similar pasó con Héctor Mendoza, Margules, Julio Castillo y Gurrola, por mencionar de lo más visible y recordado. Todos muertos.
Que Daniel Serrano sea de Sonora (Magdalena de Kino, 1968) y haya nacido tan lejos en un año crucial para la vida política de México, pareciera que no tiene nada que ver con lo que vendría después, sobre todo si se piensa que egresó del Centro de Educación Artística de Televisa, que naturalmente lo hubiera conducido por el camino que tomaron destacados universitarios, como Humberto Zurita y Alejandro Camacho con sus respectivas esposas.
Tal vez pudo también incorporarse a la planta docente de la que han formado parte destacados actores y directores que repudian el teatro comercial y la televisión (lo primero que me viene a la mente son nombres destacados como los de Pablo Mandoki, Luis Eduardo Reyes, Zaide Silva Gutiérrez, Moisés Manzano, Nora Manneck, Alfredo Gurrola, Rosa María Bianchi y Patricia Reyes Espíndola), pero que se esfuerzan en que sus alumnos sean tan malvados como María Rubio, lloren como Carmen Montejo y sean frescos como Adal Ramones.
Su tránsito por el cea no lo condujo por el camino de la popularidad televisiva, pero le dio la solvencia para sorprender al director Ángel Norzagaray, a quien el dramaturgo reconoce como el inicio de su carrera. Años después, Norzagaray lo dirigiría como actor en Berlín en el desierto, obra escrita por Serrano.
Serrano no abjura de su formación, pero está muy lejos de un mundo que, paradójicamente, también lo acercó y le reveló a grandes maestros de la escena y la literatura. En un orden generacional reconoce los ejes: Leñero, Argüelles, González Dávila, y a un joven maestro, Jaime Chabaud, con quien tal vez podría tener más afinidad por su amplitud de registros, tan diversos que, entre Sonora y su actual Tijuana (donde reside desde 1995), media una carrera de periodismo de la que es licenciado en la Universidad Autónoma de Chihuahua, misma que en los últimos veinte años ha logrado ser una referencia muy importante en la enseñanza del periodismo en la franja fronteriza. Como resultado de su formación, Serrano fue columnista del periódico Frontera, un espacio de colaboración en el que puso a prueba su moralidad frente a lo público.
Es un artista que ha trabajado mucho y le ha ido bien. Profeta en tierra ajena (ya dos décadas en Tijuana), con menos de treinta años de edad dirigió, durante trece años, el Taller Universitario de Teatro, de la Universidad Autónoma de Baja California, que le permitió fundar El Festival Universitario de Teatro de esta institución, con la evidente posibilidad de que fuera el foro de su producción teatral. Es lo que hicieron dramaturgos/directores como Óscar Liera.
Así se construye el inicio de una legitimidad que los jurados de concursos, becas y apoyos institucionales reconocen como un artista emergente que encuentra consenso, respeto y credibilidad entre sus pares. Se premia su obra, su trayectoria, y se apoya lo que propone hacer. Es uno de los autores que ha crecido en el interior del país y la legitimación de su trabajo ocurre en los escenarios intermediados por lo federal y lo local, enmarcado por las publicaciones gubernamentales, donde Tierra Adentro tiene un papel rector, además de algunos medios independientes, intermitentes y fugaces.
Serrano le ha apostado también a los concursos literarios. La suspicacia (ese otro nombre de la desconfianza) es insuficiente para dejar de participar en una opción que está más lejos del canon que de esa especie de lotería que se sacan muchas veces concursantes que sólo han escrito y escribirán lo que un jurado sorprendido reconoce como duradero y con calidad.
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