Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
José Emilio Pacheco
hablaba del
Murciélago Velásquez
Leonel Alvarado
Cuando tenga 64 años
Leandro Arellano
El itinerario de
Hernán Cortés
Alessandra Galimberti
La investigación científica
en su laberinto
Manuel Martínez Morales
En torno al
libre albedrío
José Luis González
El mal de la modernidad
y la reinvención
de la política
Marcos Daniel Aguilar entrevista
con Ricardo Forster
Janne Teller, Pierre
Anthon y la nada
Yolanda Rinaldi
Un raro regalo
Kikí Dimoulá
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch
Adiós a La tertulia...
Me encanta la radio. De niño fui ávido escucha de los programas roqueros de La Pantera en Veracruz, y luego de Sonido Internacional y desde luego de Stereo Soul, ambas en Guadalajara. Juan Olvera, que conducía diariamente Stereo Soul, me parecía el mejor locutor del mundo. Cuando teníamos dieciséis años, mi amigo Pato y yo fuimos a la estación, burlamos la estricta vigilancia y nos colamos en cabina para conocerlo en persona, y esa tarde de un verano de hace más de treinta años pude ver en vivo cómo se crea ese pequeño milagro cotidiano de la radio. Años después la tugurización que ha devorado el pensamiento colectivo llevó a los dueños de Stereo Soul a convertir una estación de rock y jazz en otra de música grupera. Olvera renunció con mucha dignidad y yo nunca volví a sintonizarla. Luego, entre mis muchos oficios, he tenido el de locutor –El grito en el cielo, un programa de rock y actualidad que se transmitió durante un corto tiempo en la radio estatal de Veracruz fue quizá la más compleja de mis invenciones radiofónicas– y he tenido también la fortuna de colaborar en otras producciones. Soy cotidiano radioescucha de Carmen Aristegui. Me gusta mucho lo que hacen Fernando Rivera Calderón, Marisol Gasé y los chavos de El Weso.
Hace seis años conocí en Gijón a tres tipos chistosísimos: Alejandro Fonseca, Ángel García y Monchi Álvarez. Juntos armaban un desmadre radiofónico estupendo que se transmitía en la Radio del Principado de Asturias. El programa se llamaba Radiolandia y era verdaderamente divertido. Divertido y cáustico, irreverente, insolente. Magnífico. Fonseca a su vez dirigía la producción de una magazine radiofónica, La buena tarde, que se transmite todos los días, de lunes a viernes, de las cuatro a las ocho de la tarde desde Gijón. Patricia Serna, una periodista de cuño, conducía con habilidad la carreta, entrevistaba, editorializaba y con un estilo particularmente cálido hacía un espacio entrañable para miles de radioescuchas. Así la conocí. Ese mismo verano, cuando regresé a México, hicimos para Radiolandia unas intervenciones remotas humorísticas en las que interpreté a una Duquesa de Alba decadente pero fogosa. Fue buenísimo y muy divertido. Después de aquello Fonseca me invitó a participar, en un tono más serio, como una suerte de corresponsal desde México en la que primero se llamó Tertulia universal y luego Tertulia internacional, en la última media hora de cada La buena tarde de los martes. Y pude tener de interlocutores a personas fantásticas, pródigas de conocimiento y agudeza de los que pude aprender muchísimo. Con la misma Patri querida platicamos con Américo Appiano desde Colombia, con mi querido Raúl Argemí, el colosal novelista argentino que entonces vivía en Barcelona, y también desde la ciudad condal la flamígera escritora Cristina Fallarás con otros periodistas españoles de muchas tablas, como Nacho Fernández de Castro, el sensei Nacho Larrea o el estupendo Joaquín del Río en Avilés u Oviedo. Desde Buenos Aires también estuvieron periodistas de la talla de Gladys Pierpauli o María Esther Isoardi, nuestra querida Titi, y también Lucio di Matteo. Y por allí pasaron también, y ahí andan todavía, un sociólogo inglés muy simpático y sobre todo prudente y sabio, Paul Barnes, y su aguerrido colega galés Kenneth Pettit…Y allí también, desde luego, el buen oficio y la brega diaria de los involucrados en Nuevos Aires Producciones y quienes tuvieron que soportar mis inusitadas diatribas: Juanín en los controles y la preciosa Lucía Fernández que tantas majaderas imprecaciones me tuvo que aguantar en temas roqueros (pero no, Lucía querida: Slash no es ni por medio dedal el mejor guitarrista)… y entre todos intentamos descifrar los sucesos del mundo que son episodios de esta Historia trepidante que nos ha tocado vivir, y entrecruzamos puntos de vista y enriquecimos, creo, la perspectiva internacional de nuestra audiencia que fue y es, por cierto, vasta y variopinta, pero donde predomina la clase trabajadora de la cuenca minera de Asturias.
Pero la radio se hace, literalmente, de ciclos. Y este mío en La buena tarde llegó cinco años y cinco meses después a su fin. Y quise aprovechar abusivamente estos renglones para hacer un reconocimiento a esa radio que es comunitaria y de servicio social, no comercial ni gobernada por mercachifles, y sobre todo agradecer a esos colegas y maestros que tanto me enseñaron y con los que pude crear un vínculo irrompible, que persistirá a pesar de la distancia o el silencio.
|