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Tamales cotidianos
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Las alumbradas, una
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Lo único que me pueden quitar es la vida
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Las panochas calentanas
Raquel Rodríguez Estrada
Un guisandero apreciado
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Sangre de iguana
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La danza de los viejitos:
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Vaciar el tintero (I DE IV)
Las dos semanas anteriores, este espacio se refirió a filmes mexicanos que no han pasado por la cartelera comercial o que quizá lo hicieron muy fugazmente, contradiciendo así la obcecadamente inercial lógica periodística, dañina en tanto significa, en cine pero también en cualquier otro tema, un engranaje sumado a la perpetuación del estado de las cosas. Digamos que se trata, aquí, de una variante del bíblico ojo por ojo, diente por diente: al absurdo de que seis mil pantallas de cine sean mantenidas todo el año con un promedio que ronda los veinte títulos; al absurdo de que en temporadas altas un solo filme ocupe hasta un tercio de aquéllas, y al absurdo de que mientras eso pasa siguen enlatadas decenas de cintas nacionales tan buenas o tan malas como las extranjeras que sí son exhibidas, aquí se responde con el absurdo de referirse a lo invisible. Se trata, por lo demás, de filmes que este ponepuntos pudo ver desde hace un año, en el peor de los casos, y hace siete meses, en el menos peor.
Contar o no contar
Quién sabe si en este caso aplicará la discutida máxima según la cual un cineasta es tan bueno o tan malo como su película más reciente, pero a Michel Franco viene tocándole alternar, de manera casi esquizofrénica, entre la cima y la sima: Daniel y Ana, su debut largometrajista en 2009, no auguraba grandes cotas para este capitalino nacido en 1979, dados el desaliño formal y el infortunio guionístico de una historia incestuosa trastabillante por inverosímil y mal llevada. Sin embargo, Franco se lavó la cara más que suficientemente con Después de Lucía (2012), el crudo, minimalista y eficiente relato de incomunicación y violencia generacionales que se llenó de premios e hizo de su autor una celebridad momentánea.
Póster de la película A los ojos |
Como quien vuelve a las andadas, el año pasado Franco desdoró su recién obtenido prestigio con el filme A los ojos (2013), cuyos guión, dirección, producción y edición corrieron a su cargo, responsabilizándolo absolutamente de las varias pifias que, vistas en conjunto, bien podrían ser la causa de que a ninguna compañía distribuidora le entraran ganas de tomar el siguiente trabajo de alguien que, en ese momento, acababa de ganar el premio Una Cierta Mirada en el Festival de Cannes.
Alegato contra la traición de los principios o parábola de la antiética profesional, A los ojos falla por la manera en que cuenta la historia, pero más por lo que escamotea: reducido a simplismo ineficaz, el minimalismo tan caro al director se le hace engrudo entre los dedos cuando se extiende, primero, narrando el hurto/engaño/traición con el que una mujer se hace de una córnea para que su hijo pueda ver, y más tarde hace que la historia se repita para una segunda córnea, sólo que lo mete todo en una elipsis con fuerte olor a chapucería. Si la miga del cuento estaba en el dilema ético, ¿era válido comerse entera la comisión del segundo delito, precisamente donde los tales principios ya salieron volando por los aires?
Tres en uno
Para que un relato de ficción salga beneficiado al incorporarle segmentos documentales hace falta saber hilar muy fino, de modo que el salto de una a otra tesitura parezca un zurcido invisible, o bien por el contrario debe asumirse que no se tiene una película sino al menos dos, metidas en un solo pietaje. En el caso de Seguir viviendo (2013), de Alejandra Sánchez, no parecen dos sino hasta tres filmes en uno, nada más que mal cosidos a juzgar por el aspecto de retacería que se mira en la pantalla: el primero consiste en las entrevistas a cuadro –las clásicas y tan criticadas cabezas parlantes que cuentan su propia historia, plenas de atonalidad y de anticlímax– a un par de menores de edad, huérfanos a consecuencia de la violencia en Ciudad Juárez; el segundo filme consiste en la recreación, de la cual Seguir viviendo deserta más pronto que tarde, del modo en que la madre de los niños fue asesinada; finalmente el tercer filme, que sería el principal pero paradójicamente es el que parece adosado a los dos restantes y no al revés, hace partícipe al espectador de una road movie en la que los menores son llevados por una periodista de lado a lado del país, con la salvedad fallida de que, quizá temiendo un terror vacuii narrativo, Sánchez no sólo dobletea el foco de atención incorporando un trauma carretero flashbackeado de la periodista, sino hace rematar su película, que son tres, en la superación feliz del susodicho trauma, para una digresión artera que se olvidó de todo lo que llevaba narrado hasta ese punto.
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