Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El alimento: la liga del
migrante con su origen
Felipe González
Tamales cotidianos
y de fiesta
Daniel Becerra, Ruth Juárez
y Aleyda Aguirre
Las alumbradas, una
tradición subvertida
por la violencia
José A. Campos
Lo único que me pueden quitar es la vida
María Bravo
Las panochas calentanas
Raquel Rodríguez Estrada
Un guisandero apreciado
Tierra Caliente:
identidad y arte culinario
Aleyda Aguirre Rodríguez
Sangre de iguana
para vivir más años
Las cifras de la guerra
La danza de los viejitos:
resistencia y dignidad
Margarita Godínez
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Horrores reales y espejismos: el Ejército Islámico y sus tóxicos delirios de califato (II Y ÚLTIMA)
isis y el culto de la muerte
Los sacrificios ante la lente de una cámara para intimidar, mandar un mensaje o excitar a los simpatizantes no son novedad. Ejecuciones de soldados rusos y de tropas gubernamentales aparecen durante la ocupación rusa de Afganistán, así como durante la guerra de Chechenia; se convierten pronto en una herramienta propagandística de la yihad, circulan en formato VHS, se venden clandestinamente en bazares o se distribuyen entre redes de insurgentes y partidarios en todo el mundo. (Perdonarán la autopromoción, pero en mi libro Pornocultura hago una relación más detallada de la historia de los videos de muerte real.) Se trataba entonces de objetos coleccionables, símbolos de la resistencia que el simple hecho de poseer implicaba un riesgo, una afiliación y una forma de solidaridad. La era de la guerra contra el terror se inaugura con los videos de los ataques al WTC el 11 de septiembre de 2001, y a partir de ahí se desata una auténtica guerra mediática con imágenes extremas de bombardeos “de precisión” o ejecuciones con misil contra decapitaciones y atentados con bombas improvisadas: alta contra baja tecnología.
El desarrollo de un estilo de atrocidad
El primer video de una decapitación en cámara que circuló masivamente por internet fue la ejecución del joven contratista Nick Berg en Irak en 2004, supuestamente a manos del líder de Al Qaeda en Mesopotamia, Abu Musa’b al-Zarqaui (más tarde las imágenes del cadáver del terrorista también circularon por los medios). Ahí comenzaba a conformarse un estilo visual macabro con la víctima sentada o arrodillada en el piso, con un overol color naranja, semejante a los que se usan en Guantánamo. Tras un breve discurso, uno de los militantes enmascarados decapitaba a la víctima con un cuchillo. Estos cortos aparecen y se multiplican en la era de YouTube, con la finalidad aparentemente de incitar a otros a unirse a la insurgencia y disuadir a Estados Unidos mediante la desmoralización y terror de la población. A estas alturas es obvio que ese objetivo no se ha conseguido. Diez años más tarde isis repite la fórmula con más producción, mejor resolución y un discurso semejante, que parece haber evolucionado de los videos yihadistas, pero que toma elementos de los videos de ejecuciones de los narcos mexicanos.
El pop grotesco
isis ha producido numerosos videos de ejecuciones y matanzas de soldados, de niños, de infieles diversos y de supuestos traidores en diferentes circunstancias. En su mayoría esos videos están dirigidos a un “mercado local”, pero tienen una línea para el público global, como los espantosos testimonios de los asesinatos de los periodistas James Foley y Steven Sotloff. En ellos, se emplea como fondo dunas de arena, otra vez el overol naranja y un militante que habla inglés, un británico a quien han bautizado como Jihadi Jim. Aquí se obliga a delarar a las víctimas que mueren por culpa del gobierno de Obama y su intervencionismo. Es curioso que el asesino habla en un tono que recuerda al villano Bane de la cinta The Dark Knight Rises. Como señala con tino Andrew O’Hehir en Salon.com, es paradójico que estos militantes que se presentan como enemigos de Occidente producen sus panfletos propagandísticos dentro del contexto mediático, dentro de una visión del universo que es un collage que va de los supercriminales de James Bond al horror gore, pero con muertes reales. O’Hehir apunta que estos videos son manufacturados por participantes y consumidores de la cultura pop y no por outsiders; y continúa: “No representan una ideología coherente, ni una política ni una causa, sino sólo un esfuerzo por radicalizar al mundo a través del ejercicio fácil de la violencia sacrificial.” Los videoastas de isis hacen algo insólito en este subgénero del video snuff en su edición de los asesinatos de Foley y Sotloff: censuran la decapitación en sí misma con una elipsis y fade out que culmina con una toma del cadáver con la cabeza cortada, como si prefirieran censurarse ellos mismos que dejar a las televisoras hacerlo, como si entregaran un producto listo para ser transmitido. En Occidente se obstinan en tildar a isis de grupo apocalíptico. Nada más equivocado. Estos militantes ansían poder, plagian a Hollywood, producen revistas digitales y obras repugnantes que están condenadas a entrar al flujo del horror-excitación-entretenimiento al que denomino "nuestra pornocultura". Su meta es acabar con el orden impuesto desde el tratado de Sykes-Picot que dividió Medio Oriente en 1916, aunque el precio sea un gigantesco genocidio.
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